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Adiós al editor de resistencia Manuel Fernández Cuesta
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FALLECE A LOS 50 AÑOS

Adiós al editor de resistencia Manuel Fernández Cuesta

Con el fallecimiento de Manuel Fernández Cuesta (Madrid, 1963) -ayer en su domicilio, tal y como informaron fuentes cercanas, por un infarto al corazón- el sector

Foto: Adiós al editor de resistencia Manuel Fernández Cuesta
Adiós al editor de resistencia Manuel Fernández Cuesta

Con el fallecimiento de Manuel Fernández Cuesta (Madrid, 1963) -ayer en su domicilio, tal y como informaron fuentes cercanas, por un infarto al corazón- el sector del libro pierde a uno de los editores más críticos con la absurda degeneración en la que ha derivado el mundo editorial y, en concreto, la edición de textos de pensamiento. Su trabajo perteneció hasta hace una semana al grupo Planeta, que lo despidió fruto de las rebajas y recortes que está aplicándola empresa en toda su casa. En 2007 fue nombrado como director de Península y fue ascendido como responsable del área castellana de Grup 62, compuesta por los sellos editoriales Península, El Aleph, Luciérnaga y Salsa Books.

La mayor virtud como editor de Fernández Cuesta era su impagable espíritu cáustico con el que asumía su condición de desplazado, que representaba un género “incompatible en nuestra sociedad, porque el conocimiento de la realidad no encaja en el consumo”. Así es como Manolo vivía en la contradicción de hacer rentable el ensayo, de colar en las casas de los lectores títulos que se resistían a entregarse a la pornografía, con la que tanto grandes como pequeños editores han optado para salvar sus cuentas anuales. El conformismo. El mal de la dejadez, de la desidia, de la incomunicación.

Un editor de no ficción -como Fernández Cuesta aprendió de André Schiffrin- piensa en derrumbar espejismos para ofrecer toda la verdad, nada más que la verdad y solamente la verdad. Incluso cuando es insoportable para sus lectores.Fernández Cuesta rabiaba al hablar de la falta de compromiso de las editoriales con las lecturas de sus clientes

Bajo su dirección, Península editó grandes analistas de la actualidad como el francés Christian Salmon y Miguel Roig. Del primero publicó una notable serie de libros que arrancaron con Storytelling y Kate Moss Machine, donde el autor se preguntaba qué valores representaba la modelo o por qué se convirtió en un icono del capitalismo actual. Del segundo, Belén Esteban y la fábrica de porcelana, radiografía de un fenómeno al borde de la muerte en la sociedad del espectáculo.

Quiso ampliar la atención y tocar a la puerta de los lectores poco habituados al género, como salida de la crisis de ventas pero no sólo. Fernández Cuesta rabiaba al hablar de la falta de compromiso de las editoriales con las lecturas de sus clientes. “Hemos pasado de entender la lectura como formación, a la lectura como entretenimiento. El lector cree que sabe lo suficiente con lo que le cuentan los medios de comunicación para entender lo que es una hipoteca subprime, pero no es verdad y no le importa”, le contó a este periodista que escribía un reportaje sobre las malas horas del texto de pensamiento y la deriva rosa que sufre para adecuarse a un mercado y a unas costumbres incomprensibles e inflexibles con la reflexión.

La España de los 70 

El pensamiento crítico en España padece una de sus encrucijadas más complicadas, en un momento en el que el género se transforma en otra cosa para dar contenidos informativos al interés cultural. Manuel Fernández Cuesta trataba de inventar ese eslabón invisible que conciliara la tendencia con la tradición, en medio de un ambiente empresarial que sólo justifica la excelencia con los resultados, que únicamente aprueba el análisis más lúcido si obtiene un beneficio por encima de sus posibilidades.

No, no hay opción para este tipo de pensamiento al que nos referimos y Manuel trataba de engañarse para seguir adelante, para lograr que desde una gran empresa pudiera crear una gran masa de lectores hambrientos de verdad. Lo resumía de una manera tan trágica como su propia muerte: “Hemos pasado de los libros de historia a los libros de historias”.

Manuel Fernández Cuesta fue un elemento de resistencia, atento a la actualidad, contra el libro como bien de consumo práctico, donde el producto es más importante que el proceso, y el resultado menos libre que el punto de partida del autor. Manolo envidiaba a Francia por sus lectores y a la España de los setenta, cuando los de aquí bebían a litros las publicaciones políticas con tiradas impensables hoy. “En España el interés por el ensayo duró siete años”, contaba siempre fatídico nuestro editor, al que lo dramático no le parecía tanto la caída de ventas como la tendencia que hace del libro de pensamiento una píldora contra el aburrimiento.   

Con el fallecimiento de Manuel Fernández Cuesta (Madrid, 1963) -ayer en su domicilio, tal y como informaron fuentes cercanas, por un infarto al corazón- el sector del libro pierde a uno de los editores más críticos con la absurda degeneración en la que ha derivado el mundo editorial y, en concreto, la edición de textos de pensamiento. Su trabajo perteneció hasta hace una semana al grupo Planeta, que lo despidió fruto de las rebajas y recortes que está aplicándola empresa en toda su casa. En 2007 fue nombrado como director de Península y fue ascendido como responsable del área castellana de Grup 62, compuesta por los sellos editoriales Península, El Aleph, Luciérnaga y Salsa Books.