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Los telespectadores salvan la Feria del Libro
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EL ÚLTIMO FIN DE SEMANA DE LA CITA LLEGA CON LAS MEJORES VENTAS DE LOS ÚLTIMOS TRES AÑOS

Los telespectadores salvan la Feria del Libro

Los balances se hacen a ojo en la Feria del Libro de Madrid. Uno asoma el gaznate y mira cómo están las casetas de los demás.

Foto: Los telespectadores salvan la Feria del Libro
Los telespectadores salvan la Feria del Libro

Los balances se hacen a ojo en la Feria del Libro de Madrid. Uno asoma el gaznate y mira cómo están las casetas de los demás. No hay estadísticas, hay impresiones. Hay que pasearse y mirar a la cara del librero y del editor al otro lado del mostrador. El algodón no engaña: están contentos, cansados pero contentos. El runrún que recorre el paseo de coches del Retiro es que los dos primeros fines de semana apuntan a que este sábado y domingo cerrará una de las mejores ediciones de los últimos cinco malogrados años.

En uno de los puntos de información dicen que hacía muchos años que no repartían 100.000 bolsas en un fin de semana. No se repartieron la temporada pasada en ninguna de las jornadas. Uno de los encargados de atender al público visitante discrimina entre lectores y ganado. El primero pregunta con educación, el segundo avasalla para saber dónde firma la estrella de la televisión. Son lectores televisivos que llegan a la caza de la firma de Jorge Javier Vázquez, Mario Vaquerizo, Christian Gálvez, Mariló Montero, Mercedes Milá, Caillou, Gerónimo Stilton o Isabel San Sebastián.

A la desesperada

“Antes había un Boris Izaguirre, ahora hay decenas”, explica uno de los libreros sin ánimo de ofender a nadie y menos a quien le trae colas que no terminan en dos horas. Es la llamada desesperada al bolsillo, la línea de explotación en la que trabajan duro las grandes editoriales para sacar a flote sus grandes y pesadas naves de la alarmante caída de ventas.

Al librero no le preocupa tanto quién firma como quién compra. Contemplan estos tumultos con gesto de descrédito porque saben que de esa larga fila no habrá un solo cliente que una vez la Feria baje el cierre se acercará a su tienda a pie de calle. En la librería Alberti reconocen que en 20 años de Retiro sólo han conseguido hacer tres lectores fieles, el resto son “lectores de Feria”, paseantes que hacen sus listas durante el año y compran del tirón con el descuento del 10%.

“El lector burbuja ya sólo se mueve por convocatorias”, cuenta otro librero. Las dos citas de la ciudad son La Noche de los Libros y la Feria del Libro. “Y luego desaparecen”. Afloran con el tirón publicitario que les recuerda que hay un evento que no se pueden perder, donde habrá mucha gente, famosos y buen tiempo. “Cada vez hay menos lectores y más espectadores”. Teodoro Sacristán, director de la Feria, confirma esta apreciación del librero.

A Sacristán le gustaría encontrar la fórmula para hacer el trasvase de lectores de un lado a otro y que no se rompiera la cadena durante un año. Efectivamente, asume y confirma que es una feria entre la mayoría de los visitantes prima es el fetiche del famoso. El lector es minoritario. Le parece “muy peligroso” que se polarice tanto la lectura en las dos grandes convocatorias mencionadas Ahora más que nunca las librerías necesitan afluencia. “La venta no se consolida y esto es pan para hoy y hambre para mañana”, dice.

Contra el precio fijo

En el territorio de las amenazas al ecosistema editorial español señala la desaparición de la ley del precio fijo del libro. “Si se eliminara la norma sería el final, una barbaridad”. Y, sin embargo, la Fundación Alternativas, en principio fiel defensora de la línea progresista y aparato intelectual del socialismo, presentó hace unas semanas un informe, dirigido por el gurú digital Javier Celaya, titulado La internacionalización de las industrias culturales y creativas españolas (ICC), en el que se defendía el punto final de esta ley, que permite contener y proteger la diversidad cultural del producto editorial frente a las gigantes empresas tecnológicas, como Amazon.

A pesar de la defensa acérrima a una norma que resiste en Europa ante la presión de los intereses de estas compañías –como el subconsciente, que no existe pero insiste-, los libreros desde sus casetas reclaman una política de precios muy distinta a la que los editores mantienen. “No se han adaptado. El precio del libro es carísimo. Mira este, el otro día me lo pidió un cliente y me dio vergüenza decírselo”, trata la revolución Glosaria de Inglaterra en el siglo XVII, encuadernación en rústica (tapa blanda), sin ilustraciones, 49 euros.

“Con estos precios hay muchas más descargas”. Esa es la apreciación que los economistas utilizan para justificar la eliminación de la ley del precio fijo del libro. Se lo escucha a los clientes que se asoman al balconcillo donde enseña las piezas frescas. “La gente busca otros formatos más accesibles y más baratos”, ahora agarra un libro de bolsillo, 8 euros. Teodoro Sacristán cree que este formato, aunque en España no guste, tiene una revalida pendiente.

Antes de despedirse, el librero pone el dedo en la llaga una vez más: “No hay renovación de clientes, los lectores son mayores. Los jóvenes no pasan por la librería y en la feria tampoco están. Bueno, sí van a las firmas de esos autores que se publican en la red”.

Una caseta cercana. El editor se ha transformado en librero por unos días. Le gusta el contacto con sus lectores. Dice que en la Feria se hacen fieles al sello, aunque reconoce que a estas alturas le gustaría estar en su casa sin ver a nadie más. Cuenta que las ventas marchan un poco mejor que el año pasado y que lo que saquen va limpio a la caja, sin intermediarios, eso apenas supone un 10% del volumen total de los beneficios anuales de la empresa. Todo suma.

A veces resta: en estos momentos, afirma, en cadenas como la FNAC piden hasta un 35% de descuento sobre el precio del libro, por colocar en sus tiendas 400 ejemplares de un libro que huele a pelotazo. El editor, y librero por unos días, tiene la palabra en la punta de la lengua que se muerde de rabia: “Extorsión”

Los balances se hacen a ojo en la Feria del Libro de Madrid. Uno asoma el gaznate y mira cómo están las casetas de los demás. No hay estadísticas, hay impresiones. Hay que pasearse y mirar a la cara del librero y del editor al otro lado del mostrador. El algodón no engaña: están contentos, cansados pero contentos. El runrún que recorre el paseo de coches del Retiro es que los dos primeros fines de semana apuntan a que este sábado y domingo cerrará una de las mejores ediciones de los últimos cinco malogrados años.