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“Los malos tiempos se contestan con buena literatura”
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FERNANDO ARAMBURU CIERRA LA TRILOGÍA DEDICADA AL PAÍS IMAGINARIO ANTÍBULA, CON 'LA GRAN MARIVIAN'

“Los malos tiempos se contestan con buena literatura”

Es uno de los pocos escritores españoles que no tiene convenciones. No repite modelos, no busca fórmulas, prefiere evitar la autopista del pelotazo literario. Y a

Foto: “Los malos tiempos se contestan con buena literatura”
“Los malos tiempos se contestan con buena literatura”

Es uno de los pocos escritores españoles que no tiene convenciones. No repite modelos, no busca fórmulas, prefiere evitar la autopista del pelotazo literario. Y a pesar de todo, el autor de No ser no duele y de La gran Marivian tiene un secreto: producir con vocación. Tiene 5.000 jefes a los que no quiere decepcionar de ninguna manera. Es severo con su voluntad y con las tareas mal hechas, y así se le libra del desánimo. Le escucharán herir, de vez en cuando, el orgullo de los poetas y su actividad, porque él mismo abandonó los versos para hacer otra cosa, aunque la búsqueda de lo poético todavía persista en su búsqueda.

¿Tiene una definición para la vocación literaria?

La vocación literaria es lo primero que surge en cualquier escritor y en mi caso fue a una edad temprana.

¿Para qué sirve?

Es la intención que tiene el escritor de dedicarse en su vida a escribir. Aspiro a fundir la vocación con la profesión. En Alemania, donde vivo, hacer de la escritura tu profesión no tiene una carga negativa. No quiero enriquecerme con la literatura, pero sí conseguir lo justo como para mantener mi actividad. La vocación me obliga a cuidar la obra. La profesión me obliga a producir. Pero las dos cosas se enhebran.

No parece que la vocación sea suficiente.

Para escribir hay que haber vivido un poco, para conocer cómo es la pasta humana. El escritor debe ser dos personas: uno, el que sale a vivir y protagonizar toda clase de peripecias o aventuras; otro, el que está en clase. Uno sale por ahí y le trae materia para que el otro se ponga a escribir.

Desde Alemania a lo mejor se ve todo distinto, algo más fácil.

En este país hay un índice de lectura bastante alto y uno puede salvar más el espacio de su vocación que allá donde se lee menos. Si no puedes mantenerte con tu actividad, estás obligado a aceptar encargos como textos ocasionales para periódicos. Pero en Alemania hay escritores que pueden sustentarse con dedicación exclusiva e intensa a su escritura.

¿Tiene España suficientes lectores como para mantener a sus escritores?

El índice de libros escritos con intención estética y literaria es bajo. En la feria hay grandes colas de adolescentes y jóvenes fascinados por personas que han firmado un libro, no sé si lo habrán escrito.

¿Cuántos tiene Fernando Aramburu?

Hay cerca de 5.000 personas en España que son fieles a la literatura que yo difundo.

¿Qué angustia más al escritor: que le compren o que le lean?

Cuando uno se dedica a la escritura afronta dos riesgos: el que a mí me preocupa es el puramente creativo, personal, de crear una obra lo más valiosa posible. Después, el reto público, difundir esa obra que tenga repercusión y lectores, para que no sea todo pirateo. Si esto se cumple uno se olvida de que debe ganar un sustento y puede dedicarse con tiempo y tranquilidad a la siguiente obra.

¿Ha podido unir vocación y profesión?

He podido cumplir con mi vocación a los 50 años, cuando dejé la educación. Es posible gracias a los lectores que me acompañan. Si esto no hubiera ocurrido no dejaría de escribir, pero sería un escritor de tiempo libre. Luego no lloremos porque en España no se escriben buenas novelas, si no hacemos algo para que los escritores puedan trabajar. Escribir un poema cada fin de semana es posible, pero una novela de 500 páginas lo veo muy difícil.

¿Es un buen momento para la literatura española?

Ahora mismo creo que vivimos en un momento dulce en calidad literaria. Hay escritores magníficos en este país, pero a veces da pena que estos libros pasen inadvertidos.

¿Por qué ocurre esto?

