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Los impresionistas eran… ¿italianos?
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el secreto de los macchiaioli en la mapfre

Los impresionistas eran… ¿italianos?

El sueño del impresionismo produce monstruos y el ansia por alargar la sombra del grupo francés terminará por llegar a tocar la pintura medieval para lograr

El sueño del impresionismo produce monstruos y el ansia por estirar la sombra del famoso grupo francés terminará resolviéndose con un nacimiento prematuro en la pintura medieval. Hemos visto a museos engañar a sus visitantes, sedientos de metadona impresionista, con exposiciones trucadas desde el título. Otras, inventan y reinventan, reformulan las cuatro esquinas del rey de las taquillas. Realismo impresionista en Italia, en la Fundación Mapfre de Madrid, es una de estas últimas.

“Realismo impresionista”, ¿lo habían oído alguna vez? No, por supuesto. La neolengua también triunfa lejos de la política. Es realista y es impresionista, es decir, que no es impresionista ni realista. Pero las dos cosas. No se puede confirmar que sea impresionismo, pero tampoco se puede dejar de hacerlo. Porque entonces, ¿qué sentido tendría una exposición si no hay impresionistas en ella? Hablemos de “realismo impresionista” y entendamos las pautas del nuevo movimiento plástico que insinúa que este maravilloso grupo italiano llamado macchiaioli (literalmente manchistas) fueron impresionistas antes que el Impresionismo.

El movimiento de los macchiaioli fue un momento breve, intenso e innovador. Una pintura adolescente. Una revolución hormonal que constituyó un cambio radical

Veamos: un grupo de jóvenes pintores italianos se reúne en un reservado del Caffé Michelangiolo, cerca de la famosa plaza florentina del Duomo. Allí discuten de arte y política, quieren revolucionar la Academia y crear una Italia con nuevos ideales. Es un paso decisivo hacia la modernidad y para la identidad de su país. ¿Cómo lo harán? Abandonan sus estudios, cogen sus aperos y salen al campo, a encontrarse con la naturaleza sin filtros, con los contrastes de la luz de la Toscana. La fotografía les lleva unos años de adelanto y deben reaccionar. Hallan en el espacio panorámico su mejor recurso, en los pequeños tamaños el guiño más delicado y en el paisaje el escenario de esta nueva pintura. Un momento, ¿nueva?

No. Y este es el momento en el que se descubre la trampa y el cartón del título tan atrayente, que camufla un grupo de pintores mucho más interesante de lo que cualquier reclamo barato pueda intentar. Todas estas claves que acabamos de esbozar son los pasos que ya habían dado los pintores franceses agrupados en la conocida escuela de Barbizon. Estos jóvenes italianos “realistas impresionistas” son una versión mediterránea de aquellos, de los Corot, Rousseau, Millet o Daubigny.

Paisajes del Paraíso

En la campiña francesa sucedió lo que unos años más tardes ocurriría en la Toscana gracias a los macchiaioli Giovanni Boldini, Giovanni Fattori, Silvestro Lega, Telemaco Signorini o Giuseppe Abbati. Sin duda alguna es un brillante fogonazo que ilumina los siguientes pasos de la modernización de la pintura europea. Sí, fueron osados, libres, recogían un paisaje limpio, lleno de luz, de colores contrastados, lejos de los agotados formalismos romanticistas y pintaban en cajas de puros. Sí, reciclaban las tapas y en ellas –sin imprimación- estampaban la visión idílica de una campiña azotada por las suaves brisas de la primavera.

En aquellos momentos eso era rompedor. Porque era un arte vivo, que se preocupaba por las pequeñas cosas, los detalles insignificantes, todo lo que hasta ese momento no cabía en la pintura, la normalidad y la naturalidad. Eran ejercicios muy vivos. Y mucho más vivo late en las paredes de la sede de la Fundación Mapfre, pintadas de azul prusiano casi negro, con los cuadros iluminados milimétricamente para romper el muro con un haz y hacerlos saltar de los tabiques. Una puesta en escena sobresaliente, que estalla en el caso de las piezas de los formatos más pequeños.

Guy Cogeval, presidente de los museos de Orsay y de L’Orangerie de París, responsable de la colaboración con la Fundación Mapfre en esta, aclarémoslo ya, importante retrospectiva de un grupo absolutamente desconocido en nuestro país y el resto de Europa, aclara: “Aunque se han subrayado las afinidades existentes entre losmacchiaioliy los impresionistas, se comprobará que éstas consisten, sobre todo, en el hecho de que unos y otros comparten la misma relación con la naturaleza y el mismo distanciamiento con respecto a la tradición pictórica”. Eso es todo.

Evolución natural

Efectivamente, son artistas que se cuestionarán aspectos que los impresionistas franceses no pondrán sobre la mesa hasta 15 años después. Nada fuera de lo normal, son una secuela de Barbizon, es decir, una avanzadilla, los zapadores que despejarían el camino para los Monet y compañía. La evolución natural del relato historiográfico: unos avanzan un pasito, los siguientes dos. “Aun estando al corriente de lo que sucede en París, no son imitadores serviles”, apunta orgulloso el texto de Isabelle Julia y Caterina Zappia en el catálogo de la exposición.

