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La Guerra Civil se pierde en la traducción
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LA LÓGICA DE LA GUERRA FRÍA EMPAÑA EL ENTENDIMIENTO DE LOS BRIGADISTAS INTERNACIONALES

La Guerra Civil se pierde en la traducción

Hoy en día, al echar la vista atrás a las Brigadas Internacionales, tendemos a simplificar a una mera etiqueta las razones que les llevaron a defender

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La Guerra Civil se pierde en la traducción

Hoy en día, al echar la vista atrás a las Brigadas Internacionales, tendemos a simplificar a una mera etiqueta las razones que les llevaron a defender la República Española durante la Guerra Civil: “eran militantes, sindicalistas y comunistas”. Las etiquetas, sin embargo, y especialmente las de carácter político, tienden a sellar historias al no ser capaces de dar una explicación, mucho menos explicaciones históricas. Para entender las razones de los brigadistas internacionales debemos ir más allá de las etiquetas, tener en cuenta el orden social en el que vivieron y poner de relieve los cambios sociales a los que respondían.

El lector del siglo XXI, en su intento por acercarse a la Europa de los años veinte y treinta, se encuentra a menudo con el problema de que ésta queda mucho más lejos de lo que la distancia temporal sugiere, haciendo que los significados y el contexto de aquella Europa sea a menudo lost in translation, perdidos en la traducción. En concreto, términos como “activista” y “comunista” son fácilmente malentendidos desde la óptica de la supuesta “Posguerra Fría” en que vivimos. Para entender lo que realmente significaban en los años veinte y treinta del siglo pasado es a otra guerra a la que debemos referirnos.

La Gran Guerra de 1914-18 supuso un movimiento sísmico para el continente europeo que se sumó al vertiginoso proceso de urbanización e industrialización, dando lugar a un nuevo panorama social. Estos cambios habían movilizado ya a millones de hombres y mujeres, transformando su vida cotidiana, su lugar y medios de trabajo, e incluso sus formas de vida, mucho antes de que el conflicto armado los movilizase en el frente y la fábrica. Sin embargo, fue tan sólo cuando la gente de a pie tomó conciencia de la magnitud de la oleada de muerte y sacrificio que se les venía encima, que las ideas que pedían voz política y voto auténtico para todos los miembros de la sociedad se vieron reforzadas.

Si bien la Gran Guerra dio fin a los grandes imperios europeos, no destronó ni el viejo orden continental ni las rígidas jerarquías sociales. Aunque la guerra se disipara en su sentido convencional tras 1918, provocó intensos conflictos fratricidas a escala nacional, como es el caso de Italia o Hungría, y de los países recientemente emergidos de entre los imperios, como Polonia, Yugoslavia y Finlandia. En todos ellos se luchó por ver quiénes tendrían voz política, y quiénes estarían o no autorizados a pertenecer a estas nuevas ‘naciones’ que emergieron de la Guerra. En España también surgieron conflictos de esta naturaleza, puesto que si bien no había participado militarmente gran parte de su población había sido económica y políticamente movilizada por la guerra, siendo la dictadura de Primo de Rivera una respuesta a la movilización, o más bien un intento de mitigar los efectos que de ésta se derivaron.

En Europa central también hubo intentos parecidos para frenar la reforma política mediante el despliegue del nacionalismo étnico, así como de su acompañante habitual, el antisemitismo, con la intención de reconstruir los anteriores sistemas antidemocráticos como base para estas nuevas naciones. La etnicidad, sin embargo, no fue el único argumento para la exclusión. Hubo muchos, sobre todo hombres jóvenes provenientes de zonas en proceso de urbanización, que no estuvieron dispuestos a agachar la cabeza tras la experiencia de la Guerra Mundial y que, a pesar de sus esperanzas de cambio, se sintieron defraudados por las autoridades. Como resultado, una oleada de migraciones llevó a decenas de miles de europeos a reubicarse. 

Así, Mario, un obrero e historiador antifascista italiano de apenas treinta años, y Yankel, un chico judío de diecinueve años que había viajado desde Cracovia a través de siete países, migraron a Francia en busca de trabajo. Allí, ambos trabarían amistad con el periodista Arthur Koestler durante su internamiento en un campo de concentración de la República francesa en octubre de 1939, aunque a diferencia de Koestler, los dos primeros no sobrevivirían a su ulterior deportación a los campos nazis. Manès Sperber, escritor y psicólogo nacido en 1905 en el seno de una familia jasídica de Zablotów (entonces parte de la Galicia austríaca, hoy Ucrania), huyó con su familia a Viena en 1916 debido al avance de la guerra. El exilio en la capital austríaca influiría decisivamente en el ideario secular y político del joven Sperber, y en su posterior afiliación al partido comunista en el Berlín de 1927. Encarcelado por los nazis, fue puesto en libertad gracias a su pasaporte polaco, mudándose a Yugoslavia y a París, antes de aterrizar en la España de la guerra. Otro caso similar es el del rebelde adolescente de Budapest que, hecho a los calabozos de la Hungría que Horthy gobernaba con mano de hierro, no vio otra opción que buscar una mejor vida en París, para convertirse ya en España en el renombrado fotógrafo Robert Capa. Producida por un mundo en constante cambio, la marea migratoria contribuyó a acelerar aún más si cabe el proceso por el que se estaban cuestionando las normas sociales establecidas.