No culpo a la gente. Cuando a la gente se le hacen apetitosos los libros la gente responde, como ha ocurrido con Intemperie, de Jesús Carrasco. Es una buenísima noticia que un libro con una intensidad literaria como este esté entre los más vendidos, pero es una excepción. Es un libro literario, con relieve estético y lenguaje cuidado. Debemos estar orgullosos de este tipo de literatura, como de En la orilla de Rafael Chirbes. Lo que veo en los más vendidos es que son los mismos que se venden en todos los planetas.

¿Cómo ve el panorama cultural de este país desde allí lejos?

Es un poco triste, pero arrastramos un tradicional menosprecio por la excelencia lingüística que se percibe en personas que ostentas cargos públicos. La tendencia por el taco, lo soez. Hay fútbol. Hay mucha tele. La realidad cultural española sale perdiendo claramente con el resto de Europa. En Alemania hay una consideración social de la cultura muy distinta. Puedes convocar una charla con un escritor y cobrar la entrada, porque el que asiste a esos actos asume que va allí a recibir algo a cambio.

Algo bueno tendrá esta crisis, ¿no?

Estos momentos malos suelen ser buenos para la literatura. Donde no ocurre nada y todo es feliz no hay razones para escribir. Lo esperable es que los escritores estén a la altura de las circunstancias y asuman que los malos tiempos se contestan con buena literatura. El problema está en el aspecto educativo de los ciudadanos, en que se deteriore, que se reduzcan los índices de lectura, el cierre de editoriales y librerías...

¿Cómo se consigue?

Cuando me ocurre algo malo lo que hago es compensarlo mediante una página buena, me esfuerzo para tener una ventaja creativa. Nos va a doler, pues esforcémonos por hacer libros bien cuidados y bien trabajados. La gente necesita recibir lo mejor de nosotros.

Antes hizo referencia al cuidado por la palabra en los trabajos de Jesús Carrasco y Rafael Chirbes como si fuera una batalla perdida.

Tengo esta pequeña lucha en favor de la palabra. Cómo se menosprecia el uso excelente de la palabra. Hay una frase que emplea Rajoy y que no puedo olvidar: dice “esto es literatura” para referirse a un asunto menor. La idea generalizada es que el escritor no tiene ningún mérito. A los veintitantos dejé de publicar para reaprender mi idioma materno. Hacía diccionarios de palabras poco habituales. Como otros aprenden a manejar el cincel o el solfeo, para escribir hace falta un papel y un lápiz. También talento y paciencia, oído musical, experiencia dilatada y tantas otras cosas que me han dicho que se necesitan.

¿Qué ocurrirá ahora que cierra la trilogía de Antíbula con La gran Marivian?

He cerrado un país imaginario con particularidades, que me ha permitido colocar la historia de las ideologías del siglo XX. Pongo en pie algunas paradojas como tratar de manera realista un espacio imaginario. En Antíbula he colocado historias que podrían ocurrir en cualquier otra parte, los comportamientos de los individuos en un régimen dictatorial, los que reciben privilegios, la gran mentira, la cuestión del mal, el deseo, la violencia… todo en torno a un personaje que muere al comienzo de la novela. Dibujo un país de corrupción, rivalidades. La gran Marivian juega la carta de la imaginación. Cuenta la vida de una gran actriz, bella a la que es peligroso acercarse. Con ella cierro un ciclo.

¿Y ahora?

Publicaré un libro de reflexiones literarias, combinadas con pasajes autobiográficos. A partir de la obra de otros escritores que he ido realizando durante largos años, con propósito divulgativo con los lectores. Es un texto desde la práctica de la literatura. 

Es uno de los pocos escritores españoles que no tiene convenciones. No repite modelos, no busca fórmulas, prefiere evitar la autopista del pelotazo literario. Y a pesar de todo, el autor de No ser no duele y de La gran Marivian tiene un secreto: producir con vocación. Tiene 5.000 jefes a los que no quiere decepcionar de ninguna manera. Es severo con su voluntad y con las tareas mal hechas, y así se le libra del desánimo. Le escucharán herir, de vez en cuando, el orgullo de los poetas y su actividad, porque él mismo abandonó los versos para hacer otra cosa, aunque la búsqueda de lo poético todavía persista en su búsqueda.