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Así se tumba a un presidente
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CONSPIRACIÓN, INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA... CÓMO RETRATA EL CINE LAS CAÍDAS PRESIDENCIALES

Así se tumba a un presidente

Si el culebrón Bárcenas/Rajoy fuera un thriller estaría a punto de llegar la traca final. Ese impredecible giro de guion que deja al espectador boquiabierto. El tirón

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Así se tumba a un presidente

Si el culebrón Bárcenas/Rajoy fuera un thriller estaría a punto de llegar la traca final. Ese impredecible giro de guion que deja al espectador boquiabierto. El tirón de la manta definitivo. Algo así como: Bárcenas muestra al juez Ruz fotos que demuestran que Rajoy fue el segundo tirador que disparó contra Kennedy (y el magistrado se desploma sobre el suelo de la Audiencia Nacional, claro). Sería una estupenda síntesis de un subgénero cinematográfico (Caídas presidenciales) que siempre incluye alguno de estos cuatro elementos: investigación periodística/judicial, conspiración, tiro en la cabeza e insurrección popular. Juntos o por separado.

La película fetiche del subgénero se llama Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976). El retrato en caliente sobre la investigación del Washington Post que desencadenó la dimisión de Nixon en 1974. La entronización de la prensa como cuarto poder vía Watergate. Las peripecias de los dos reporteros, interpretados por Robert Redford y Dustin Hoffman, aumentaron el número de vocaciones periodísticas y cimentaron el mito del periodismo de investigación. Una idealización sin matices que ha sido usada a veces para tapar el lado oscuro de la profesión: basta con apelar al espíritu del Watergate para justificar cualquier investigación para tumbar a un presidente, aunque detrás se escondan intereses espurios.

Todos los hombres del presidente, no obstante, es un clásico del cine de conspiración setentero gracias a la capacidad de Pakula para convertir una trama extremadamente enrevesada en intriga pura y dura. Imagen cinematográfica para la historia: las reuniones clandestinas de los periodistas con su fuente, la mítica Garganta Profunda, en un parking subterráneo de un Washington convertido en hervidero de manejos y rumores.

Pese a que la leyenda romántica del Watergate aún colea, el audiovisual contemporáneo ha minado la imagen heroica del periodista político como contrapoder presidencial. El último y más sangrante ejemplo es el de House of Cards (David Fincher, 2013), serie de Netflix sobre las tribulaciones de un congresista despiadado convertido en el rey de la fontanería política. Aunque la cabeza presidencial aún no está en peligro, House of Cards sí ha descabezado el espíritu periodístico del Watergate. He aquí su mensaje: un periodista solo puede llegar a la verdad (a la exclusiva) mintiendo, vendiendo su integridad y dejando cadáveres por el camino. Política y periodismo, dos caras de la misma moneda. Una imagen descreída y cínica de la profesión que ha intentado contrarrestar Aaron Sorkin en esa declarada idealización del periodismo de la vieja escuela llamada Newsroom, cuya segunda temporada llegará pronto a las teles españolas.

Con todo, el mito periodístico del Watergate no tiene tanta solera como la otra gran variante americana de tumbar presidentes: el tiro en la cabeza. Donde no llega la prensa, llegan las armas automáticas. Si el Lincoln (2013) de Spielberg demostró que la antiquísima historia del asesinato del presidente que ilegalizó la esclavitud aún no se ha cerrado, el JFK (1991) de Oliver Stone certificó que la bala que mata a un presidente siempre deja malherida a la verdad. Al calor de preguntas como ¿quién fue el autor intelectual? o ¿quién se benefició del asesinato? surgen un sinfín de narrativas entre verosímiles y disparatadas que se entremezclan hasta hacer imposible la distinción entre crimen de Estado y teoría de la conspiración.

La revisión de Stone de la Comisión Warren, cuando los jueces hacen de periodistas, lo apostó todo a la conspiración de los poderes fácticos, lo que no quita para que JFK sea uno de los thrillers políticos más trepidantes de las últimas décadas.

Paradójicamente, la falta de pruebas concluyentes sobre la existencia de una mano negra, no deshincha las teorías de la conspiración, sino que las refuerza: si la verdad no sale a la luz, será porque que alguien lo impide. Esto vale tanto para JFK como para Colosio, el asesinato (Carlos Bolado, 2012), recreación del atentado contra el candidato presidencial del PRI en 1994 que se estrena a finales de este mes en nuestros cines. El filme mexicano culpabiliza a los compañeros de Colosio dentro del PRI. La clásica lucha fratricida de poder.

El fuego amigo se ha mostrado históricamente como una de las vías más efectivas para tumbar presidentes. En efecto, a nadie le resulta más fácil moverle la silla al que manda que al que se siente al lado. La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011), biopic reciente sobre Margaret Thatcher, explicó a grandes rasgos la conspiración interna que tumbó a la ex primera ministra británica.

En las actuales circunstancias, por tanto, Rajoy debería mirar con un ojo al kiosco y con el otro hacia sus barones. También rezar para que la calle no se subleve a la manera de la caída de los zares de Octubre (Sergei Eisenstein, 1928). En caso de insurrección popular, lo aconsejable iconográficamente sería que Rajoy abandonará el Congreso en helicóptero, imagen arquetípica desde la caída de Saigón y cuyo último ejemplo sería la fuga del presidente Fernando De la Rua en la Argentina del que se vayan todos, como mostró Memoria del saqueo (Pino Solanas, 2004).

Una pregunta para cerrar y dar un poco de aire al presidente en estos momentos difíciles: ¿Es posible revertir la situación? En el caso de Mariano Rajoy, la opción de hundir al chivato/filtrador en el fondo del Manzanares ya no es efectiva por tardanza… El galleguismo político del presidente, ese dejar que los fuegos se apaguen solos por agotamiento, no casa bien con las medidas expeditivas que las películas reclaman para atajar una crisis de Estado. Aquí no vamos a ver una cabeza de caballo en la cama de Bárcenas como en los Padrinos de Coppola, aunque los familiares del ex tesorero del PP Álvaro Lapuerta hayan denunciado las “extrañas” caídas de su padre (de 85 años) desde que estalló el quilombo… El extraño encanto de la conspiración cinematográfica…

Si el culebrón Bárcenas/Rajoy fuera un thriller estaría a punto de llegar la traca final. Ese impredecible giro de guion que deja al espectador boquiabierto. El tirón de la manta definitivo. Algo así como: Bárcenas muestra al juez Ruz fotos que demuestran que Rajoy fue el segundo tirador que disparó contra Kennedy (y el magistrado se desploma sobre el suelo de la Audiencia Nacional, claro). Sería una estupenda síntesis de un subgénero cinematográfico (Caídas presidenciales) que siempre incluye alguno de estos cuatro elementos: investigación periodística/judicial, conspiración, tiro en la cabeza e insurrección popular. Juntos o por separado.