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La astronomía revela el arraigo de los primeros colonos de España
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VARIOS TEMPLOS FENICIOS PENINSULARES APUNTABAN A VENUS, SEGÚN UN ESTUDIO

La astronomía revela el arraigo de los primeros colonos de España

Hubo un tiempo antes de Roma, del Islam y por supuesto del Cristianismo, en el que los habitantes del Sur peninsular adoraban al sol y a

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La astronomía revela el arraigo de los primeros colonos de España

Hubo un tiempo antes de Roma, del Islam y por supuesto del Cristianismo, en el que los habitantes del Sur peninsular adoraban al sol y a Venus, a quienes identificaban con su dios Baal y a su diosa Astarté. Nada con lo que los arqueólogos no contaran ya, por supuesto, aunque hoy sabemos que este culto de origen fenicio podría haber tenido más arraigo del que se pensaba, quizá porque la propia presencia fenicia en la época –hablamos de cinco siglos entre el año 1.000 y el año 500 a.C– era mayor de la que se cree. Astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias y arqueólogos de la Universidad de Sevilla han presentado un estudio en el que defienden que al menos cuatro santuarios protohistóricos del sur de la Península apuntaban –y sus restos aún lo hacen, claro– a un mismo punto en el cielo, hacia un acimut de 55 grados. Es la parcela celeste que ocupa Venus a primera hora de la mañana, cuando se gana así su nombre de Lucero del alba.

En su investigación Arqueología del cielo. Orientaciones astronómicas en edificios protohistóricos del sur de la Península Ibérica, el astrónomo César Esteban y el catedrático de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla José Luis Escacena han analizado seis santuarios y posibles centros de culto en suelo ibérico, cuatro de los cuales se remontan al Hierro Antiguo –entre los siglos IX a VI a.C.– y dos al Hierro Reciente –entre los siglos V a IV a.C.–. Todos se erguían en el valle de Guadalquivir excepto uno, el del yacimiento arqueológico de El Oral, que estaba en la desembocadura del río Segura, en lo que hoy es la provincia de Alicante.

"El resultado más llamativo" de su trabajo de arqueoastronomía, explican los autores, "es que la orientación de elementos relevantes de cuatro de las estructuras arquitectónicas [...] es idéntica dentro de los errores aceptables de las medidas tomadas con un acimut representativo de alrededor de 55°".

El hallazgo, en otras palabras, "parece indicar la existencia de un patrón de orientación bien definido en todos estos complejos arquitectónicos" que no acabó de cuadrar, sin embargo, con sus primeras especulaciones científicas, que solo comprendían al sol y la luna como objetos de interés ritual. El lugar al que apuntaban los templos, explican, "no coincidía con puntos singulares de la órbita de los dos astros".

Sí lo hace Venus, en cambio, aunque siempre teniendo en cuenta que la relación entre su órbita alrededor del Sol y la terrestre impone una pequeña variación constante en su posición celeste. No es un problema, dicen los expertos, o no uno irresoluble. "Es posible que, en la precisión que estamos pidiendo a los edificios religiosos antiguos para establecer relaciones astronómicas claras, seamos más exigentes que en la requerida por sus propios constructores para los rituales de la época", explican los autores, que advierten de que las orientaciones celestes que los arquitectos y sacerdotes buscaron para sus templos y altares podrían ser solo aproximadas, al primar lo simbólico sobre la exactitud matemática. "También hoy, cuando disponemos de sofisticados aparatos que pueden procurarnos una enorme precisión, los templos cristianos de cualquier ciudad se adaptan en ocasiones más al viario urbano preexistente que al dogma religioso estricto", recuerdan. "La fuerza del símbolo se impone sobre la pulcritud de la medida".

El estudio de Esteban y Escaceda tiene en cuenta no solo la dirección de las áreas sagradas de los edificios, sino que también analiza el horizonte que les rodea hoy –y el que se cree que tenían en la época, caso de que difiera–, lo que introduce la posibilidad, contemplada por los propios autores junto a la venusina, de que los edificios buscasen además la salida y puesta del sol en los solsticios. Esto sugeriría además el culto al dios fenicio Baal, pareja masculina de la diosa Astarté, y quizá la consagración doble de algunos de los templos, una singularidad de la que se tiene noticia en otros ejemplos del Mediterráneo.

