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La corrupción tiene quien le escriba
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La corrupción tiene quien le escriba

'Los corruptores' es una novela negra, pero no solo eso. El periodista Jorge Zepeda muestra la debilidad de las instituciones democráticas en la actualidad

Foto: El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, no sale bien parado en la primera novela de Jorge Zepeda. (Efe)
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, no sale bien parado en la primera novela de Jorge Zepeda. (Efe)

Jorge Zepeda Patterson insiste en que ha querido hacer un thriller político. Suspense puro y duro –como el que recuerda no haber dejado de beber a trompicones nunca- sobre las miserias del poder y las de los demás. Es su primera novela, Los corruptores (Destino), un pelotazo sideral sobre caudillismos en tiempos de democracia, protagonizada por un prestigioso periodista en horas bajas, que investiga la muerte de una mujer porque en ello le va la vida. Hasta aquí, un clásico de novela negra sazonada con la actualidad mexicana: el PRI es un partido todopoderoso en noviembre de 2013, ha regresado al Gobierno que se le denegó durante los dos sexenios del PAN y todo apunta a que la vieja dictadura será desempolvada para perfeccionarla.

Pero hay un más allá que aleja esta novela del clásico canon de entretenimiento. Es un caramelo amargo, trabajado a partir de los off the record de este periodista con casi tres décadas de oficio. Todos esos testimonios interesados, todos esos secretos sin documentar, esas llamadas con información incontrastable que se han ido almacenando en su archivo y que demuestran que con el periodismo no basta para denunciar que “lo importante en la vida de los ciudadanos no trascurre en el parlamento, sino en una sobremesa entre empresarios y presidentes mientras definen la letra chica de los proyectos de ley”. Todo eso es el material con el que Zepeda ha tejido la red de corrupción que salvará al periodista, aunque sea lejos de un periódico y en forma de novela.

Jorge Zepeda. Porque en realidad este libro es un manifiesto de principios. El autor nunca afirmaría tal cosa de su libro, porque el propósito, su propósito, ha sido contar una historia de amistad entre cuatro amigos que permanecen unidos hasta el momento en que sabemos de sus vidas, deben tener unos cincuenta y tantos años. Amistades de largo aliento que se cruzan en las cloacas. El periodista, la política, el espía, el idealista y un país en el que “quien no transa, no pasa”. Pisar a los demás está justificado en un país hecho trizas por la cultura del éxito como valor único, que ha puesto en bancarrota las convicciones, que ha convertido a la moral y al éxito en un estorbo y que ha comprado sin rechistar la falsa ecuación felicidad es igual a éxito o viceversa. Hablamos de México, aunque el asunto les suene muy cercano.

Un cliché real

Acerca de los principios que esconde Los corruptores, se apoyan en un periodista que trabaja sobre la realidad y su experiencia es aprovechada para contar lo importante, es decir, el estrechón de manos bajo la mesa, no la firma sobre ella. Es inevitable pensar en el otro periodista que hizo de la novela negra un género de denuncia: Stieg Larsson. Ambos cuentan con un reportero como pieza clave de la trama, el de Zepeda es Tomás -protagonista antihéroe- y el del sueco Mikael Blomkvist.

“Es cierto, he proyectado en el periodista lo que ha sido la figura arquetípica del detective de las novelas negras. El cliché del cínico, cercano a los mundos deprimentes, pero con una reserva de moral y de lucha por el bien”, explica el autor, director del diario www.sinembargo.mx. Además, no tenía más remedio que crearse un personaje a su medida: “En México es imposible hacer una novela que tenga por detective al personaje central, porque no hay un detective honesto que desvele un crimen que ponga en peligro a sus jefes. Todavía es más creíble el caso de un periodista”, a fin de cuentas estos también se han curado la inocencia con la experiencia.

