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El último retrato de la clase obrera
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el reina sofía muestra el trabajo de Chris Killip

El último retrato de la clase obrera

He aquí las cenizas de la clase obrera, servidas en copias al bromuro y gelatina de plata, y colgadas de las paredes de un museo para su contemplación

He aquí las cenizas de la clase obrera, servidas en copias al bromuro y gelatina de plata, y colgadas de las paredes de un museo para su contemplación arqueológica. Visiones de habitantes de un mundo en blanco y negro, que entre los setenta y ochenta se fue a pique, después del punto final escrito por la Dama de hierro en el relato de la industrialización inglesa. Chris Killip (Isla de Man, 1946) estaba allí, eran sus vecinos, conocía a los damnificados, formaba parte de ellos, era cómplice de sus problemas y retrató un escenario de ladrillo sucio, de playas repletas de carbón, de miradas desesperadas, de gestos de dolor, angustia, desconfianza, agotamiento, desilusión y manos sucias. Un mal viaje al pasado.

El próximo miércoles, el Museo Reina Sofía recupera el nervio tras el huracán Dalí con una exposición en las antípodas, dedicada al origen del final de los sueños de bienestar de la clase obrera. De la exuberancia surrealista al retrato de la decadencia, en poco más de un centenar de imágenes, del padre de una tradición arraigada en el reflejo de las injusticias y contradicciones de su propia comunidad, que ha continuado una de las mejores delanteras de la fotografía social de todos los tiempos: Martin Parr (1952), Paul Graham (1956) y Richard Billimgham (1970). Él contó los estragos del final del capitalismo industrial, ellos los trastornos del consumista.

Martin Parr. The Last Resort, 1982-86Todos ellos son fotógrafos de la periferia, donde el acontecimiento desaparece ante el empuje de lo vulgar. Fotógrafos locales de lo invisible, capaces de penetrar en la piel para conocer los problemas de la comunidad y convertirlos en tragedias universales. Una tarea de tiempo y desgaste inaccesible para los mejores fotoperiodistas de agencia. Sólo el fotógrafo del ensayo documental trabaja con la intimidad de los retratados. Fotografiar desde el interior, no desde el escaparate. Robar imágenes no es lo mismo que formar parte de ellas. “Debes enredarte con el lugar”, explicaba el propio Killip en una larga entrevista mantenida para el número 208 de Aperture Magazine, con motivo del inicio de la exposición –en otoño de 2012- que ahora aterriza en Madrid.

Censura contra la foto

Aperture decidió censuraruna parte de su conversación que mantuvo con Michael Almereyda, que el propio Killip recupera íntegramente en su página web: “Paul Strand era comunista y está enterrado en la sección comunista del cementerio de su pueblo en Francia. La fallecida Valerie Lloyd quiso mencionar en el ensayo que escribía para la exposición de Strand en la National Portrait Gallery de Londres, pero Aperture, que controla la herencia de Strand, dijo que si ella publicaba esa información retirarían esa información de la obra. Así que no se publicó. Apuesto a que Aperture eliminará esta información de esta entrevista”, tenía razón.

Molestaba. Su visión de la realidad era muy incómoda. Estuvo censurado en los centros de arte públicos de Newcastle, por perjudicar la imagen de la región. Killip vio un país en la ruina en los setenta y ochenta; en el siglo XXI el país es el pasado, el lugar donde empezaron los dolores, donde el trabajo era un medio de supervivencia ante un sistema económico vacilante e implacable. La revista de los sábados del Sunday Telegraph le pidió fotografiar las huelgas de los mineros, pero antes le preguntaron de qué lado estaba él: si de los mineros o del Gobierno. Se quedó helado ante la pregunta: “Inevitablemente tienes una posición política cuando trabajas”, pero la que nunca le ha interesado es la que ocupa en el mundo del arte. Sólo el testimonio.

Paul Graham, en un trabajo sobre oficinas de empleo. A los 23 años nuestro protagonista tomó la decisión de apostarlo a la fotografía. Nunca recibió una educación plástica, nunca fue a la escuela de bellas artes, pero reconoce que aprendió y creció con las fotos de Paul Strand (1890-1976), hasta que descubrió a otro norteamericano: Walker Evans (1903-1975), mucho más sofisticado que el primero. “Strand era un buen creador de imágenes, pero Evans era un hombre mucho más interesante, un pensador”, añade Killip. En su maduración, no le perdona a Strand la condescendencia con la belleza de la pobreza.

