Es noticia
Manu Leguineche, el rastreador de historias
  1. Cultura
EL PERIODISTA FALLECIÓ AYER a los 72 años

Manu Leguineche, el rastreador de historias

Fue siempre un hombre pródigo en historias. Y lleno de curiosidad, que le llevaba a interesarse por todos los asuntos que pudieran contener una historia

Foto: La periodista mexicana Lydia Cacho (c) conversa con Manu Leguineche. (EFE)
La periodista mexicana Lydia Cacho (c) conversa con Manu Leguineche. (EFE)

Manu Leguineche fue siempre un hombre pródigo en historias. Y lleno de curiosidad, que le llevaba a interesarse por todos los asuntos que pudieran contener una historia. Tuve ocasión de conocerlo, de tratarlo y de ser editor, junto a Elena Ramírez, de varios de sus libros a lo largo de quince años. Primero, en la editorial El País-Aguilar y posteriormente en Seix Barral.

Como escritor era un hombre que relataba la vida de los otros desde el mismo punto de mira que Hemingway, buscando al otro lado de la mirada una especie de verdad o de inocencia que, por desgracia, nunca existía. Tenía debilidad por los héroes incomprendidos y olvidados, por los fracasados de la Historia. Y olfateaba como nadie dónde podía haber un hecho que acabara siendo un relato. Algunos lo llaman a eso periodismo, otros lo llaman una manera de hacer literatura. Encontró un camino propio entre ambas sendas.

Sobrevolaba por el mundo adanesco y aventurero de Leguineche una mezcla de soledad y melancolía que perduraba en él más allá del éxito, que tuvo, y mucho. Éxito que le llegó con Los topos, el libro que escribió con Jesús Torbado y que supuso una acto de justicia con la Guerra Civil; y lo mantuvo con sus libros sobre los últimos de Filipinas, la guerra de Marruecos, la leyenda del explorador Thesiger, la travesía del Volga, la guerra de Vietnam, los recuerdos de los amigos, los mitos de la guerra de Cuba, y tantas otras historias en casi treinta libros. Llevaba dentro un héroe trágico también, amante de la vida y de los riesgos por jugársela.

Como escritor, ante un editor era casi invisible: lo aceptaba todo. Proporcionaba el texto y luego nos sumía en un mar de recortes de prensa en los que se apoyaba como base documental; nadaba entre noticias de todas épocas y lugares. Las propuestas de cubiertas, las correcciones, las sugerencias eran todas aceptadas con el humor y la bondad de un hombre que ya estaba pensando en su libro siguiente. Iba por delante de sí mismo. Pensaba mañana, como El perseguidor de Cortázar. Su generosidad no solo era algo con que gratificaba al editor facilitándole el trabajo, sino que también era un gesto que regalaba por doquier, a otros colegas, a otros escritores.

Recuerdo que siempre hablaba del hijo de Errol Flynn, que fue corresponsal de guerra en Vietnam, donde cayó abatido. Lo había convertido en un mito privado. Era ese el extraño héroe que llevaba dentro, quería escribir su historia solo por el placer de recordársela a otros, a los lectores. Pero se ha muerto sin escribir el libro del que siempre que nos veíamos hablábamos: un libro personal sobre Hemingway, cuya mirada de cazador extasiado ante la vida siempre le turbó y le atrajo. Pero algo le frenaba para hacerlo. Quizá la excusa era que, en el fondo, temía los finales desesperados. Como buen dinosaurio de la escritura y de la información, detestaba los finales abruptos. ¿Para qué acabar algo que merecería ser prolongado?, decía. Era un gran rastreador de historias.

Lo echaremos de menos, aunque ya lo echábamos de menos desde hacía tiempo.

Manu Leguineche fue siempre un hombre pródigo en historias. Y lleno de curiosidad, que le llevaba a interesarse por todos los asuntos que pudieran contener una historia. Tuve ocasión de conocerlo, de tratarlo y de ser editor, junto a Elena Ramírez, de varios de sus libros a lo largo de quince años. Primero, en la editorial El País-Aguilar y posteriormente en Seix Barral.

Periodismo Literatura
El redactor recomienda