Y a pesar de todo, a pesar del papel del periodismo como última oportunidad para la supervivencia moral en una sociedad corrupta y corruptora, este escritor es un periodista que acude al libro para ser libre y poder contar lo que no ha podido escribir sobre los malos en un periódico. Por lo tanto, finalmente el motivo es traicionado. Aunque Zepeda prefiera manejar términos menos absolutos: “Que con el periodismo no baste, no significa que haya que echar por la borda al periodismo. En sociedades como la nuestra, donde la Justicia se ha mostrado ineficiente y con tantas connivencias con el poder, el periodismo debe llenar huecos y hacer papel de fiscal de los intereses del público. Esto sucede en México y en España: los vicios públicos son mostrados en las páginas de los periódicos y sólo entonces la Justicia lo aborda. El papel del periodista como fiscalizador de las malas prácticas de la vida pública es necesario”, asegura.

No es suficiente

Allá donde el periodismo no puede entrar, la literatura no encuentra barreras. “No es casual que en países donde la Justicia sea más falible, autores como Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez o Miguel Ángel Asturias, hayan hecho radiografías del poder en un afán de tratar de entender las pulsiones, las fobias, las filias, los códigos privados del poder”, explica Zepeda. Esa es la zona en la que crece Los corruptores, donde entra a describir el ADN de la corrupción, en el análisis de la antropología de la clase política. Mientras el periodismo se limita a la descripción, la literatura indaga hasta responder al porqué de ciertas pulsiones del poder. Jorge Zepeda ha logrado vincular pruebas con ficción, enjugar mentira con verdad y que le creamos. Verosimilitud.

También es una novela de resistencia a la traición personal. Los amigos leen de adolescentes 1984, un guiño personal y descarado del escritor mexicano, para desvelar las intenciones de la propia novela como alegoría sobre la libertad individual y su negación en un Estado autoritario. De adultos cambian a Orwell por las cloacas. Sus intereses apestan, sus vidas se degeneran, pero Orwell no se olvida nunca parece decirle al lector.

El autor de Rebelión en la granja debe ser uno de los pocos remedios contra las “dictaduras democráticas”. Ojo, llegamos al corazón de este libro. La discusión que late bajo la intensa trama de thriller es la debilidad de las instituciones democráticas frente a las decisiones políticas. Qué paradoja. La traición al sistema de quien vive del sistema, por culpa de un mercado que avanza mucho más rápido que las leyes.

En ese sentido, el modelo de Putin sobrevuela toda la novela como la amenaza del debilitamiento de las estructuras democráticas y el regreso del autoritarismo. Zepeda cuenta que con la caída del PRI se arribó a una primavera libre que pilló al país sin los deberes democráticos hechos. Hubo un vacío aprovechado por los poderes más importantes para hacerse con más espacio con monopolios, crimen organizado... “Con cargo a lo que creíamos que iba a ser una democracia”, los sueños rotos. Y Zepeda introduce el nombre del todopoderoso: Carlos Slim, de quien asegura que no para de crecer porque “no tiene cortapisas en la expansión de su imperio, nadie le exige revisión de cuentas, no hay un poder central fuerte”. También aparecen los Berlusconi, los Kichner y los Gil y Gil de Marbella. Sí, Jorge Zepeda no parará en su segunda novela de desentrañar el ADN del corrupto. En España tiene un buen sembrado.

Jorge Zepeda Patterson insiste en que ha querido hacer un thriller político. Suspense puro y duro –como el que recuerda no haber dejado de beber a trompicones nunca- sobre las miserias del poder y las de los demás. Es su primera novela, Los corruptores (Destino), un pelotazo sideral sobre caudillismos en tiempos de democracia, protagonizada por un prestigioso periodista en horas bajas, que investiga la muerte de una mujer porque en ello le va la vida. Hasta aquí, un clásico de novela negra sazonada con la actualidad mexicana: el PRI es un partido todopoderoso en noviembre de 2013, ha regresado al Gobierno que se le denegó durante los dos sexenios del PAN y todo apunta a que la vieja dictadura será desempolvada para perfeccionarla.

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