Así que sí, para cuando los impresionistas franceses abandonaron sus estudios y cargaron con los caballetes, lienzos y óleos y lo hicieron al aire libre, en Italia ya era costumbre, como en España lo hacía Fortuny. Quince años antes de que las impresiones fueran las protagonistas. Pero el Impresionismo no es el nacimiento de la modernidad, sino un paso más en la evolución de la misma que desembocaría en las Vanguardias y de ahí a...

La cualidad que hace especiales a estos pintores, más allá de su nacimiento y repercusión, es el fuerte vínculo que mantienen con la línea quattrocentista de la primacía del dibujo. María López, conservadora de la Fundación Mapfre, habla de “necesidad de verdad y de aire libre que domina la pintura de los macchiaioli”, que se combina con “un oficio de pincelada más depurada y detallista, y con el afán constructivamente ordenado del primer Quattrocento”. La especialista Beatrice Avanzi señala que esta capacidad de transformar un vocabulario antiguo en un lenguaje profundamente renovado y adecuado a los tiempos modernos es “uno de los más sobresalientes resultados de todo el siglo XIX”. Volver a lo antiguo supuso un avance.

Unidos por la periferia

La exposición hace un giro español al hermanar a Mariano Fortuny con los hallazgos de los italianos. María López se encarga de demostrar los sorprendentes vínculos evidentes entre Giovanni Fattori y Fortuny. El italiano es una de las sensaciones de la muestra, sin dejar escapar las dos tablas diminutas sobre soldados franceses. “Fortuny no alcanza, claramente, la rotunda esencialización de Fattori; no había logrado aún el pintor de Reus desprenderse de los tics comerciales que arrastraba en su pintura, de la minuciosidad extrema en el retrato de cada detalle de sus personajes”, asegura la comisaria. Fortuny coincide en el uso de tablas extremadamente apaisadas, conoció y admiró el trabajo de Boldini y quizás transmitió a la siguiente generación de pintores las enseñanzas italianas, pero no está demostrado.

Es posible que los macchiaioli dejaran su poso en Agrasot, Benlliure, Pinazo y Sorolla, sin embargo, “ninguna fuente directa lo confirma y ningún testimonio da fe de relación entre ellos; es más, son alrededor de 20 años los que separan a la generación española de la italiana”. Se habla de las cualidades lumínicas y se comparan las luces de la Toscana con las del Levante. Comparten la periferia, la marginalidad, estar fuera de eje, en el centro mediterráneo, la intimidad de la vida burguesa y la verosimilitud, sin las soluciones cromáticas ni la pincelada de las enmiendas impresionistas.

Pero la luz a manchas nunca salió de su Toscana natal. He aquí la parte más inquietante de este nutrido grupo de jóvenes que como pintores murieron de hambre, aislados en el interior de Italia, centrados en sí mismos. Al margen de París, al margen de todo. Cuenta Cogeval el porqué del desconocimiento europeo de estos pintores: el mercado no pudo acceder a ellos.

Una ‘ley criminal’ y protectora

Fueron un tesoro nacional, guardado con celo escrupuloso cuando los coleccionistas extranjeros se interesaron por ellos. Hoy, como desde hace casi un siglo, es imposible comprar una obra de ellos. “Este pueblo no quiere exportar sus obras”, se revuelve el director de las pinacotecas francesas especializadas en impresionismo. “Por eso es un fenómeno provincial. Todos los artistas trabajaron a favor de la unidad italiana y se conservan como esencia del pueblo”. Alude a una ley de patrimonio cultural que impide su venta, que bloquea cualquier amago y la describe de manera tajante como “una ley criminal”, porque impide la fuga de los macchiaioli y porque es una norma de Mussolini que ha sido conservada después de la guerra.

El broche final del recorrido –después de pasar por los retratos de Boldini, el más reconocido y admirado- es el mejor homenaje a estos pintores de la luz a manchas: una proyección de escenas de películas como El gatopardo (1963), de Luchino Visconti.

El movimiento de los macchiaioli fue un momento breve, intenso e innovador. Una pintura adolescente. Una revolución hormonal que constituyó un cambio radical “y un acontecimiento sin futuro en la pintura toscana”. Celebremos que han llegado.

El sueño del impresionismo produce monstruos y el ansia por estirar la sombra del famoso grupo francés terminará resolviéndose con un nacimiento prematuro en la pintura medieval. Hemos visto a museos engañar a sus visitantes, sedientos de metadona impresionista, con exposiciones trucadas desde el título. Otras, inventan y reinventan, reformulan las cuatro esquinas del rey de las taquillas. Realismo impresionista en Italia, en la Fundación Mapfre de Madrid, es una de estas últimas.

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