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Kafka se echa novia
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correspondencia entre el escritor y felice bauer

Kafka se echa novia

“Señorita: Ante el caso muy probable de que no pudiera usted acordarse de mí lo más mínimo, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka, y

Foto: Una escena de ‘Kafka enamorado’, obra representada entre marzo y abril de 2013, en el CDN. (Marta Vidanes)
Una escena de ‘Kafka enamorado’, obra representada entre marzo y abril de 2013, en el CDN. (Marta Vidanes)

“Señorita: Ante el caso muy probable de que no pudiera usted acordarse de mí lo más mínimo, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka, y soy el que le saludóa usted por primera vez una tarde en casa del señor director [Adolf] Brod, en Praga, luego le estuvo pasando por encima de la mesa, una tras otra, fotografías de un viaje al país de Talía, y cuya mano, que en estos momentos está pulsando las teclas, acabó por coger la suya, con la cual confirmó usted la promesa de estar dispuesta a acompañarle el próximo año en un viaje a Palestina”. Kafka firma esta carta el 20 de septiembre de 1912 y confiesa que es poco puntual en su correspondencia, a pesar de que en los siete siguientes meses a su primer encuentro con Felice Bauer llega a escribirle hasta tres por día. Kafka había caído a primera vista.

Kafka enamorado: Cartas a Felice. Correspondencia de la época del noviazgo (1912-1917), recoge todas esas palabras desesperadas del autor de La metamorfosis (1915) -que publicará la editorial Nórdica la semana que viene- teclea a aquella joven que conoció por casualidad el 13 de agosto de aquel año. Dos días después de la primera carta, escribe en una noche La condena. Pero Felice no responderá hasta tres semanas después de la primera de Kafka. El escritor no deja pasar ocasión para cuando le responde por primera vez de preguntarle por el futuro de esa relación que crece y se enriquece, básicamente, en su imaginación: “Aún no es el final, y además una preguntita difícil de contestar: ¿cuánto tiempo puede conservarse el chocolate sin que se eche a perder?”. Kafka jugaba fuerte con las metáforas.

Y Felice, directiva de una firma comercial de Berlín, en constante viaje de negocios, moderna, independiente económicamente, se rindió a la palabra de Kafka. Pero la relación terminó con drama a pesar del amor que terminaron sintiendo el uno por el otro. La relación se convirtió en un malentendido continuo, que les hizo sufrir a ambos hasta abandonar sus planes de matrimonio, tras tres intentos. Del compromiso a la ruptura.

Kafka se echó atrás. Pánico a la vida matrimonial, a aburguesarse, a ordenarse en una familia, a abandonar su ambición artística.

El 23 de noviembre de 1912 le confiesa -muy acelerado por la emoción- que acaba de escribir un cuento cuya historia es “un poco terrorífica” y que en vez de mandárselo preferiría leérselo él. “Se llama La metamorfosis, te daría un miedo espeluznante, pero tú a lo mejor sentías agradecimiento, pues miedo es, por desgracia, lo que te debo de estar dando todos los días con mis cartas

La primera carta pidiéndole la mano es del 10 de junio de 1913. Para entonces ya mostraba a su amada su desesperación ante la falta de respuestas y de entrega completa, como él hacía: “La indecisión hace que apenas pueda mover la mano para escribir. De nuevo un cese en tus cartas, como viene ocurriendo ininterrumpidamente desde hace ya meses. De igual modo que mis cartas desde hace meses no han sido otra cosa que una petición de noticias, como si fueras un ser completamente extraño, incapaz de imaginarse los sufrimientos de aquel que espera una noticia”.

Muy dramático y absolutamente hipocondríaco: “Sin duda te das cuenta de mi peculiar situación. Dejando aparte cualquier otra cosa, lo que se interpone entre tú y yo es el médico […] Como ya queda dicho, nunca he estado verdaderamente enfermo, y sin embargo lo estoy”.

Tras el preámbulo del médico de cabecera, pide que piense casarse con él, de una forma muy peculiar. Podríamos decir que kafkiana… “Piénsalo, Felice, de cara a esta incertidumbre no resulta fácil pronunciar la palabra, y además sonaría extrañamente. Es demasiado pronto para decirlo. Pero después será también demasiado tarde, después no habrá ya tiempo para discutir ese tipo de cosas, las que mencionas en tu última carta. Pero tampoco cabe demorarse un tiempo demasiado largo, al menos esa es la sensación que yo tengo, y por eso te pregunto: ¿Querrás —teniendo en cuenta las ineluctables premisas arriba mencionadas— reflexionar y llegar a una conclusión respecto a si quieres ser mi mujer? ¿Querrás hacerlo?”.