Contra la persecución

Sus vínculos políticos con Strand son evidentes, pero su manera de atajarlos son propios de Evans, porque además este tuvo que sobrevivir al macartismo, lo que le obligó a convertirse en un documentalista más frío, para evitar la persecución. “En EEUU vivió una situación política mucho más cruda que la mía en el liberalismo de Inglaterra”, dice Killip para restarse importancia.

Cuando miró las paredes de la muestra retrospectiva que ha rotado por Europa, recuerda que se dio cuenta de que él era, por defecto y a la fuerza, “el cronista de la revolución desindustrial, en Gran Bretaña. Killip se hizo un nombre en la historia de la fotografía cuando presentó el libro y la exposición Another Country, en 1985, al que siguió su mejor trabajo, In Flagrante, en 1988. En este último es en el que ofrece las más duras críticas visuales contra el thatcherismo, con el que ganó el Premio Cartier-Bresson y con el que accedió a la Universidad de Harvard como profesor, donde imparte clases desde 1991.

Richard Billimgham.El último retrato colectivo de la clase obrera, ha recuperado fotografías a las que su autor había apartado por nihilistas y enfáticas, ofensivas para los personajes de las fotos. Treinta años más tarde ha vuelto a ellas. En un vídeo que se incluye en la exposición, en el que Killip pasa revista a una selección de sus fotos en la aldea de Skinningrove, cuenta que este lugar tiene una curiosa historia industrial, porque se descubrió un yacimiento de hierro en el valle. Se construyeron casas para los mineros, que extraían el hierro. Después se levantó sobre la aldea una plata siderúrgica, que se cerró en 1971 y volvió a abrirse como acería tres años después.

Paisano y paisaje

Mientras las escenas de ocio de la serie Seaside [Costa] evocan las vacaciones, la serie Skinningrove pone de relieve las dificultades de un pueblo pesquero marginal de la costa nordeste.La fotografía de Chris Killip se distingue por su empatía, unaaguda capacidad de observación y su implacable proximidad.Los habitantes de Skinningrove dedican parte de su tiempo a la pesca. “Es una aldea muy peculiar donde los hombres trabajan el hierro y el acero, pero también pescan. Principalmente, la langosta, una fuente de ingresos mucho más lucrativa y estable que otro tipo de pesca”, narra el fotógrafo. No son imágenes de impacto sociológico, son escenas tan misteriosas como urgentes sobre las cenizas del alma trabajadora, tomadas por una de ellas.

Conoce sus nombres, se interesa por sus vidas, encuentra a unos chicos sentados mientras arreglan una barca y pasan el rato. Le gusta esta foto por su cercanía. Estaba ahí, con una gran cámara de placas, bien visible, y a nadie parecía molestarle su presencia. “Me gusta el hecho de que ninguno me está mirando, están absortos en sus pensamientos, a su aire. Whippet está con un radiocassette, un aparato totalmente anticuado ya, escuchando música punk”, explica en la cinta. “Mi familiaridad con ellos me permitió tomar fotos como esta”.

El trabajo austero y concreto de Killip plantea dudas sobre fidelidad de la fotografía con las exigencias del mundo laboral: ¿Está preparada para manifestar la dureza de una fábrica de neumáticos o de las minas de carbón a lo largo del tiempo o es la herramienta perfecta para resumir en una toma el desaliento del parado?

He aquí las cenizas de la clase obrera, servidas en copias al bromuro y gelatina de plata, y colgadas de las paredes de un museo para su contemplación arqueológica. Visiones de habitantes de un mundo en blanco y negro, que entre los setenta y ochenta se fue a pique, después del punto final escrito por la Dama de hierro en el relato de la industrialización inglesa. Chris Killip (Isla de Man, 1946) estaba allí, eran sus vecinos, conocía a los damnificados, formaba parte de ellos, era cómplice de sus problemas y retrató un escenario de ladrillo sucio, de playas repletas de carbón, de miradas desesperadas, de gestos de dolor, angustia, desconfianza, agotamiento, desilusión y manos sucias. Un mal viaje al pasado.

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