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El noble arte de plagiar (sin robar)
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UN JURISTA NORTEAMERICANO REPASA LAS FRONTERAS DEL PLAGIO Y LA PROPIEDAD INTELECTUAL

El noble arte de plagiar (sin robar)

Aviso a plagiarios y navegantes: el continuo avance de la digitalización puede jugársela en cualquier momento. Puede jugársela, pero eso no quiere decir que un juez

Aviso a plagiarios y navegantes: el continuo avance de la digitalización puede jugársela en cualquier momento. Puede jugársela, pero eso no quiere decir que un juez determine que haya robado. Un juez como Richard Posner, magistrado en el Séptimo Circuito de la Cámara de Apelaciones de EEUU y especialista en las mañas del noble arte de plagiar y perseguir al robo, es escrupuloso con lo vago de la definición de copia.

La ley de propiedad intelectual norteamericana no prohíbe copiar ideas o hechos, lo único que protege es la forma. Por eso cuando los escritores de un libro anterior acusaron de violar sus derechos de autor a Dan Brown (autor de El código Da Vinci) aduciendo que les había robado la idea de Jesucristo casado con María Magdalena con quien tiene varios hijos, Brown ganó el pleito.

“Copiar de un novelista un argumento genérico o un personaje típico no implica violar sus derechos de autor. Pero copiar pormenores de tramas –como es razonable sostener que hizo Dan Brown- y de personajes bien podría suponerlo”, explica el juez para señalar lo lábil que es la linde entre idea y expresión.

“Lógicamente, no siempre que se copia se está plagiando; ni siquiera siempre que se copia ilegalmente, es decir, cuando se violan derechos de autor. El plagio y la violación de derechos de autor en buena medida se solapan, pero el plagio no necesariamente entraña violación de derechos de autor, y la violación de derechos de autor no necesariamente entraña plagio”. Es más, ha sido el auge de los derechos de autor el culpable de que la copia se haya convertido en una actividad sospechosa.

La copia supera al original

Este lúcido y breve recorrido por lo variado de las formas que el plagio puede revestir lleva por título El pequeño libro del plagio, que acaba de publicar la editorial El Hombre del Tres. El jurista esgrime que condenar el plagio de manera apasionada o simplista es inútil por lo vago del concepto de plagio e invita a la calma y a aceptar que existe una zona de grises de donde surgen obras de interés. Es más, el producto de un imitador, asegura el provocador Posner, “puede ser más valioso que el de un creador original”. A fin de cuentas, ¿qué significa original? Poco más que distinto, pero no necesariamente creativo.

La mejor definición de plagio es la más simple de todas: para que el plagio sea tal, quien lo comete debe querer ocultarlo. También hay grises en el término ocultar: los libros de textos no citan la fuente de casi ninguna idea expuesta porque no pretenden ser originales. Más bien todo lo contrario: cuantas más ideas ajenas recabadas, mejor.

Escritor y autor no es la misma cosa. No son sinónimos. Pero esto no ocurre sólo en la literatura. Los compositores de música clásica plagian melodías populares (Dvorak, Bartok o Copland). “También los raperos insertan en sus temas sin decirlo fragmentos de canciones anteriores, si bien la mayoría de aficionados al rap identificará la cita”, asegura. La pintura tampoco se libra. La más famosa de Manet, Merienda campestre, “es indiscutible que copia de pinturas anteriores de Rafael, Tiziano y Courbet, pero eso tampoco se considera plagio aun si solo un experto vería en ello no copia sino alusión”.

Aviso a plagiarios y navegantes: el continuo avance de la digitalización puede jugársela en cualquier momento. Puede jugársela, pero eso no quiere decir que un juez determine que haya robado. Un juez como Richard Posner, magistrado en el Séptimo Circuito de la Cámara de Apelaciones de EEUU y especialista en las mañas del noble arte de plagiar y perseguir al robo, es escrupuloso con lo vago de la definición de copia.