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La segunda vez que le pide la mano, en enero de 1914, lo hace con más miedo que valentía, porque Felice ha sembrado de dudas la posibilidad de pasar una vida juntos, como matrimonio. Kafka hace mil aguas y su martirio crece. Él solo, con su escritura, alimenta y hunde la relación, varía a fuerza de monologar con alguien que le contesta tarde, mal y rompe sus altas expectativas: “Pero ocurre también que tú no tomas totalmente en serio el mantenimiento de nuestra correspondencia. ¿Resultado? El tormento de la espera y las cuartillas repletas de quejas. Todo quedaría reducido a esto. De forma que las cosas se irían resquebrajando y el dolor último sería aún mucho mayor y mucho más impuro. No haremos tal cosa, sería superior a nuestras fuerzas y a nadie beneficiaria. No tienes más que fijarte en el efecto que el tiempo está obrando ya sobre esta relación puramente epistolar, apenas han pasado dos meses desde la última vez que me escribiste y, sin que te des cuenta de ello, en algunos breves pasajes de tu carta se cuelan frases prácticamente hostiles. No, Felice, así no podemos seguir viviendo”.

Pero aunque suene a ruptura, en realidad llama a su amada a reorientar la relación, a volver a creer en ella. De hecho, el primero de mayo Felice llega a Praga desde Berlín, para buscar una vivienda común. Kafka alquila a mediados de mayo un apartamento de tres habitaciones en Langengasse 923/5. Y a finales de mayo Kafka viaja a Berlín, acompañado de su padre, para celebrar la petición oficial de mano. Los Bauer reciben a los Kafka el 1 de junio. Pero Felice no termina de decidirse y Franz escribe a su suegra, Anna: “Si la que no se da prisa es Felice, ¡empújale un poco, querida madre, sin que se dé cuenta!”. El 12 de julio sucede la ruptura del compromiso matrimonial.

Ese es el motivo por el que Julie, la madre de Franz, escribe a Anna para aclararle a la madre de Felice que su hijo es especial. Quizá no sea cariñoso, pero es buena persona: “Me consta que Franz, a su manera, sentía gran cariño por Felice. Ahora bien, Franz jamás ha poseído el don de mostrar su amor como lo exteriorizan otras personas. A mí me quiere tiernamente, de ello estoy convencida, pero, sin embargo, nunca me ha dado muestras de especial ternura, y tampoco a su padre y a sus hermanas, pese a lo cual Franz es la mejor persona que te pueda imaginar”.

A principios de julio de 1917 sucede el segundo compromiso matrimonial, con Felice en Praga. Sin embargo, el 25 de diciembre ella vuelva a visitarlo a Praga, de nuevo para romper el compromiso.

El uno de octubre de 1917, su penúltima carta incluida en este maravilloso libro, le confiesa su mala salud y la poca esperanza que tiene de superar la enfermedad, con la digresión subordinada habitual en sus cartas. “Voy a decirte un secreto en el que yo por mi parte en estos momentos no creo en absoluto, pero que tiene que ser verdad: jamás recobraré la salud. Ni más ni menos que porque no se trata de una tuberculosis a la que se le coloca en la tumbona y a la que se cuida hasta su curación, sino que se trata de un arma cuya necesidad seguirá siendo extrema mientras yo continúe con vida. Y ambas no pueden continuar con vida”.

“Señorita: Ante el caso muy probable de que no pudiera usted acordarse de mí lo más mínimo, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka, y soy el que le saludóa usted por primera vez una tarde en casa del señor director [Adolf] Brod, en Praga, luego le estuvo pasando por encima de la mesa, una tras otra, fotografías de un viaje al país de Talía, y cuya mano, que en estos momentos está pulsando las teclas, acabó por coger la suya, con la cual confirmó usted la promesa de estar dispuesta a acompañarle el próximo año en un viaje a Palestina”. Kafka firma esta carta el 20 de septiembre de 1912 y confiesa que es poco puntual en su correspondencia, a pesar de que en los siete siguientes meses a su primer encuentro con Felice Bauer llega a escribirle hasta tres por día. Kafka había caído a primera vista.

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