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“Un escritor no tiene que contar la verdad, sino ser de verdad”
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RAFAEL CHIRBES VUELVE CON 'EN LA ORILLA' PARA CONTAR EL DERRUMBE DEL PAÍS QUE FUNDÓ EN 'CREMATORIO'

“Un escritor no tiene que contar la verdad, sino ser de verdad”

De no saber que, como buen sabio, es un gran huraño, uno se emperraría en quedar a comer con el maestro todas las semanas. Escucharle, preguntarle

Foto: “Un escritor no tiene que contar la verdad, sino ser de verdad”
“Un escritor no tiene que contar la verdad, sino ser de verdad”

De no saber que, como buen sabio, es un gran huraño, uno se emperraría en quedar a comer con el maestro todas las semanas. Escucharle, preguntarle y apuntar todo lo que la memoria sea capaz de retener. Ahora los vientos le son favorables y hasta las televisiones se han dado cuenta de que hay en España un escritor que puede con los pozos más negros. Crematorio todo lo popular que él se dejó. En la orilla todavía está muy tierna como para que las televisiones se pronuncien, pero los focos volverán a señalarle. Fiel a Anagrama, Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, 1949) no existe. Quiero decir, hay muchos Chirbes, fruto de su renacimiento con cada libro, y ninguno defrauda. Permitan la primera confesión del que hace correr estas líneas: llegué a Chirbes tarde, con La buena letra (1992), era su tercera novela y llegaron otras seis más. Nunca ha fallado. Chirbes es el escritor que nunca defrauda.

Valencia parece un buen sitio para sus novelas.

Mi proyecto es intentar explicarme quién soy en cada momento, esté donde esté. La caída de Madrid (2000) tenía Madrid como escenario. Ahora es este escenario, que, efectivamente, da para mucho. Pero esta costa es como la de cualquier otro lado, como la andaluza, por ejemplo, pero los poetas andaluces han estado a otras cosas. Podrían haber escrito sobre la mafia. Y en los alrededores de Madrid exactamente lo mismo. Hay material por todas partes. El mito de la corrupción de la Comunidad Valenciana ha crecido porque no tenían el mismo poder que otras para frenar las informaciones, pero la Gürtel viene de Madrid. La diferencia es que aquí les han puesto la paella para que coman.

¿El escritor es hijo de su contexto y de su tiempo?

Yo sí. Mi alma es el alma del tiempo en el que vivo. De mis lecturas también. No sé escribir cosas fantásticas, y además no me interesan. Esto tampoco quiere decir que sea realista stricto sensu. Cualquier libro que no te ayuda a conocer la realidad es inútil. La estética es un lugar de encuentro en el que la palabra te ilumina. La estética por la estética no sirve. Yo camino a oscuras y a tientas.

¿No tiene la impresión de que la realidad siempre le lleva la delantera a la novela?

Las novelas lo que hacen es intentar sacar unas gotitas del elixir de esa realidad. Por eso van por detrás. Pero leemos textos del siglo XVIII y dan la impresión que se han adelantado varios cientos de años. Fíjate que 2.000 años después todavía hay quien cree en ídolos.

¿Y a usted sobre qué le interesa escribir?

Siempre he escrito sobre mi tiempo.

¿Lo hace con planes?

Me entero de lo que escribo según voy escribiendo. Porque escribo para aprender. Si tuviera el esquema de la novela que voy a escribir, no la escribiría porque ya me la sabría.

Algún hilo tendrá del que empezar a tirar…

Suele ser un malestar, un personaje al que pongo hablar. La tercera persona me agobia, me parece muy autoritaria. Tu posición ante la vida es la que resulta de la novela. Por eso no deberíamos hablar los escritores, sino los libros. Frente a la lírica, la novela es seguir de una voz a otra. El novelista se somete a la prueba con sus personajes y el lector prueba a enfrentarse a todos ellos.

Entiendo que prefiere un lector en conflicto.

Para enseñar a tomar papillas hay que darle unos cachetes al niño, sólo así dejará la teta. El niño sólo quiere comer, no quiere saber y cualquier paso adelante es un sacrificio. Pero si no sufres no aprendes. La vida es sufrimiento no gozo. El aprendizaje nunca es cómodo: dejar lo que tienes por seguro para meterte en aguas que no conoces. Prefiero un lector que busca en la novela confrontar sus conflictos.

¿Cuántos lectores cree Rafael Chirbes que tiene?

Me da igual. Los que vengan. Me gusta más si tengo pocos lectores que lean bien, que muchos que lean cosas que no he querido poner. He sobrevivido, me he buscado la vida como he podido. Además, escribir es lo más barato del mundo. El que diga que no puede escribir porque económicamente no puede es mentira. Mis primeras novelas las hacía después de trabajar, hasta las tantas de la noche, y los domingos y sábados. Ahora tengo mucho tiempo libre y llevo un año que no escribo nada. La escritura es un problema de pulsión y de voluntad.

¿Cuándo hizo de su vocación su profesión?

Nunca he sido un escritor profesional. Cada novela que escribo pienso que es la última. En la orilla la última novela. Luego acabas escribiendo o no. Hay escritores que son escritores, como Balzac y Galdós, que lo hacían a plazos y mucha velocidad. No es mi caso. Lo único que quiero hacer en la vida es escribir, pero me puedo tirar un año sin hacerlo. La literatura tiene algo de trabajo.

