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Coleccionismo español, una historia en “b”
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una actividad “oscura” y “escasa”

Coleccionismo español, una historia en “b”

Cuando alguien vuelca su voluntad personal en apoyar a un proyecto que beneficia a la comunidad hablamos de mecenas, pero si éste, además, se orienta a

Foto: Una subasta en Londres de 14 cuadros nunca vistos de Salvador Dalí, el pasado junio. (Efe)
Una subasta en Londres de 14 cuadros nunca vistos de Salvador Dalí, el pasado junio. (Efe)

Cuando alguien vuelca su voluntad personal en apoyar a un proyecto que beneficia a la comunidad hablamos de mecenas, pero si éste, además, se orienta a la conservación y la creación del patrimonio artístico es un coleccionista. Ni uno ni otro tienen en España su hábitat natural. El banquero Isidro Fainé, presidente de ‘la Caixa’ dice que todavía están por desarrollar la promoción de cambios estructurales, legales y fiscales, que “mejoren y faciliten la actividad de los agentes que participan en la conservación del patrimonio y la creación artística” de este país.

Fainé es rotundo en sus conclusiones en la presentación del extenso informe sobre la historia del coleccionismo de arte en España, que acaba de publicar la Fundación Arte y Mecenazgo de ‘la Caixa’: la formación de la sociedad en el arte “es una asignatura pendiente”. Se trata de un riguroso análisis de la historia del coleccionismo, en el que se aclara que “apostar por la cultura y permitir a la población acceder a su riqueza fomenta el crecimiento social, construye identidad y constituye además un potencial económico con un alto índice de creación de empleo”.

Es una apuesta, una reclamación y, de momento, una asignatura pendiente, un agujero negro. El informe firmado por la historiadora del arte María Dolores Jiménez-Blanco, El coleccionismo de arte en España. Una aproximación desde su historia y su contexto, concluye que “el coleccionismo privado español sigue siendo escaso y, sobre todo, silencioso”. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

En el informe se detalla cómo el coleccionismo público ha vivido desde la Transición democrática un auge absolutamente desconocido en la historia anterior del país. Lo cual no significa que haya estado acompañado por la “transparencia”. Reconoce una euforia por el auge del coleccionismo en los años en los que la península se inundaba de museos y centros de arte que hubo que colmar de arte: “No hay duda de que primó el objetivo cuantitativo sobre el cualitativo”.

Tampoco se han creado colecciones de calidad, coherentes y representativas. Aunque apunta que hay alguna excepción, sin mencionarla. Pero el escrito va más allá y señala cómo las administraciones han comprado obra de arte con sospechosas inclinaciones: “Son incontables conjuntos, a veces muy abultados, de propiedad pública, semipública o privada de acceso público, en los que otros intereses pesaron tanto o más que los puramente artísticos”. Hasta que llegó la crisis y la compra se detuvo hasta desaparecer.

En la genealogía del coleccionismo español hay una Edad Dorada con Felipe IV (siglo XVII) y una dorada especulación, gracias a los centros de arte levantados entre 1980 y 2010, cuando los emplazamientos públicos se llenaron de humo. Los parlamentos autonómicos, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos se lanzaron a competir en la compra de obras de arte para ganar visibilidad y poco más, porque a pesar del esfuerzo económico “no se logró situar al coleccionismo español en el nivel de otros países europeos”.

placeholder Las filas de personas a la espera de acceder a la exposición de dalí, en el museo reina sofía. (efe)

Ahora despertamos de la prosperidad irreal, con estudios como este, que se expresa con claridad sobre nuestro pasado más reciente: “Parece lícito preguntarse cuánto hubo de impostura en todo aquello”. “Su rápido y fugas brillo, como de bengala, era la otra cara de la moneda de su fragilidad, marcada por la falta de una solidez que sólo se consigue con la continuidad”. Para eso hacen falta planes estratégicos y proyectos que piensen más allá de las legislaturas.

Y el mayor problema de todos con los que se ha enfrentado el patrimonio cultural, y el arte contemporáneo en particular: la opacidad, que ha hecho mucho a favor de la infravaloración y del distanciamiento entre la sociedad y el coleccionista. Porque buena parte de esta actividad ocurre “fuera del alcance de los focos de la historia documentable”. Y de la fiscalidad, en consecuencia. Patrimonio no desvelado, ni difundido, es patrimonio inexistente. El estudio indica que no sólo impide la valoración crítica y su conservación, sino que crea una imagen “de rasgos algo borrosos”. Insistiendo en el oscurantismo.

El escrito de María Dolores Jiménez-Blanco realiza un detallado itinerario por el pasado más reciente, en el que aclara el proceso azaroso con el que se institucionalizó el arte moderno y contemporáneo en nuestro país. Hasta llegar a nuestros días en los que asegura que a pesar del camino recorrido, el coleccionismo privado sigue siendo “un asunto pendiente”. Y una conclusión difícil de tragar, aunque todos seamos conscientes de ella: “Aquel proceso de ilimitadas edificaciones de museos y centros de arte no dio como resultado automático la educación estética de la población, ni tampoco cambió su mentalidad acerca de lo que significa socialmente la adquisición de arte”. A esta peculiar situación española no ayudan tampoco a levantar el vuelo ni el 21% de IVA, ni la falta de una ley de mecenazgo a la altura de las circunstancias.

Cuando alguien vuelca su voluntad personal en apoyar a un proyecto que beneficia a la comunidad hablamos de mecenas, pero si éste, además, se orienta a la conservación y la creación del patrimonio artístico es un coleccionista. Ni uno ni otro tienen en España su hábitat natural. El banquero Isidro Fainé, presidente de ‘la Caixa’ dice que todavía están por desarrollar la promoción de cambios estructurales, legales y fiscales, que “mejoren y faciliten la actividad de los agentes que participan en la conservación del patrimonio y la creación artística” de este país.