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'La colmena', Cela y la arcada franquista
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ven la luz los pasajes censurados de 'la colmena'

'La colmena', Cela y la arcada franquista

La Bibliteca Nacional presenta un manuscrito inédito de 'La colmena', en el que se pueden ver tanto las páginas censuradas como las eliminadas por el autor

Foto: Presentación del manuscrito inédito de 'La Colmena' (EFE)
Presentación del manuscrito inédito de 'La Colmena' (EFE)

El padre Andrés Lucas tuvo el privilegio de ser uno de los primeros españoles en leer La familia de Pascual Duarte, antes de que se publicara: “Novela de ambiente crudo, enfermizo en que todos los personajes son amorales, infrahumanos y se complacen en acciones repugnantes. El autor ha sabido apropiarse el estilo de nuestra picaresca y esto, creo, es lo único de positivo valor en esta obra. Sin ver recomendable su lectura, creo que pudiera tolerarse”. Gracias a la magnanimidad del censor eclesiástico, con fecha de 16 de junio de 1944, se editaron 300 ejemplares, al precio de 700 pesetas. Camilo José Cela trabajaba como censor de revistas y boletines en el ministerio de la reprensión.

Entre esta novela y La Colmena, llega al Servicio Nacional de Propaganda otra petición de libertad para una nueva novela de Cela: Nuevas andanzas y desventuras del Lazarillo de Tormes. El informe autoriza su publicación, no sin antes meter mano y tijera en unas cuantas páginas. El censor estaba escandalizado por las “verdaderas atrocidades y términos soeces” que manejaba el joven autor de 28 años. En el cajón de los descartes caen frases como: “Se dejase palpar por el escote”; “Como semental”; “A quien le hiciese la mamada”; “La teta no se daba vacía”; “Los culos”; “Las posaderas” y un largo etcétera que ponía en peligro el rico universo blasfemo que ya gastaba el tierno Cela.

Dionisio Ridruejo, de jefe de censores a autor censurado, situaba el relajamiento de la censura en 1963. Hasta entonces, ni un respiro. Patrullaban para erradicar la literatura popular de la actividad de los quioscos y librerías, en nombre de la verdadera cultura y de los principios morales del régimen impuestos aquellos días por el timón del ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias-Salgado. El resultado literario era una composición a cuatro manos, las del autor y las de la censura, a la que Antonio Buero Vallejo se refería como sus “limitaciones expresivas”.

placeholder Presentación manuscrito inédito 'la colmena'

Los censores eran funcionarios o aspirantes, dotados de una mezcla explosiva contra la palabra escrita: un desmedido genio servil y notables ínfulas de literato frustrado. A partir de ahí, podía pasar de todo. Los sueldos que recibían no eran altos, por un libro de 200 páginas cobraban 100 pesetas. En otros idiomas, la cuota ascendía alrededor de las 50 pesetas. Así que tenían que trabajar mucho y muy rápido. En carta dirigida al director general de Información, en demanda de mejoras salariales, el colectivo censor apuntaba, en 1956, que un lector daba cuenta de 500 obras mensuales. Así que hay que imaginarles precipitándose por los renglones, tratando de atrapar al vuelo alguna imprudencia de su enemigo el autor.

En esas, Cela mandó La colmena al matadero. Fecha de petición de censura previa: 7 de enero de 1946, inicio de una larga sangría que acabaría con la obra original, pero no con la paciencia del autor, que vería como en 1963 llegaba a la calle aquella novela llamada a cambiar el rumbo de la narrativa española. Argentina la publicó 12 años antes.

La obra tiene considerable color literario y podría autorizarse con tachaduras en las páginas 9, 10, 50, 52, 53, 86 y 87, y aconsejando al autor atenerse algunas de las escenas que reitera

Los responsables de Ediciones del Zodíaco eran conscientes de lo que tenían entre manos y ya avanzaban en una nota final para el censor: “A petición de los editores, el autor ha suprimido algún que otro trozo del texto original”. La disposición al recorte era absoluta, pero ni con esas: en el Archivo General de la Administración (AGA) de Alcalá de Henares, se conserva el repertorio interminable de la burocracia de la represión. Expedientes, peticiones, recusaciones, nuevos informes… Y el perdón no llegaba.