¿Cree que la vocación literaria es una cuestión de clase?

Mi caso es una familia muy modesta. Me gusta escribir desde que tenía cinco años. No sé si es vocación o lo que es. Sólo te puede decir que prefería leer que jugar.

¿En qué cree Rafael Chirbes?

Yo qué sé. No lo sé. Cuando escribo me da la impresión de que me lavo un poco. Encuentro algo de sentido a todo este caos y cuando acabó vuelve todo el caos. Quizá crea en las cosas muy cercanas, como reír con los amigos, leer… tampoco más.

¿Alguna esperanza en algo?

Hay que esperar que la derrota no se herede genéticamente y que cada generación tenga derecho a ser derrotada por sí misma, sin que se lo cuenten sus abuelos. Seguir luchando por la justicia y saber que el mal siempre acabará triunfando. Podríamos dejar que un niño no naciera y no hacerle sufrir durante 80 años, pero no lo hacemos. Porque el sufrimiento es aprendizaje.

¿Qué piensa cuando un escritor dice que el argumento ha muerto?

Todas las teorías se nos van abajo con cada buena novela nueva, porque acaba con las teorías anteriores. Con cada novela buena resucita el género. La literatura muere cuando la literatura no es nada. Cada nueva novela es nuevo lenguaje. Novelas buenas aparecen de vez en cuando.

¿Recuerda alguna entre sus últimas lecturas?

Me gustó mucho Hombres (Anagrama), de Laurent Mauvignier, me pareció magnífica.

¿Cree que la novela es un género clasemediero, como dijo Aristóteles, la epopeya de los mediocres para los mediocres?

Ha habido siempre teóricos que se han creído superiores a la novela y han visto al escritor como un intermediario molesto. La novela no entiende ni tiene clases. Fue maestra de la clase media en el siglo XIX.

¿Y hoy?

Hoy día vivimos una etapa de indefinición, no sabemos quién es el público de la novela.

¿Ni siquiera su función?

Buscar los signos de lo que va a venir y, desde luego, ir convirtiendo en escombros al sujeto actual y todo lo que le rodea. Yo me encomiendo siempre a Celestina, que fue demoledora con su tiempo y a todos esos autores que han picado en el viejo edificio para quitar estorbos esperando que surja uno nuevo. No es mala tarea, es muy ambiciosa. En las últimas novelas, el lenguaje es uno de los temas centrales. Recoge el habla a un paso del habla, convirtiéndola en caricatura de sí misma, y casi en una oquedad. Me volví a leer El criticón, de Baltasar Gracián, y me gustó descubrir una posición parecida con el lenguaje cotidiano. Descubría frases de El criticón dentro de mi novela, a pesar de que hacía 35 años que no la leía. El punto desde el que cuenta Gracián es desde el sarcasmo feroz y el uso del lenguaje cotidiano para demolerlo todo.

¿Se ha atrevido alguna vez con el humor?

Me gustaría muchísimo atreverme, pero cada uno sirve para lo que sirve. Digo que Crematorio y En la orilla son dos bromas pesadas.

Una vez ha creado, conocido y utilizado a sus personajes para satisfacer sus fines, ¿qué ve con peores ojos: la hipocresía o el cinismo?

Ni una cosa ni otra. Un escritor no tiene que contar la verdad, sino ser de verdad. Me gusta no engañar, que tu novela sea fruto de tu trabajo, de tu excavación en ti mismo, no hacer trampas, no halagar al lector, no halagar al poder sobre todo y no halagarte a ti mismo. Son pequeñas virtudes. En narrativa lo importante es el punto de vista.

¿Y en sus personajes?

Me parecen peor los benevolentes, aquellos que viven de los malevolentes. Prefiero al cazador que los hijos, que comen de la caza de su papá. Me cae mejor Torquemada que Galdós.

¿Podrían ser sus novelas ser tildadas de revanchistas?

Entiendo la novela como una forma de ofrecer una narración alternativa a la narración oficial. Si ahora gusto más es porque los aires de los tiempos han cambiado de dirección. Sopla de otra manera y este viento me favorece. Mi trabajo ha sido una forma de contar lo que yo creía que había ocurrido frente a las versiones oficiales.

¿Qué es la verdad?

Una cosa distinta a la que ellos cuentan. Ellos son la historia oficial de ese cargo, la radio, la televisión…

De no saber que, como buen sabio, es un gran huraño, uno se emperraría en quedar a comer con el maestro todas las semanas. Escucharle, preguntarle y apuntar todo lo que la memoria sea capaz de retener. Ahora los vientos le son favorables y hasta las televisiones se han dado cuenta de que hay en España un escritor que puede con los pozos más negros. Crematorio todo lo popular que él se dejó. En la orilla todavía está muy tierna como para que las televisiones se pronuncien, pero los focos volverán a señalarle. Fiel a Anagrama, Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, 1949) no existe. Quiero decir, hay muchos Chirbes, fruto de su renacimiento con cada libro, y ninguno defrauda. Permitan la primera confesión del que hace correr estas líneas: llegué a Chirbes tarde, con La buena letra (1992), era su tercera novela y llegaron otras seis más. Nunca ha fallado. Chirbes es el escritor que nunca defrauda.