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Los Mongolia dan el cante
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la revista satírica entra en escena

Los Mongolia dan el cante

La joven memoria democrática de este país recuerda episodios de intransigencia en las faldas el teatro siempre que éste ha levantado su espejo para devolverle la

Foto: La redacción de 'Mongolia' al completo. (FOTOS: Guadalupe de la Vallina)
La redacción de 'Mongolia' al completo. (FOTOS: Guadalupe de la Vallina)

La joven memoria democrática de este país recuerda episodios de intransigencia en las faldas el teatro siempre que éste ha levantado su espejo para devolverle la imagen que todos callan. Ha habido apaleamientos a actores en medio de la función, artefactos explosivos en el patio de butacas, agresiones y amenazas a directores. El repertorio de coacciones para mandar callar a la escena se mide por el número de provocaciones inversamente proporcional. Porque el teatro hiere como el puñal que atraviesa la carne de la conciencia del corrupto, del tramposo, del delincuente, del estafador, del déspota, del opresor. El teatro vuelve carne la palabra y le pone rostro. Ya no se la lleva el viento, queda, duele. ¿Qué ocurre cuando una revista satírica se personifica en escena? Que hay más provocación que teatro. ¿Qué cuando la Revista Mongolia se plantea un musical sobre España? Que nadie canta, pero todos dan el cante. ¿Qué sucede cuando el día del estreno de la obra un juez imputa a la infanta Cristina? Que el espectáculo está garantizado.

Cuatro días y antes de que arranque el carrusel protesta ya se ha vendido todo. Es el primer éxito sonado de la Sala Mirador bajo la tutela de Juan Diego Botto, una muestra de la relevancia que ha adquirido la publicación en un año y medio y un paso insólito en la trayectoria de un producto de venta en los quioscos que siguen abiertos. Cuando aquel grupo de seis apostó por la emancipación de las grandes empresas periodísticas y en contra de la gratuidad del periodismo, pocos podían imaginar que un poco de barrabasada combinado con otro poco de rigor, fuera a tener tirón. Es la causa de su triunfo lo que ahora les lleva a subirse las tablas: España, esta España, la del récord de parados, la de los desahucios, la de la indefensión, la de la corrupción, la de la desigualdad y la injusticia.

placeholder Eduardo Galán y Darío Adanti en acción.

Eduardo Galán y Darío Adanti son los damnificados. Toman las riendas de la creación, a ratos ponen la cara –tienen mucha- y a ratos la cinta. Porque Mongolia el musical es, en realidad, el embrión de lo que podría estar por venir -quién sabe- en la evolución del disparate crítico: un canal de televisión en Youtube. Sobre el fondo del escenario se proyecta la voz de la conciencia del chiste, mientras ellos dos toman la palabra –todo lo que sus tablas les permiten- para ajustar cuentas con el racismo, la homofobia, el mangoneo, el choriceo, el jubileo y ¿ya hemos mencionado la corrupción? Pues la corrupción y la Casa Real.

Los protagonistas de todo este tinglado son los mismos que protagonizan la vida de los españoles: Rajoy, Rubalcaba y los Borbones y aledaños. Ante un público cautivo y desarmado se rieron de lo que todos sabemos: que somos el del medio del chiste, el que se cae, el que tropieza, el que se la pega, el que no aparece porque son dos y se cae el que no está, el que no cuenta, pero las recibe todas. Alternan su voz empapada en monólogos sardónicos con montajes audiovisuales eficaces y efectistas. Pero las expectativas eran altas y el público se quedó con ganas de más –ni con cuchufletas en verso-. A fin de cuentas, ¿qué le puedes pedir a una lata de gasolina y un mechero?

Anoche quedó claro que Mongolia es una tierra de papel. Son las falleras del quiosco, mandando a la hoguera todo lo que molesta, para regocijo de su público. En su exploración de nuevas fronteras han perdido mordiente. Quizás sea el peso de las cinco demandas en trámite, quizás que juegan fuera de casa y deben cuidar sus formas. Sea como fuere, hay momentos incendiarios para regocijo de la complacencia del respetable mongol, como el repaso de Galán a la foto de la familia real, la última al completo, la del verano de 2007, al grito de “Froilán futuro liberador de la tercera república”. También puede que todo sea un espejismo y que después de haber subido tanto el listón de la sátira ya ni pique que Galán se coma el prepucio de Cristo en escena.

La joven memoria democrática de este país recuerda episodios de intransigencia en las faldas el teatro siempre que éste ha levantado su espejo para devolverle la imagen que todos callan. Ha habido apaleamientos a actores en medio de la función, artefactos explosivos en el patio de butacas, agresiones y amenazas a directores. El repertorio de coacciones para mandar callar a la escena se mide por el número de provocaciones inversamente proporcional. Porque el teatro hiere como el puñal que atraviesa la carne de la conciencia del corrupto, del tramposo, del delincuente, del estafador, del déspota, del opresor. El teatro vuelve carne la palabra y le pone rostro. Ya no se la lleva el viento, queda, duele. ¿Qué ocurre cuando una revista satírica se personifica en escena? Que hay más provocación que teatro. ¿Qué cuando la Revista Mongolia se plantea un musical sobre España? Que nadie canta, pero todos dan el cante. ¿Qué sucede cuando el día del estreno de la obra un juez imputa a la infanta Cristina? Que el espectáculo está garantizado.

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