En la Gran Bretaña de posguerra, incluso cuando el voto había sido extendido a todos los varones en 1918 y a las mujeres en 1928, la política y la vida pública seguían siendo privilegio de una élite social muy restringida. No obstante, hubo muchos que empezaron a hacer frente a este sistema, como la joven Patience Darton, que ejercía de matrona en los suburbios de Londres y emprendía disputas diarias para proteger a los más pobres contra las intransigentes autoridades de su hospital. Esta experiencia, sumada a sus creencias religiosas, le hizo tomar consciencia de la necesidad de cambio para reducir las agudas desigualdades sociales, lo que la llevaría a ayudar como enfermera en el frente republicano. Patience, a quien la experiencia de la Guerra Civil “[me ayudó a] convertirme en una persona por mis medios … con una vida y un trabajo propios”, pertenecía a la misma clase media urbana que durante los años veinte empezaría a reclamar voz política en España oponiéndose al excluyente sistema de la Restauración, entonces presidido por Primo de Rivera.

Esta lucha por el cambio social se extendió también más allá de Europa, siendo los inmigrantes de primera y segunda generación quienes tomaron el relevo en Norteamérica. Instintivamente, sabían que la defensa de la República Española era una lucha por una mayor igualdad social, pues si bien no conocían los pormenores del caciquismo, muchos encontraron su equivalente americano en los poormasters, funcionarios municipales con la capacidad de otorgar fondos de ayuda a los más pobres y con los que a menudo protagonizaban escenas traumáticas y desesperadas. Algunos  habían tenido experiencia directa en España, como la abogada Channa Tanz de Hoboken, Nueva Jersey, que fue enviada a la España republicana por el Comité para la protección de los nacidos en el extranjero para investigar la reforma penitenciaria y los últimos avances en política social; o Sam Levinger, el hijo de un rabino de Ohio que, en un intento por poner fin a las barbaridades e injusticias que venían ocurriendo en Europa, fue a luchar y morir por la República con apenas veinte años. Y qué hay del centenar de afroamericanos que se alistaron al batallón Abraham Lincoln, la primera unidad militar estadounidense no segregada pese a que el ejército americano continuaría practicando la segregación racial durante la Segunda Guerra Mundial; o de Evelyn Hutchins, una experimentada conductora que no fue autorizada a conducir una ambulancia durante la guerra de España por ser una mujer. 

Todos ellos eran, "exiliados de un tiempo futuro", tal y como escribiría el empobrecido poeta Sol Funaroff.  Nacido en Beirut en 1911 de una familia humilde de exiliados judíos rusos cuya propia odisea europea terminaría en Nueva York, Funaroff también se lanzó a las acciones de solidaridad con la República Española a pesar de estar muy enfermo desde su infancia y de ganarse siempre su sustento por los pelos, brillando sin embargo tanto su vida como en su trabajo pese a morir en 1942 con apenas 31 años de una enfermedad reumática del corazón conocida como “corazón de la pobreza”. Cada uno de estos individuos vio la batalla por la igualdad social de la República Española como la suya propia, pero de manera mucho más compleja y variada de lo que las etiquetas políticas podrían sugerir. Fueron militantes porque vivieron una época en que el activismo político ofrecía la posibilidad de actuar a los menos poderosos, otorgándoles además una coraza para hacer frente al clima hostil de vertiginoso cambio social.

Todas estas guerras sociales europeas continuarían librándose durante la la guerra total de 1939-45, desencadenada por el imperialismo nazi y sus planes de segregación étnica. Los ejércitos aliados y los movimientos de resistencia que se les opusieron eran, en gran parte, entidades multiculturales y multinacionales como lo fueron las Brigadas Internacionales en la guerra de España. Estos hechos, sin embargo, fueron ensombrecidos tras 1945 por la lógica de la Guerra Fría, lo que suponía restablecer tanto al oeste como al este naciones homogéneas étnica, cultural y políticamente.

Hoy en día, al echar la vista atrás a las Brigadas Internacionales, tendemos a simplificar a una mera etiqueta las razones que les llevaron a defender la República Española durante la Guerra Civil: “eran militantes, sindicalistas y comunistas”. Las etiquetas, sin embargo, y especialmente las de carácter político, tienden a sellar historias al no ser capaces de dar una explicación, mucho menos explicaciones históricas. Para entender las razones de los brigadistas internacionales debemos ir más allá de las etiquetas, tener en cuenta el orden social en el que vivieron y poner de relieve los cambios sociales a los que respondían.