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"La cultura ha quedado aislada e interviene poco en la discusión pública"
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Ricardo Piglia publica 'El camino de ida'

"La cultura ha quedado aislada e interviene poco en la discusión pública"

El legendario novelista argentino sitúa a un álter ego en un campus estadounidense para preguntarse por la figura del controvertido activista Unabomber

Foto: El escritor argentino Ricardo Piglia, presenta su última novela, 'El camino de Ida'. (Efe)
El escritor argentino Ricardo Piglia, presenta su última novela, 'El camino de Ida'. (Efe)

Ricardo Piglia (Androgué, Buenos Aires, 1940) sabe bien que nada es blanco o negro, sino, como mucho, en blanco y negro (o gris). Precisamente es el accidente, la lucha contra el cliché y el cuestionamiento del sentido común y de la versión oficial lo que suele poner en negro sobre blanco. El camino de Ida (Anagrama) se sitúa, precisamente y desde la primera persona, en el cruce de caminos entre la novela de campus en clave (y satírica), la autobiografía camuflada, la literatura detectivesca, el dietario de viajes o incluso el thriller conspiranoico y alucinado. Emilio Renzi, alias del propio Piglia, se deja seducir por la profesora Ida Brown, una mujer fatal tan rotunda en sus ideas como en sus curvas, cuyo cadáver dejará abierta la pista hacia otra personalidad con una doble vida: Thomas Munk. Éste, remedo del activista Unabomber, es una eminencia matemática, que prescindió de su carrera para retirarse al campo y, luego, atacar con bombas durante 15 años a profesores que investigaban vías científicas, que podrían comprometer una ética sana. Uno de esos antihéroes estadounidenses poco asimilables por el sistema que fascinan al novelista argentino desde su primer idilio con la generación beat.

¿Sigue siendo posible aún esa idea de intelectual combativo, o al menos desconfiado y curioso, que encarna Ida Brown y, en modo menos aparatoso, Emilio Renzi?

Sí, al menos en todos los que me interesan. Todos muestran una actitud de pelea en el sentido más puro: hacer algo que no te conviene hacer sólo por una convicción. Al margen de lo que la sociedad considera como aceptable.

Esta novela es un gran ejemplo para la idea del escritor como detective: indaga hacia la verdad al margen de lo políticamente correcto; no acepta la legalidad estricta que debería seguir un policía y puede entender el mundo criminal y denunciar la corrupción de la ley.

Uno tiende a usar esa idea: el último detective, o el último intelectual, que aspira a explorar la verdad a pesar de entrar en conflicto con la legalidad o con su propio porvenir. Es una figura muy atractiva. La sociedad tiende a clasificar de manera extrema lo que es aceptable o desviado. Y la verdad es que la novela, y la vida, ha demostrado siempre que ninguno de nosotros es inocente en relación a lo que la sociedad considera la inocencia.

El intelectual llega al campus del mismo modo que el detective podría llegar a un pueblo inhóspito. Usted siempre ha descrito los márgenes sin lugares comunes, como la homosexualidad en el crimen, en el boxeo o en otros bajos fondos, pero aquí busca lo excepcional y atípico en la vida académica o en las comunidades científicas relegadas…

Me interesan sus sistemas de legitimidad, que no se pueden verificar y tienen que ver con cosas tan indefinibles, y a veces tramposas, como el prestigio

El campus tiene eso: es un lugar literariamente interesante, porque coinciden personajes diversos que conviven, con unas reglas propias, durante un tiempo. Eso sucede más en las universidades que en EEUU, donde se construye un modelo de aislamiento respecto a la vida social. Todo ello genera mucha tensión, que yo percibí rápidamente cuando empecé a dar clases en Princeton. Me interesan sus sistemas de legitimidad, que no se pueden verificar y tienen que ver con cosas tan indefinibles, y a veces tramposas, como el prestigio. Toda esa experiencia personal está, también, en esta aventura de Renzi.

Últimamente hemos asistido a rebeliones, en algunos casos casi inverosímiles, como la de Bradley Manning copiando datos protegidos en cedés de Lady Gaga. O la de Snowden, que tenía una vida feliz en Hawai junto a su novia hasta que decidió filtrar el programa de espionaje en la red…¿Pueden sus acciones, casi como las de Unabomber en los ochenta y noventa, poner en duda la idea de que cualquier pensamiento radical es un desvío o es obra de un lunático?

Siempre ha habido una tradición admirable que ha ido en contra de ese sentido común y que en general representa lo mejor de la cultura de EE UU, desde Vietnam, incluso desde antes. Gente que pone en peligro su prestigio. Porque cualquiera que no obedezca a las reglas del Partido Republicano y del Demócrata será considerado un psicótico y siempre se evitará la discusión de sus móviles políticos.

