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Millones de dólares y sombras sobre el maná de los generales traidores
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LOS SOBORNOS A GENERALES DE FRANCO Y MARCH (y VI)

Millones de dólares y sombras sobre el maná de los generales traidores

Consecuentes con su objetivo los británicos fueron extremadamente generosos con los sobornos para lograr de los generales su favor contra Hitler

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Los militares y escasos políticos sobornados en divisas o pesetas, salvo que se demuestre lo contrario, no supieron de su procedencia última. Esto significa que no cabe acusarles mecánicamente de haber obrado a incitación de una potencia extranjera (los británicos sospechaban que otros sí recibían dinero del Eje al igual que un montón de periodistas cortesanos). Kindelán había complotado con los fascistas antes de julio de 1936, basado probablemente en el dinero de March, y si Orgaz lo ignoraba (lo que es mucho suponer) sabía de primera mano cómo Franco se apresuró a pedir ayuda a Hitler. No es posible descartar que algunos conociesen el origen último de los fondos.

Consecuentes con su objetivo los británicos fueron extremadamente generosos. Los documentos disponibles no permiten conocer el número de personas que se beneficiaron ni en qué cuantía lo hicieron. Es posible que, junto con los nombres, Hillgarth también informara de ello a Churchill. Si se mantuvieron las sumas que figuraron en el proyecto de junio de 1940 (el divulgado por ABC y El País) podríamos afirmar que, expresados en términos actuales, en la primera fase a Nicolás Franco, Aranda y Varela correspondió a cada uno la friolera de 32 millones de dólares; a Galarza, 16 millones y a Kindelán, 8 millones. Habría que añadir lo que March les diera, probablemente en pesetas, en la segunda fase de la operación y que los documentos no identifican.

Si pasamos a euros, y aplicamos la cotización 1$=0,754755€ correspondiente al momento en que se escriben estas líneas, el hermano de Franco habría recibido 24 millones de euros. Igual suma percibirían Aranda y Varela. A Galarza se le habrían asignado 12 millones y a Kindelán 6 millones. Son cantidades siderales. Se desembolsaron, además, en como mucho tres años y medio.

Todo ello, repetimos, en el supuesto de que no hubiese habido cambios en las sumas asignadas inicialmente. Hemos detectado lagunas importantes. No sabemos, por ejemplo, cómo se recompensó a Asensio Cabanillas, ministro del Ejército. No conocemos los “tocados” en escalones inferiores o a quiénes se les pagó en oro, divisas o pesetas.

Tampoco necesitamos subrayar que es sumamente improbable que haya quedado constancia de las conversaciones de Nicolás con su hermano o de las insinuaciones que, por uno u otro conducto, llegaron al dictador. Solo sabemos que los británicos contaban con fuentes cercanas al mismo.

Franco, tocado

Quienes, entre los historiadores post, para y metafranquistas, descarten la influencia de los sobornos sobre Franco tienen una tarea difícil. Deberían demostrar que los sobornables rechazaron (¿airados?) la oferta. Es el mismo problema que se plantea a tales historiadores en relación con la atribución de la única responsabilidad a los alemanes por la salvaje destrucción de Gernika. Habría que documentar los venablos que Franco hubiese lanzado contra Sperrle y Von Richthofen. Nadie lo ha hecho.

Lo que antecede no significa que pongamos en duda el patriotismo (a su manera) de los generales y políticos sobornados. Todos coincidían, conocieran o no si los otros estaban en la operación, en la conveniencia (o necesidad) de evitar que España entrara en guerra. Sería, no obstante, algo difícil negar que tamañas sumas no surtirían el menor efecto. Muchos empezaron a llorar en cuanto divisaron la posibilidad de no recibirlas.

La importancia de Juan March

La operación pivotó desde el principio al fin sobre el sobornador par excellence. Señalamos la inexistencia de estudios documentados sobre este episodio de su biografía. Las referencias en la última que conocemos, la de Mercedes Cabrera, las ha tomado esencialmente de Smyth y Stafford y no dan respuesta a los interrogantes que pueden y deben plantearse tras la desclasificación. Hoy podemos aclarar varios.

Por un telegrama de Hoare del 8 de diciembre de 1942 sabemos que la primera fase de la operación se instrumentó mediante transferencias en dólares a Nueva York. Los líos con los norteamericanos se vieron agudizados por actuaciones poco claras de los agentes de March, que obligaron a los británicos a utilizar el MI6 para determinar qué había detrás. Este episodio no nos ha interesado aquí.

La segunda fase se instrumentó de forma muy diferente. Según un telegrama del Tesoro a su representante en Madrid del 22 de octubre de tal año, normalmente no se aceptaba que los neutrales (y sobre todo los suizos) se hicieran con el control del oro en custodia en Londres. El banco suizo podía vender oro a otro comprador con tal de que permaneciera en la misma cuenta en él abierta y en las mismas condiciones en que lo hubiera sido. La transferencia del oro en Suiza a un residente en un país neutral debía aprobarla el Tesoro.

