Es noticia
Yoko Ono, ochenta años en formol 'hippie'
  1. Cultura
el guggenheim descubre a una artista inédita

Yoko Ono, ochenta años en formol 'hippie'

¿Quién es Yoko Ono? Nadie lo sabe. A sus ochenta años se pasea en un día primaveral por las calles de Bilbao, alabando el edificio de

Foto: La artista Yoko Ono en plena acción durante la presentación de la retrospectiva, en el Guggenheim de Bilbao. (REUTERS)
La artista Yoko Ono en plena acción durante la presentación de la retrospectiva, en el Guggenheim de Bilbao. (REUTERS)

¿Quién es Yoko Ono? Nadie lo sabe. A sus ochenta años se pasea en un día primaveral por las calles de Bilbao, alabando el edificio de Gehry y escapando de cada una de las preguntas que buscan respuestas que definan lo que hace. Etiquetas no le faltan, aunque ninguna sirva. Las únicas que acepta cuelgan de las ramas de un recio olivo, que ha colocado en un descanso del recorrido, con los deseos espontáneos de los visitantes que se animan a coger una en blanco y mancharla con otro deseo. Hasta hacer de él, el árbol cargado de frustraciones. Ono (Tokio, 1933) piensa y actúa contra la realidad, la fea realidad, la real. La que desmantela los deseos y las esperanzas.

Son seis décadas peleándose con el mundo, en una “revolución silenciosa”, como ella dice, para cambiarlo y hacer que reine la paz mundial. Da una fecha: 2025, momento en el que todo será distinto: nos amaremos, dejaremos de matarnos, cambiaremos los fusiles por claveles rojos y nos arrimaremos una margarita a la oreja. En muchos sentidos, se conserva en formol hippie.

Arte sencillo, directo, popular, cómplice, participativo, amable, ¿por qué no ha sido Yoko Ono la artista más famosa de la segunda mitad del siglo XX?

Esto no hace más que acentuar lo extraño del caso Yoko Ono: seis décadas invisibles de una artista que quiere hacerse cómplice del espectador, que le invita a participar, que cuenta con él para destruir el arte (burgués y distante) y crear uno vivo, uno nuevo. Sencillo, espontáneo y directo: “Tú eres agua/ yo soy agua/ todos somos agua en diferentes recipientes/ por eso resulta tan sencillo confluir/ algún día nos evaporaremos juntos”.

Este texto es una de sus instrucciones para el arte que acompaña a la instalación de varias decenas de frascos de vidrio, idénticos, con la misma cantidad de agua, y etiquetas con nombres de artistas, escritores, psicólogos, políticos, poetas, “personas malas, personas buenas”, todos lo mismo, todos agua. La instalación de los frascos es aleatoria y se establecen nuevas y curiosas asociaciones, como la de John Lennon junto a Otto Dix.

placeholder Yoko Ono, junto al árbol de los deseos, expuesto en el Guggenheim de Bilbao. (Guggenheim)

La receta del éxito

Yoko Ono cocina una receta popular y accesible, que debería haber hecho de ella la creadora más famosa de la segunda mitad del siglo XX. Y sin embargo, su fama de artista ha esperado seis décadas. Invisible. Por eso Half-A-Wind Show no es una retrospectiva al uso. De hecho, no es tanto una exposición de arte contemporáneo como una muestra arqueológica que recupera las partículas de arte efímero que Yoko Ono ha diseminado desde mediados de los cincuenta hasta hoy. Bueno, hasta ayer, que intervino en las paredes con textos.

Su actitud de ruptura con el concepto de “obra de arte”, con su mercantilización y su valor material, la empuja a realizar una y otra vez nuevas versiones de algunos de sus trabajos más antiguos. Esto tampoco ha ayudado a su comprensión y a su aceptación por la industria artística, dispuesta a la explotación de la novedad y no tanto al eterno retorno de las mismas piezas.

Álvaro Rodríguez Fominaya, uno de los dos comisarios de la muestra, asegura que, a pesar de que Yoko Ono ha sido una figura fundamental en el arte conceptual y en el cambio de paradigma artístico, “la mayoría de su obra se desconoce y ahora hacemos justicia para que se la incluya en el relato de los libros de la Historia del Arte”. Ella tiene su propia versión de los hechos: “Hacía un tipo de trabajo que a la mayoría de la gente no le interesaba y tampoco yo quería explicarles nada”.

placeholder La instalación 'Todos somos agua'. (Guggenheim)

“Yo sólo quería crear una obra que beneficiara a la humanidad. Pero una de las razones por las que mi arte no se conocía es responsabilidad mía, porque no podía hacer algo y luego enseñarlo”, contradictorio, desde luego. Beneficiar a la humanidad sin darlo a conocer. “Además, a la gente no le interesaba porque era un arte diferente. Pero yo seguía creando sin preocupación. Tenía la idea de que sería descubierta cincuenta años más tarde, que lo desenterrarían y lo mostrarían”, dijo en la rueda de prensa en la que estaba prohibido hacer fotografías con flash. Pequeñas extravagancias del mito.

