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Esteroides, sueño americano y muerte en el Miami poligonero
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Reseña de 'DOLOR Y DINERO'

Esteroides, sueño americano y muerte en el Miami poligonero

Michael Bay se destapa con una parodia descontrolada de los mitos fundacionales de EEUU en una de las sorpresas cinematográficas del año

Foto: Culturismo patriótico
Culturismo patriótico

Michael Bay era hasta ahora ese director que había perpetrado algunos de los peores bodrios hollywodienses de los últimos años (que se dice pronto). Aparatosas superproducciones de acción sin pies ni cabeza (Armaggedon, 1998), blockbusters entre históricos e histéricos (Pearl Harbor, 2001), cacofonías de explosiones disparatadas (la saga Transformers). Todas ellas con un uso histriónico de los efectos digitales. Todas ellas con una asombrosa capacidad para provocar dolores de cabeza. Todas ellas taquillazos estratosféricos. Michael Bay era, por tanto, uno de los reyes del Hollywood contemporáneo.

Pero hete aquí que un buen día Bay anuncia que va a rodar una cintabasadaen hechos reales en laque intentará cambiar de registro. Un filme de actores, sin presupuesto sideral, dosificando los efectos digitales y las escenas de acción imposible. El desconcierto entre la crítica aumentó al conocer la trama: Miami, años noventa, dos culturistas secuestran a un empresario para sacarle la pasta. Dolor y dinero se anunciaba como una tragicomedia negra de gimnasio, un territorio marciano para Bay, una sinopsis más propia de los hermanos Coen.

Aunque todo esto ya era suficientemente sorprendente por sí mismo, el verdadero estupor estaba por venir: resulta que Dolor y dinero no sólo está muy bien, sino que es una de las comedias marcianas más potentes vistas últimamente. Pero no se vayan todavía, aún hay más: Bay se destapa en el filme como un director satírico de alto voltaje y como un ácido retratista de costumbres. Y ya lanzados cuesta abajo y sin frenos también se puede afirmar que Dolor y dinero es una de las parábolas más brutales de la crisis económica y de valores que azota al turbocapitalismo estadounidense. Resumiendo: Michael Bay, director de cine político. Ya nos podemos morir todos tranquilos. Impossible is nothing.

Dolor y dinero surge de una serie de artículos publicados por el periodista Pete Collins en el Miami New Times en 1999, donde contaba la historia de una banda de culturistas implicados en secuestros y extorsiones. Los muchachos tenían además una obsesión enfermiza por el culto al cuerpo. Criminales y yonquis de los esteroides.

Una historia que podría trasladarse al cine en clave de drama, pero Bay apuesta por montar un circo satírico de tres pistas, una comedia hiperrealista sobre el Miami poligonero, una astracanada sobre las ramificaciones políticas del culto al cuerpo y al dinero. Los protagonistas de Dolor y dinero se inyectan anabolizantes frenéticamente, como quien se toma un café o un zumito. Maniacos de los esteroides que se mueven en un ambiente kitsch de gimnasios con skyline rosado de fondo.

A. O. Scott, crítico cinematográfico del New York Times, es una de las muchas personas que han salido desconcertadas del pase de Dolor y dinero: "Te quedas tratando de dilucidar si acabas de ver una película monumentalmente estúpida o una cinta brillante sobre la naturaleza y las consecuencias de la estupidez". Y algo de eso hay. Resulta complicado saber si Bay habla en broma o en serio cuando toca ciertos temas, lo que, por otro lado, no hace más que aumentar el ambiguo encanto del filme.

Por momentos parece que Bay se ha vuelto definitivamente majara y ha decidido filmar la apología más descerebrada del Sueño Americano jamás hecha; en otros hay que frotarse los ojos ante su demolición de todos y cada uno de los mitos del país del tío Sam

Por momentos parece que Bay se ha vuelto definitivamente majara y ha decidido filmar la apología más descerebrada del Sueño Americano jamás hecha; en otros hay que frotarse los ojos ante su demolición de todos y cada uno de los mitos del país del tío Sam: la tierra de las oportunidades, el lugar donde todo el mundo puede convertirse en millonario con sólo desearlo, la meca del emprendizaje. Mantras fundacionales vistos como una tomadura de pelo que sólo cuatro culturistas alienados se toman ya en serio; tan al pie de la letra, de hecho, que son incapaces de diferenciar entre emprender y delinquir, medrar y matar, como si Michael Bay hubiera querido hacer la versión blockbuster y chandalera de La balada de Al Capone. Mafia y capitalismo, de Hans Magnus Enzensberger.

Si no pueden creer nada de lo que están leyendo, escuchen lo que dice en el filme el personaje interpretado por Mark Wahlberg: "Si te esfuerzas puedes logar todo lo que quieras. Eso es lo grande de EEUU. Cuando se fundó, no era más que unas cuantas colonias enclenques, ahora somos el país más musculoso del planeta. Es el sueño americano. Estar gordo es nauseabundo y antipatriótico". Así están las cosas en el planeta Bay. Los gimnasios, los preparadores personales, las terapias de grupo para tener éxito en la vida, los cristianos renacidos, nada escapa al rodillo hiperrealista de un Bay jocosamente empecinado en enterrar el mito de EEUU como país de las oportunidades. O como la obsesión por el enriquecimiento rápido deriva inevitablemente en baños de sangre, aunque detrás de la mirada del director no haya tanto un activista como uncínico.

Dolor y dinero también puede interpretarse como el filme en el que Bay se refuta así mismo. Como si de pronto hubiera decidido que la cultura del éxito y el consumo rápido, del que él es un representante destacado, fuera una idiotez como un piano. Eso sí, como lo cortés no quita lo valiente, Michael Bay estrenará el año que viene la cuarta parte de Transformers y volverá a dejar las taquillas temblando. Resulta que el chico no era tonto.

Dolor y dinero
Director: Michael Bay
Reparto: Mark Wahlberg, Dwane Johnson, Anthony Mackie
Nacionalidad: EEUU
Género: Comedia negra
Duración: 130 minutos

Michael Bay era hasta ahora ese director que había perpetrado algunos de los peores bodrios hollywodienses de los últimos años (que se dice pronto). Aparatosas superproducciones de acción sin pies ni cabeza (Armaggedon, 1998), blockbusters entre históricos e histéricos (Pearl Harbor, 2001), cacofonías de explosiones disparatadas (la saga Transformers). Todas ellas con un uso histriónico de los efectos digitales. Todas ellas con una asombrosa capacidad para provocar dolores de cabeza. Todas ellas taquillazos estratosféricos. Michael Bay era, por tanto, uno de los reyes del Hollywood contemporáneo.

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