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Óscar Mulero, el rey del 'techno' español se sube a las tablas
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Óscar Mulero, el rey del 'techno' español se sube a las tablas

Óscar Mulero, el techno y la crisis de los cuarenta. El prestigioso DJ da el salto a los teatros con un show de electrónica visual para escuchar sentado

Foto: El DJ Óscar Mulero (Jerry Knies. NL)
El DJ Óscar Mulero (Jerry Knies. NL)

Madrid. Plaza Tirso de Molina. Martes 4 de marzo. El teatro Nuevo Apolo está empapelado con carteles de El nombre de la rosa, texto clásico de Umberto Eco. Cuando te acercas, a tamaño menor, aparecen posters de otros artistas programados en el recinto, como los dinosaurios rock Camel, los lacrimógenos Ecos del Rocío o el espectáculo Dos caraduras en crisis, de Arévalo y Bertín Osborne. Resumiendo: un menú entre el clasicismo y la caspa.

El elemento extraño es el público de hoy: macarras al borde de la cuarentena, uniformados de negro casi por completo. Muchos lucen piercings, tatuajes, sudaderas con capuchas, pulseras de cuero y/o botas de combate. La mayoría han pasado las dos últimas décadas recorriendo clubes, polígonos y festivales en busca de un sonido que crea adicción. Se llama techno, nació en Detroit en los años ochenta y pocos discjockeys lo manejan mejor que Óscar Mulero, la estrella de esta noche.

Sonido rotundo

¿Por qué se ha reunido esa tropa? Sobre el papel, vienen a ver Biolive, un show basado en el disco Biosfera (2013), que se inspira en paisajes rurales asturianos. En realidad, el motivo de que el teatro esté casi lleno un martes es que a los seguidores de Óscar Mulero les interesa cualquier propuesta que lleve su firma.

Mulero siempre ha sido una garantía para levantar un club de tres a seis de la madrugada o para cerrar escenarios de cualquier festival

Durante veinticinco años, este madrileño afincado en Gijón ha sido una garantía para levantar un club de tres a seis de la madrugada o para cerrar escenarios de casi cualquier festival (desde el pijo Creamfields al popular Monegros, pasando por Aquasella, Benicàssim o el Sónar). Colocar a Mulero en un cartel equivale a que el público con más aguante se marche con una sonrisa en la cara (o se introduzca encantado en el after más cercano).

El reto de Mulero para esta década es alcanzar la misma intensidad usando otras texturas, aptas incluso para teatros, auditorios o museos(sin renunciar a su sonido clásico ni al rigor estético que le caracteriza). Además, Mulero ha conquistado su estatus usando una paleta de géneros (techno, drum & bass, música industrial) que nunca han tenido la credibilidad cultural que merecen (hablamos de música tan sofisticada y experimental como cualquier pieza de free jazz).

Turbulencias industriales

¿Veredicto de la noche? Asistimos a un show digno, de intensidad creciente, donde los beats se combinan con hipnóticos visuales, que van desde detalles de un bosque a geometrías digitales o paisajes urbanos modernos (el recorrido termina en Tokio). Los responsables de las imágenes son Fium, conocido colectivo asturiano, que además dirigen el prestigioso festival de electrónica visualLEV (Gijón).

¿Lo mejor de Biolive? Los últimos veinte minutos, dominados por los ritmos industriales, que demuestran que se puede sonar contundente sin renunciar a los matices. ¿Lo más flojo? Un arranque escaso de pegada, entregado a ritmos planeadores que remiten a pioneros de los años noventa como Aphex Twin, LFO o Autechre.

Hay que comentar que Biolive se hace íntegramente en directo, tanto la parte sonora como la visual. También que es un proyecto de largo alcance, que irá creciendo y mutando con el tiempo. Su debut hace unos meses en el centro de arte Laboral (Gijón) tuvo algunas turbulencias técnicas. El pase de Madrid era la segunda fecha y fue mucho más rodado. Lo más probable es que cada nueva actuación crezca respecto a la anterior.

Gritos y canguros

Verle en un teatro descoloca a cualquiera. No es normal entrar a una sesión de 'techno' pisando alfombra roja y rodeado de olor a palomitas

La experiencia de ver a Mulero en un teatro, especialmente en el Nuevo Apolo, descoloca a cualquiera. No es normal entrar a una sesión de techno pisando alfombra roja y rodeado de olor a palomitas (pocas debieron vender en el pase). Las conversaciones entre el público delatan el paso del tiempo. "Qué guay haber venido, pero en cuanto termine me piro, que he dejado al niño con la canguro, ¿vale?".

Un par de veces se escuchan quejas por el precio de las entradas, que van de quince a treinta y cinco euros (recordemos que el techno empezó en fiestas ilegales gratuitas o con entradas muy asequibles). No faltan los ataques de nostalgia. Un chico recuerda que la única vez que ha gritado en todas sus salidas nocturnas fue en una sesión de nochevieja de Mulero. "Piensas que no puede subir más, pero siempre sabe darle otra vuelta al sonido". Mulero lleva veinticinco años retorciendo ritmos y la mayoría de sus seguidores no se han aburrido (hasta el punto de pagar entrada y canguro para verle un martes).

La fiebre del DJ artista

En realidad, tanto el público como el artista se enfrentan a eso que llamamos la crisis de los cuarenta. Los pinchas clásicos buscan nuevos retos y prestigio cultural. Richie Hawtin, por ejemplo, ha puesto banda sonora a una escultura de Anish Kapoor, contagiándose del lenguaje pedante típico de los arquitectos globales. Esta conversación de diez minutos entre ambossuena tan vacía y pomposa que parece un Celebrities de La hora chanante (no hace falta saber inglés para darse cuenta). Jeff Mills lleva años dejando caer en sus entrevistas que la electrónica no debe renunciar a espacios como el museo (donde ya se ha hecho un hueco) o el hospital (le interesa la musicoterapia).

Mulero y Fium han escogido una opción más modesta y razonable: diseñar un espectáculo a medida de teatros y de esos auditorios ya habituales en festivales de verano (desde el SOS 4.8 al Sónar, pasando por el Primavera Sound).

La fiebre del DJ artista se ha saldado con resultados desiguales: desde los fallidos encuentros de Jeff Mills con orquestashasta el rodillo audiovisual de Alva Noto, todo un desafío para epilépticos (la tensión se multiplica al verlo en vivo).

La crisis de los cuarenta puede producir delirios de grandeza o encontrar nuevos caminos para la música electrónica. Es improbable que alguien tan sobrio como Óscar Mulero caiga en el primero de los vicios.

Madrid. Plaza Tirso de Molina. Martes 4 de marzo. El teatro Nuevo Apolo está empapelado con carteles de El nombre de la rosa, texto clásico de Umberto Eco. Cuando te acercas, a tamaño menor, aparecen posters de otros artistas programados en el recinto, como los dinosaurios rock Camel, los lacrimógenos Ecos del Rocío o el espectáculo Dos caraduras en crisis, de Arévalo y Bertín Osborne. Resumiendo: un menú entre el clasicismo y la caspa.

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