Ése puede ser el terreno de la novela, y concretamente de El camino de Ida.

Es una de las diferencias entre periodismo y ficción. En el periodismo convencional sólo se destaca un rasgo del sujeto: asesino, perturbado, drogadicto, etc. La idea de que un sujeto es una cosa es simplista, así que la novela, y algunos tipos de crónica, trabajan con otros rasgos. El mundo actual tiende a simplificar no solo el lenguaje, sino también la caracterización de las personas. Cuando ese único rasgo es incomprensible, se identifica con la locura.

Munk y Unabomber apuestan por la ficción porque no hay ninguna ficción social importante en marcha. ¿Ha cambiado eso con el colapso financiero?

La novela debe plantearse las cosas que está discutiendo la sociedad, incluso las que suenan con menos ruido. Debe hablar de ese juego de las ilusiones, que permite a la gente seguir con sus vidas a pesar de todo

La novela debe plantearse las cosas que está discutiendo la sociedad, incluso las que suenan con menos ruido. Debe hablar de ese juego de las ilusiones, que permite a la gente seguir con sus vidas a pesar de todo. Lo que me fascinó de Unabomber es que él leyó a Conrad y replicó todo lo que hace el protagonista de El agente secreto. A veces, la ficción aporta otros modelos de conducta.

Eso a veces es perverso, porque cuando aparece un asesino famoso, automáticamente se chequea su historial de lectura… Parece que se potencie el carácter diabólico de la literatura.

Sí, exacto, como el que mató a Lennon, que llevaba El guardián en el centeno. No había pensado que se suele acompañar la caracterización psiquiátrica con la bibliografía del sujeto. Pero El camino de Ida es, también, una defensa de los libros que cambian vidas.

Acciones como la de Unabomber o, menos radicales, como las de Snowden, ponen en el énfasis en las fronteras entre privado y público.

Y ese es el tema de la novela, de nuevo: la disolución de la distancia entre el mundo público y privado. Ahora ese debate reaparece con cualidades nuevas. En mi caso, estoy tratando de incorporar un matiz: lo personal, lo público y lo privado. Toda la cuestión de la clandestinidad erótica de mi protagonista femenina, por ejemplo. Los mundos de las relaciones ilegales, en el campo erótico y político, tienen mucho interés.

De hecho, cuanto más puritana parece una sociedad, como en EE UU o Japón, más se dispara la rebelión íntima.

Y eso mismo sucede en un campus. De ahí salen personajes como los de esta novela, que de ningún modo respetan esa lógica y que se rebelan de diversos modos.

En el libro se busca la raíz de la palabra “civilización”, que plantea como doma, como sumisión y renuncia. ¿Han sido los ciudadanos y los intelectuales demasiado civilizados?

Creo que sí. Hay una frase de Mailer: no se puede ser liberal y freudiano, que querría decir que debemos tener pulsiones y pasiones, zonas que nunca vamos a poder organizar de manera civilizada. Hay una aspiración ideal y falsa de domar cuestiones que deberían ser incorporadas en la discusión pública. Siempre hablamos del exceso, lo que rompe el límite. Como al final no se puede evitar hablar de ello, se discute en términos de droga, o psiquiátricos.

Renzi no se posiciona en un principio respecto a esa ola de atentados... Cuando lo hace es porque se enamora de una mujer. ¿Se posiciona Ricardo Piglia respecto a personajes como Unabomber?

Miro eso desde la discusión argentina. Allí la violencia se ha ido transformando en una discusión muy moralizante. Tomar ese universo de los jóvenes que entran en posiciones de violencia, algunos yo los conocía, y no mirar esos hechos con una mirada comprensiva me parece un error. La idea, otra vez, de no analizar a las personas por un rasgo. Renzi también la respeta: se asombra cuando llega al campus estadounidense porque sabe que cualquiera de los héroes o subversivos, incluso el che Guevara, podría haber sido considerado un loco.

Hay una fascinación por la contracultura yanqui, pero con esa mirada argentina de la que habla. No sé si tuvo una relación estrecha con montoneros o con algún grupo similar…

Claro, algunas de las que cuento son autobiográficas; veía a amigos de mi padre cuando nos fuimos de nuestro pueblo cuando cayó el peronismo en el 55. Aun así, yo no estaba para nada de acuerdo; en aquel momento, menos. Es incómodo citarse, pero yo escribí que el Che Guevara estaba muy influido por la beat generation, esa cosa de irse en moto, esa disolución de la frontera entre cultura y experiencia. Eso sí estuvo en mi juventud, yo también lo hice.