Por otro telegrama de Hoare -1 de diciembre de 1942- sabemos que, contra los pagos en pesetas, se había abierto a March una cuenta en oro en Londres, que se desbloquearía después de la guerra. “Sigi” Waley comunicó por dos cartas (la primera el 1 de diciembre de 1942, la segunda no fechada) a la Société Financière Genora (en otros papeles Genera), sita en Ginebra, que se habían apartado dos lotes de onzas de oro fino (118.8343,195 y 59.171,598).

Dicha sociedad no podría acudir a ellas mientras durasen las hostilidades con Alemania. Después estaría en condiciones de importar o vender el oro contra libras de libre disposición e incluso de convertirlas en dólares. Se reveló entonces que March había depositado 60 millones de pesetas en el Anglo-South American Bank en Madrid. La embajada los había utilizado mediante cheques al portador no fechados.

Los datos precedentes justifican que en estos artículos no hayamos empleado ni una sola vez la denominación “caballería de San Jorge”, que otros autores han tomado prestada a la broma utilizada por los británicos para designar el dinero pagado. Hace referencia al hecho que los soberanos de oro, que supuestamente se utilizaron para los sobornos, llevaban la imagen de San Jorge a caballo.

Documentación manoseada

En la documentación desclasificada se han borrado ciertos nombres. Es el caso, por ejemplo, de José Mayorga, que participó en la puesta a disposición a Franco del Dragon Rapide en julio de 1936. En la época que nos ocupa se había naturalizado británico y su participación se deduce de la contextualización de los documentos en que su nombre se ha dejado en blanco.

No se han desclasificado las eventuales comprobaciones o verificaciones que los británicos realizaran sobre las andanzas de March. La embajada no hubiera podido hacer mucho de por sí. Dependía críticamente de él para abordar a los sobornables. Al fin y al cabo eran caballeros españoles. O eso creían de sí mismos.

Estos y otros interrogantes permiten plantear la posibilidad, al menos teórica, de si la embajada no hubiera podido ser víctima de un “exceso de celo”. En román paladino: si “alguien” dio a Hoare y a Hillgarth gato por liebre y en qué medida. Por muy capaz que fuese el MI6/SIS y por muchos los contactos que tuviera en una Administración corrompida, cabe emitir dudas sobre si pudo comprobar por vías paralelas cómo se materializaban las insinuaciones de los “amigos” de cara al objetivo último: influir en Franco.

La sombra de March es alargada

March, ni qué decir tiene, estaba más que acostumbrado al trato con militares, diplomáticos y espías en tiempos de guerra. Había adquirido experiencia en el primer conflicto mundial. Fue quien financió los aviones contratados con los fascistas italianos antes del 18 de julio. Puso a disposición de Franco una gran parte de su fortuna para salvar el estrangulamiento exterior durante la guerra civil. Operó con la Inteligencia Naval británica en 1939.

No somos tan ingenuos para pensar que se han documentado todos sus asuntos clandestinos. Tampoco nadie ha tenido, que sepamos, acceso irrestricto a sus archivos. Hubiera sido difícil que no llevara una contabilidad puntillosa, siquiera con expresiones figuradas, como en la Gürtel. Incluso así es bien sabido que hay cosas que no se escriben.

Se cumple por consiguiente el principio de que nueva evidencia primaria relevante de época abre nuevas pistas y hace clamar por más documentación. Los legajos dados a conocer no contienen dimensiones esenciales de la operación. Faltan, en particular, los detalles de su instrumentación sobre el terreno. En actividades de inteligencia este tipo de carencias suele ser significativa.

Dejaremos, pues, constancia de nuestra creencia en que no se ha dicho todavía la última palabra. Las claves finales, si existen, quizá se encuentren en España o en otros legajos británicos. Por el momento podemos afirmar que los titulares de ABC sobre unos sobornos que supuestamente cambiaron la historia mundial son exagerados.

El “olvido” y el miedo

El episodio de los sobornos es uno de esos que fastidian. Hoy, la coincidencia del affaire Bárcenas, la (presunta) financiación ilegal del PP, los casos Palau y Pallerols y los EREs, entre tantos otros, han abierto los ojos a los ciudadanos en torno a la conducta de una multitud de decisores pura y simplemente comprables y dispuestos a venderse al mejor postor. Sus equivalentes nunca faltaron en el pasado.

Es el momento pues de retornar a mi idea inicial. Las grandes democracias no tienen demasiado miedo al pasado. Practican políticas bastante liberales de apertura de archivos. También en España los archivos fueron abriéndose paulatinamente desde el fallecimiento del general Franco. No sin dificultades. Los tiempos del presidente Suárez no resultaron excesivamente propicios pero ya en ellos muchos de los historiadores empecinados en investigar en fuentes primarias pudimos hacer nuestros primeros pinitos.