Sombras fenicias en la Península Ibérica

Aunque los restos arqueológicos más antiguos de la ciudad datan del VIII a.C., algunas crónicas romanas sitúan la fundación de Gadir –hoy Cádiz– por parte de los tirios en algún momento entre los siglos XIII y XI a.C., lo que la convierte en la ciudad fenicia en Occidente más antigua de la que se tiene referencia.

Durante esa misma época floreció al sur de la Península Ibérica la cultura tartesia, de la que ya dieron cuenta los historiadores y narradores griegos –uno de los legendarios trabajos de Hércules, de hecho, fue matar a Gerión, un gigante tartesio que reinaba al sur de la Península– aunque fueron los fenicios quienes pusieron a Tartessos en el mapa del antiguo Mediterráneo al fundar Cádiz y Cartago, entre otras ciudades peninsulares. Los restos arqueológicos revelan que en la última época tartesia –esta cultura, de la que se conoce aún muy poco, desapareció a finales del siglo VI a.C. sin dejar rastro– sus habitantes incorporaron influencias egipcias y fenicias a sus modos de representación.

Por esta razón, porque los términos de la convivencia histórica entre fenicios y tartesios nunca han estado del todo claros, José Luis Escacena advierte en su estudio de un axioma entre los expertos que invita a pensar en "fenicios en la costa / tartesios en el interior" que el experto invita a superar. A la hora de analizar los restos legados por los antiguos pobladores de la zona "todo lo de sabor oriental localizado en las tierras andaluzas no litorales se interpretaba como reflejo de la orientalización del mundo indígena, nunca como  la presencia directa de colonos semitas", critica.

Hoy esta tesis cambia poco a poco y muchos dan por segura la condición fenicia de yacimientos arqueológicos como el de la antigua Caura –en Coria del Río, Sevilla–, aunque otros siguen rodeados de misterio y atribuidos  por muchos –quizá erróneamente– a los tartesios. Es el caso del santuario del Carambolo en Camas, en el que "la tradición historiográfica que cuenta con más partidarios ha visto un poblado tartésico de fondos de cabaña circulares u ovales, es decir, un asentamiento indígena fundado antes de la colonización fenicia".

Sin embargo, el hallazgo allí del célebre tesoro homónimo en 1958 –con 21 piezas de oro macizo, entre otros restos, que formaban parte de un ajuar funerario ritual–, recondujo los investigadores a la conclusión de que lo que existió allí fue un centro consagrado a los dioses Baal y Astarté, de origen fenicio. Las conclusiones del estudio de Esteban y Escacena vendrían a reforzar la tesis, que demostraría que la presencia fenicia en el interior de la Península –y quizá su competencia en la aparición de ciudades cuyo origen preciso se desconoce, como Sevilla– fue mayor de la que creyeron los primeros historiadores modernos.

Si algo ya han demostrado los estudios de ambos expertos, sin embargo, es el valor inapelable de la astronomía en los estudios arqueológicos e históricos en suelo ibérico. "El papel de la arqueoastronomía tiene cada vez una mayor aceptación a nivel académico", sostienen en su estudio, y aunque la disciplina cuenta en España con una trayectoria breve, también lo hace "con un grado de desarrollo y aceptación completamente equiparable a los de nuestro entorno europeo". Queda mucho por hacer y su estudio, aseguran, no forma parte más que del principio. "Los aspectos astronómicos del mundo religioso y funerario del Hierro Antiguo hispano aún han sido escasamente investigados", sentencian. 

Hubo un tiempo antes de Roma, del Islam y por supuesto del Cristianismo, en el que los habitantes del Sur peninsular adoraban al sol y a Venus, a quienes identificaban con su dios Baal y a su diosa Astarté. Nada con lo que los arqueólogos no contaran ya, por supuesto, aunque hoy sabemos que este culto de origen fenicio podría haber tenido más arraigo del que se pensaba, quizá porque la propia presencia fenicia en la época –hablamos de cinco siglos entre el año 1.000 y el año 500 a.C– era mayor de la que se cree. Astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias y arqueólogos de la Universidad de Sevilla han presentado un estudio en el que defienden que al menos cuatro santuarios protohistóricos del sur de la Península apuntaban –y sus restos aún lo hacen, claro– a un mismo punto en el cielo, hacia un acimut de 55 grados. Es la parcela celeste que ocupa Venus a primera hora de la mañana, cuando se gana así su nombre de Lucero del alba.