Personajes heroicos, o antiheroicos pero míticos.

como novelista, lo que me interesa no es entender al que hace y piensa lo mismo que yo, sino a sujetos que toman decisiones que parecen imposibles

Me interesan más que los que no tienen una experiencia idéntica a lo que puedan vivir los lectores, con sus vidas bien narradas desde lo cotidiano... Y eso es porque, como novelista, lo que me interesa no es entender al que hace y piensa lo mismo que yo, sino a sujetos que toman decisiones que parecen imposibles. Eso me lleva a intentar escribir esos libros.

La gente amaba a Dillinger porque veía las películas de James Cagney. ¿Sucederá lo mismo con estos nuevos personajes rebeldes?

Sí, estoy convencido. Vamos a entender la política y muchas más cosas, si nos acercamos a comprender esas decisiones, que deben ser vistas con mucho respeto.

¿Escribiría sobre una novela sobre Snowden?

Sí, yo lo haría. Escribiría sobre eso con mucho gusto. Incluso lo vería necesario.

¿Siguen ellos con la línea contracultural que a usted le fascina desde los años cincuenta? ¿O la contracultura ha sido totalmente vampirizada?

Claro que se ha asimilado mucho de aquello. Pero aún quedan cosas no pasteurizadas para discutir. Yo siempre uso el símil de Moby Dick. Digo: ¿cuáles son nuestros barcos balleneros? Las ballenas no deberían morir, pero vamos a matar a una ballena, a eso hemos venido. El novelista debe colocar en la discusión lo que la sociedad no ha normalizado. Huir del mensaje unívoco.

¿Ayuda internet en eso? ¿Contribuye a la variedad de relatos, a una construcción colectiva de la realidad?

Uno puede subir algo a la red, pero no es inevitable ni fatal que ese mensaje llegue a la gente. Se mezcla con una circulación increíble que deriva en entropía. Vivo con optimismo la descolonización de la circulación de la cultura, pero no niego los problemas que genera. Mucha gente tiene un entusiasmo excesivo en este sentido. Tengo un amigo que contrató a alguien en la universidad, con el que luego tuvo un conflicto: en el juicio vio que tenían todos sus mails. Eso yo lo he visto. Esa circulación no está a salvo de los controles.

¿Contribuye la precarización en centros universitarios a, por así decirlo, la crisis moral actual?

Algo de eso hay. No tengo ninguna intención populista, me parece bien que la gente se forme y los escritores también. Pero la cultura ha quedado aislada e interviene menos en la discusión pública. En EE UU esto aún más claro. Mis estudiantes en Princeton vivían con miedo no saber qué hacer después, mucho más que aquí o en Argentina, donde uno se busca la vida antes. Ese aislamiento es una cuestión que debería preocuparnos.

Renzi también denuncia el conocimiento demasiado superficial, la retórica de tertuliano…

Uno debe empezar a politizarse desde lo propio, desde lo que hace. Hacerlo al revés es peligroso, no se puede hablar de lo que se conoce de lejos.

Para eso debe tener que ver la experiencia. ¿La echa en falta en autores actuales?

Eso me parece, sí. No quiero decir lo que tienen que hacer los colegas… pero creo que uno debe vivir cosas más allá de su objeto de estudio, explorarlas con la experiencia o con la imaginación.

Ricardo Piglia (Androgué, Buenos Aires, 1940) sabe bien que nada es blanco o negro, sino, como mucho, en blanco y negro (o gris). Precisamente es el accidente, la lucha contra el cliché y el cuestionamiento del sentido común y de la versión oficial lo que suele poner en negro sobre blanco. El camino de Ida (Anagrama) se sitúa, precisamente y desde la primera persona, en el cruce de caminos entre la novela de campus en clave (y satírica), la autobiografía camuflada, la literatura detectivesca, el dietario de viajes o incluso el thriller conspiranoico y alucinado. Emilio Renzi, alias del propio Piglia, se deja seducir por la profesora Ida Brown, una mujer fatal tan rotunda en sus ideas como en sus curvas, cuyo cadáver dejará abierta la pista hacia otra personalidad con una doble vida: Thomas Munk. Éste, remedo del activista Unabomber, es una eminencia matemática, que prescindió de su carrera para retirarse al campo y, luego, atacar con bombas durante 15 años a profesores que investigaban vías científicas, que podrían comprometer una ética sana. Uno de esos antihéroes estadounidenses poco asimilables por el sistema que fascinan al novelista argentino desde su primer idilio con la generación beat.

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