La Biblioteca Nacional recupera algunas de aquellas hojas que fueron apartadas por el propio Cela a las que se refieren los editores. La historia va cerrándose. Son diez páginas que se conservaban en la casa de campo, cerca de Burdeos, del hispanista Noel Salomon, que su hija encontró al preparar la casa para su venta. El alto contenido erótico, pornográfico y lésbico parece que hicieron tomar precaución al escritor.

Ni siquiera la artimaña de recurrir a los elogios de escritores notables que ya habían reseñado las otras obras de Cela iba a resultar. Los censores no estaban dispuestos a dejar pasar el mayor de los insultos al credo que debían defender. Buenas palabras de Pío Baroja, de Giménez Caballero, de González Ruano, de Dámaso Alonso, de Carmen Laforet, de José María Pemán, de Torrente Ballester. Y el que debía ser el cómplice definitivo: Leopoldo Panero, autor y censor, que había escrito en alguna revista sobre el torturado desde la completa la lisonja y el halago: “Sólo una personalidad tan instintivamente poética, tan cabal y tan rica como la de Camilo José Cela…”

Las adulaciones se le debieron olvidar a Panero el día en que cayó en sus manos la responsabilidad de trocear hasta la ruina la obra magna de Cela. Ese maldito 7 de enero escribe el padre de la saga de escritores más desencantados: “Novela realista del Madrid coetáneo con descripciones crudas del bajo ambiente social. La obra tieneconsiderable color literario y podría autorizarse con tachaduras en las páginas 9, 10, 50, 52, 53, 86 y 87, yaconsejando al autor atenerse [sic] algunas de las escenas que reitera”.

placeholder Camilo José Cela en la Feria del Libro de Miami en 1994 (CC)

Puño y letra de Leopoldo, el represor. El mismo que alaba, condena. El mismo que honra, oprime. Libertad y represión en el mismo bolígrafo que en sus ratos libres defiende el ejercicio de la creatividad sin concesiones y en su jornada laboral fulmina todo rasgo de liberación. Un giro propio de un drama griego o franquista.

Los superiores de Panero querían otra opinión. Quizás más objetiva, quizás más sangrante. Y una semana más tarde ya tienen la sentencia de un viejo conocido de Cela, el reverendo Andrés de Lucas. Las conclusiones del sacerdote en el informe de la Dirección General de Propaganda: “¿Ataca aldogma o a la moral? Sí”; “¿Ataca a las instituciones o al Régimen? No”; “¿Tiene valor literario o documental? Escaso”.

Destrozó sin compasión el libro: “Se sacan a relucir los defectos y vicios actuales, especialmente los de tipo sexual. El estilo, muy realista, a base de conversaciones chabacanas y salpicado de frases groseras, no tiene mérito literario alguno. La obra es francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente”. El mecanoscrito que conserva el AGA es el escenario de un crimen, repleto de tachaduras en rojo, gestos irracionales de la arcada del censor. Hoy recuperamos parte de la voz que temió a la reprensión. Y quizá pueda incorporarse en futuras ediciones, para derrotar a las “limitaciones”.

El padre Andrés Lucas tuvo el privilegio de ser uno de los primeros españoles en leer La familia de Pascual Duarte, antes de que se publicara: “Novela de ambiente crudo, enfermizo en que todos los personajes son amorales, infrahumanos y se complacen en acciones repugnantes. El autor ha sabido apropiarse el estilo de nuestra picaresca y esto, creo, es lo único de positivo valor en esta obra. Sin ver recomendable su lectura, creo que pudiera tolerarse”. Gracias a la magnanimidad del censor eclesiástico, con fecha de 16 de junio de 1944, se editaron 300 ejemplares, al precio de 700 pesetas. Camilo José Cela trabajaba como censor de revistas y boletines en el ministerio de la reprensión.

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