La apertura se aceleró después. No me consta que se interrumpiera del todo en los años del presidente Aznar aunque sé por experiencia propia que ciertos documentos importantes sobre Franco se volatilizaron en el archivo de la Presidencia del Gobierno. Una casualidad. Hubieran arruinado la imagen refulgente de Franco en ciertos ámbitos que todavía mantiene cierta literatura. La paulatina apertura continuó en los tiempos del expresidente Rodríguez Zapatero.

Esta tendencia se ha quebrado ahora radicalmente. El actual ministro de Defensa falseó los hechos al justificar por qué no prosiguió el esfuerzo de desclasificación preparado por Carme Chacón. Alguno de los periodistas que han seguido el tema como Antonio Rodríguez, de la revista Tiempo, ha utilizado palabras muy duras. Véanse, por ejemplo, sus entradas del 9 y 10 de mayo de 2013 en www.blogs.tiempodehoy.com/entresijosgubernamentales. El lector que las consulte podrá también descargar la relación de materias a desclasificar en las que un equipo de archiveros no encontró nada susceptible de atentar a la seguridad nacional, los intereses del Estado o el honor a las personas. ¿Por qué, pues, se ha detenido la desclasificación de documentos que profesionales especializados consideran consultables?

Adicionalmente me permito sugerir al ministro Morenés, aunque sin la menor esperanza de ser oído, que sus archiveros estudien la posibilidad de desclasificar algo de las masas documentales del Alto Estado Mayor en la época de la segunda guerra mundial. Ocultarán bastante sorpresas a juzgar por la pionera investigación que en ellos realizó Ros Agudo. Además, así emularía a los británicos.

Si la política de Franco y de sus militares fue tan brillante…. Tal vez los ministros Morenés y García-Margallo podrían reflexionar y, desde sus departamentos, retomar la tendencia liberalizadora de sus predecesores y no empañar aun más su -la de ellos- “marca España”. Si nos situamos en el plano de los valores democráticos, en mi por supuesto falible juicio, está radicalmente manchada.

En tiempos en que las libertades públicas y los derechos sociales han sido colocados sobre una senda regresiva, reaparece el miedo de los gobernantes hacia los numerosos fantasmas y esqueletos que pueblan el pasado. Es, en consecuencia, preciso atribuir un alto valor simbólico al episodio de los sobornos. Demuestra cómo un conjunto de “héroes de la Cruzada” se apañaron para cohonestar su patriotismo con el afán de “forrarse”. No lo olvide el lector: la historia se escribe en un diálogo permanente entre el presente y el pasado pero con documentos. Cuantos más y más relevantes, mejor.

Fuentes utilizadas para estos seis capítulos

Característico de ciertos autores (no hablemos ya de los charlatanes) que abundan por estos pagos es que ignoran, ocultan, “ningunean”, desfiguran y tergiversan las fuentes disponibles. En mi puesta al día de la obra de Southworth sobre la destrucción de Guernica lo he ilustrado. También he identificado los nombres de algunos de quienes, a mi entender, han cometido alegremente tales fechorías intelectuales. Dado que, por razones obvias, no he utilizado notas a pie de página el lector debe conocer las fuentes consultadas directamente:

Archivos Nacionales, Kew, Londres: FO1093/233 y 234. Son los legajos recientemente desclasificados. En FO 954/27 A, 10346 y 10349, también se encuentran importantes telegramas de Hoare.

La nota de Godfrey figura en http://www.arcre.com bajo el título “The Early Conflict between MI6 and SOE”.

Documentos inéditos para la historia del Generalísimo Franco, tomos II-1, he utilizado los docs. 80, 89, 94, 95, 100, 102 y 108. En el tomo II-2, el doc. 172, Madrid, Fundación Nacional Francisco Franco, 1992.

Benton, Kenneth: “The ISOS Years: Madrid 1941-1943”, Journal of Contemporary History, vol. 10, nº 3, Julio, 1995, pp. 359-410.

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Los militares y escasos políticos sobornados en divisas o pesetas, salvo que se demuestre lo contrario, no supieron de su procedencia última. Esto significa que no cabe acusarles mecánicamente de haber obrado a incitación de una potencia extranjera (los británicos sospechaban que otros sí recibían dinero del Eje al igual que un montón de periodistas cortesanos). Kindelán había complotado con los fascistas antes de julio de 1936, basado probablemente en el dinero de March, y si Orgaz lo ignoraba (lo que es mucho suponer) sabía de primera mano cómo Franco se apresuró a pedir ayuda a Hitler. No es posible descartar que algunos conociesen el origen último de los fondos.