Actuar por actuar

Pinturas y objetos con instrucciones poéticas (como hemos visto) para su realización, textos, películas, fotografías, arte postal, instalaciones, obras en espacios públicos, creaciones sonoras, combinando los soportes más variopintos y, sobre todo, performances. En 1966 dejó claro lo que no quería que fueran sus acciones: “El arte no es una mera duplicación de la vida. Integrar el arte en la vida no es lo mismo que hacer que el arte duplique la vida”. Todo empezó con Un pomelo en el mundo del parque (1961), una grabación de un actor susurrando, sin emoción alguna, cómo se pela un pomelo, exprimir limones y contar los cabellos de un niño muerto.

En los setenta llegará la edad dorada de las performances, con Vito Acconci, Marina Abramovic y Hermann Nitsch, pero en la década anterior Ono trabajó de manera intensa, aunque no se le haya reconocido. Cut Piece (1964) es la acción que la señala como referencia –aunque ignorada– y cuyo contenido mantiene en la actualidad. El público pasaba por el escenario en el que ella estaba sentada y recortaba con unas tijeras lo que más le apetecía de la artista. En cachitos. “Salí al escenario con mi mejor vestido. Por aquel entonces yo era pobre y fue duro. Repetí ese evento en diferentes lugares y mi guardarropa no paraba de menguar. Sin embargo, cuando me sentaba en el escenario ante el público, sentía que esa era mi verdadera aportación”, dijo en una entrevista realizada en 1974.

placeholder Restrospectiva de yoko ono

Yoko Ono trabaja con metáforas cotidianas de la existencia, en las que reivindica la vida sin mancha. Todo es happy, como el laberinto de plexiglás con un teléfono en el centro, del que sólo ella tiene el número y al que llamará de vez en cuando. Cuando quiera, a la espera de que alguien le conteste, si es que antes puede descifrar el recorrido. O la partida de ajedrez pacífica, sin contrincante, los dos juegos de piezas, blancas. Sólo las Anotaciones de grillos, pequeñas jaulas que cuelgan del techo y hacen referencia a los hitos históricos dolorosos como Hiroshima, Varsovia o Sarajevo y sus fechas, es la instalación que más escuece. Un cuaderno invita al espectador a que apunte sus “grillos”. Alguien ya había escrito la fecha en la que su madre quedó ciega, o la muerte de otra. También apuntado: “2014, pierdo la inocencia”.

Jon Hendricks es el otro comisario de la muestra que ya se ha podido ver en otras cuatro localidades. No rehúye la leyenda y observa la importancia de dos de las piezas de Ono para marcar el inicio de su relación con el músico John Lennon. Primero se interesó por Pintura de techo (1966), en la que la artista invitaba a subir por una escalera para leer en un falso techo con una lupa una palabra: “YES”. Con esta obra se conocieron y, al parecer, fue el inicio de todo. Pintura para clavar un clavo también llamó la atención del Beatle: una madera en la que el público clava clavos una vez han pagado cinco chelines. Lennon quiso clavar uno, pero no tenía dinero. Ono le negó la posibilidad y él se la devolvió: “Clavaré uno imaginario”... Hendricks dice que aquello le gustó mucho a Yoko. El amor.

“John fue uno de mis mejores amigos en ese sentido. Sigo pensando que John está aquí, porque todas las canciones que hizo las seguimos teniendo. Estamos aquí, pero él también porque tenemos sus canciones metidas en los corazones”. Siempre la sombra de John.

¿Quién es Yoko Ono? Nadie lo sabe. A sus ochenta años se pasea en un día primaveral por las calles de Bilbao, alabando el edificio de Gehry y escapando de cada una de las preguntas que buscan respuestas que definan lo que hace. Etiquetas no le faltan, aunque ninguna sirva. Las únicas que acepta cuelgan de las ramas de un recio olivo, que ha colocado en un descanso del recorrido, con los deseos espontáneos de los visitantes que se animan a coger una en blanco y mancharla con otro deseo. Hasta hacer de él, el árbol cargado de frustraciones. Ono (Tokio, 1933) piensa y actúa contra la realidad, la fea realidad, la real. La que desmantela los deseos y las esperanzas.

Bilbao
El redactor recomienda