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Ni Picio era tan feo, ni Mari Castaño tan antigua
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REEDICIÓN DE 'EL PORQUÉ DE LOS DICHOS', DE JOSÉ MARÍA IRIBARREN

Ni Picio era tan feo, ni Mari Castaño tan antigua

Nadie se ha parado a pensar en quién era el pobre Picio, ese al que todos citan para referirse a alguien muy feo. Quizás nadie pensó

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Ni Picio era tan feo, ni Mari Castaño tan antigua

Nadie se ha parado a pensar en quién era el pobre Picio, ese al que todos citan para referirse a alguien muy feo. Quizás nadie pensó que era una persona real, sino más bien una encarnación de la fealdad más exagerada. El tal Picio existió y al menos hubo una persona que se dedicó a pensar en él y en el resto de refranes y modismos que pueblan la lengua española.

Saciando ya la curiosidad hay que decir que Picio fue un zapatero que vivía en Granada, y que  fue condenado a la última pena. Esperando en la capilla recibió inesperadamente el indulto. Esto le causó tal impresión que se quedó sin pelo, cejas, pestañas y con la cara deforme y llena de tumores. Desde ese momento, este zapatero, nacido en Alhendín, fue tomado como ejemplo de fealdad en toda España. Así hasta nuestros días.Publicar este libro de nuevo y hacerlo de manera moderna permite rememorarlo a quienes lo recordaban y ponerlo al alcance de los nuevos lectores

La persona que hizo justicia con Picio y que pasó toda su vida investigando y escribiendo sobre el origen de los dichos es José María Iribarren. Abogado, periodista y escritor, Iribarren llegó a ser académico correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua y miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca

En 1955 publicó por primera vez su libro El porqué de los dichos, en el que recopilaba todas esas expresiones que pueblan nuestra forma de hablar y además las daba un origen. Una explicación que a veces resulta de lo más obvia y que otras se remonta a viejas anécdotas históricas de pequeños rincones de España. Esta obra fue un éxito desde su origen, y autores como Dámaso Alonso definieron así la trascendencia de la misma: "Lo que tiene de importancia es el inmenso acopio de explicaciones e interpretaciones recogidas y juntadas por primera vez por Iribarren, de tal modo que el libro habrá de ser devorado por los lectores de habla castellana que se interesen por su lengua, por el sentido de lo que decimos o por su origen histórico". 

Una versión moderna 

La publicación ha sido reeditada temporada tras temporada hasta hace 13 años. De repente, El porqué de los dichos desapareció de las estanterías de las tiendas de libros. Francisco Martínez Soria, director de la editorial Ariel, que ahora vuelve a comercializar el libro, explica a El Confidencial a que se debió ese cese en las reediciones: "En su día los nuevos gestores de la editorial no consideraron la necesidad de renovar los contratos. Estamos hablando de una editorial institucional, con los cambios de gobierno y gestores habituales, y muchas veces alejados de lo que es la rentabilidad económica". 

En este tiempo el libro ha sufrido una limpieza que ha suprimido tres capítulos dedicados a curiosidades y han ordenado alfabéticamente e introducido los pies de página dentro del texto para simplificar su lectura. Esta nueva versión incluye también ilustraciones de Luciano Lozano. Un cambio del que Martínez Soria se siente orgulloso y que ha satisfecho sus expectativas editoriales: "Siempre existe demanda por este tipo de libros. Publicarlo de nuevo y hacerlo de manera moderna permite rememorarlo a quienes lo recordaban y ponerlo, a la vez, al alcance de los nuevos lectores".

Las conversaciones están plagadas de refranes que siguen transmitiéndose de generación en generación. A veces con pequeños cambios, pero siempre manteniendo la esencia del dicho. Lo extendido de su uso ha hecho que nadie parezca saber el origen de estas expresiones tan concretas. 

Cuántas veces se ha dicho y oído eso de "en tiempos de maricastaña". Bien, la referencia es a épocas pasadas, pero seguramente pocos sepan que ese "maricastaña", viene de Mari Castaño. Una mujer que vivió en el siglo XIV junto a su marido y sus dos hermanos en Lugo y que se resistió a pagar los tributos al obispo. Una resistencia que desencadenó actos violentos, ya que llegaron a matar al mayordomo del obispo. Los actos de una mujer tan fuerte, en una época en la que no abundaban, crearon una leyenda, y José María Iribarren cree con mucha seguridad que es gracias a ella a la que podemos usar esa expresión. 

Otro clásico del castellano es recibir a los que llegan tarde, o hacen algo después de lo esperado con un "a buenas horas mangas verdes". Este dicho viene de la Edad Media (o de tiempos de maricastaña), cuando los cuadrilleros de la Santa Hermandad nunca llegaban a tiempo para capturar malhechores y los delitos quedaban impunes. El uniforme de estos tenía las mangas de color verde, por lo que se extendió el uso de la expresión.

No siempre el origen está tan claro, e incluso los expertos en la materia discrepan sobre muchos de los dichos que se incluyen en el libro. El propio autor explica la opinión de otros expertos siempre que no hay consenso respecto a un refrán, para concluir con su punto de vista e intentar justificarlo. 

Esto ocurre por ejemplo con "hacerse el sueco". Para José María Sbarbi, una de las influencias de José María Iribarren, esta expresión simplemente muestra el concepto que se tenía de los suecos, vistos como gente envidiosa y disimulada. Sin embargo, el autor considera que esto no casa con el significado exacto del modismo, y cree que viene de una derivación de la palabra soccus (calzado de los cómicos en el teatro romano) del que después derivaron la palabra zueco, zocato y, finalmente, zoquete. Por lo que hacerse el sueco significaría hacerse el torpe, el tonto...

Nadie podrá demostrar quién de los dos tenía razón, quién de los dos se "llevaría el gato al agua", o si es que alguno de los dos escribió su teoría "por arte del birlibirloque". Lo único que queda esperar es que el esfuerzo de libros como El porqué de los dichos no "quede en agua de borrajas".

Nadie se ha parado a pensar en quién era el pobre Picio, ese al que todos citan para referirse a alguien muy feo. Quizás nadie pensó que era una persona real, sino más bien una encarnación de la fealdad más exagerada. El tal Picio existió y al menos hubo una persona que se dedicó a pensar en él y en el resto de refranes y modismos que pueblan la lengua española.