Baz Luhrmann o la gran máquina de reciclaje pop
Le persiguen tres palabras –"pop", "barroco" y "videoclip"– y una de sus propias películas, su Australia de 2008. Las primeras porque no hay reseña sobre Baz
Le persiguen tres palabras –"pop", "barroco" y "videoclip"– y una de sus propias películas, su Australia de 2008. Las primeras porque no hay reseña sobre Baz Luhrmann que no acabe caracterizando su cine con alguna de estas tres etiquetas, si no con las tres. La segunda porque Australia ha sido hasta hoy el único patinazo en su filmografía, o al menos aquel en el que todos estamos de acuerdo. Antes de este tortazo, eso sí, Luhrmann firmó la denominada trilogía Telón Rojo, que le granjeó su posición en Hollywood y cosechó el entusiasmo del público en crescendo. Tímidamente al principio con Strictly Ballroom –1992–, abiertamente después con Romeo + Julieta –1996– y arrasando al final con Moulin Rouge! –2001–. Cada película hizo más taquilla, más premios y mejores críticas que la anterior y Luhrmann era sencillamente imparable. Por lo menos, lo parecía.
Este viernes el Festival internacional de cine de Cannes sube el telón estrenando su quinta cinta, El gran Gatsby –que se estrena el viernes en España–, seguramente la que ha generado más expectación entre todas sus producciones. A nadie se le escapa el porqué: esta adaptación de F. Scott Fitzgerald será la que determine si su última producción, Australia, fue solo una piedra en el camino o si hemos perdido para siempre al Luhrmann que alumbró Moulin Rouge!
Por lo pronto a su El gran Gatsby ya le ha llovido una crítica antes incluso de estrenarse en la que, de nuevo, todo el mundo parece coincidir: no hacía falta. Desde que se publicó en 1925 esta novela ya ha sido adaptada cuatro veces, incluyendo una recordada versión de Jack Clayton en 1974 con Robert Redford y Mia Farrow. No era necesario, dice todo el mundo, un quinto Gatsby en 2013, quizá pensando que entre los criterios artísticos Luhrmann contempla la necesidad.
No lo hace, ni mucho menos. Sus Romeo y Julieta fueron los decimosextos de la historia del cine y en el guión de Moulin Rouge! hibridó varios textos decimonónicos que hablan del descenso a los infiernos, entre ellos La dama de las camelias de Alejandro Dumas y el libreto de La Traviata de Verdi. Quitando su ópera prima –que por cierto también una adaptación, aunque de una obra teatral amateur– y el experimento con gaseosa de Australia, es probable que Luhrmann se repita en Gatsby menos incluso de lo que se ha repetido jamás.
Artificialidad real
Y no por accidente, claro. En su trilogía del Telón Rojo el australiano acuñó el eslogan que define hasta hoy toda su producción, anunciando entonces que no pretendía hacer realidad artificial, sino "artificialidad real". Y en Moulin Rouge! se preocupó incluso hacer pedagogía y parodiar este mismo estilo en la función teatral que montan los personajes, un triángulo amoroso casi tonto de puro sencillo –como el de la propia película, de hecho– pero titulado reveladoramente, y aquí está el tema, Espectacular espectacular. Sería un show "tan fascinante", cantaban Nicole Kidman y Ewan McGregor al son del cancán de Orfeo de los infiernos de Offembach, "que el público pateará y chillará". Sería tan encantador, decían, "que durará cincuenta años".
Es lo que pretende Luhrmann: contarnos una historia que ya está más que contada pero hacerlo esta vez de un modo espectacular, conquistándonos en exclusiva por el ojo y el oído. Para la guardia purista del cine es posible que esto sea pecar, pero lo cierto es que Luhrmann ni mucho menos lo ha inventado. Porque, ¿qué es la ópera, sino interpretar una y otra vez grandes textos originales incorporando cómo único valor el adicional de los actores, de los músicos y del montaje innovador? Y, ¿qué es Luhrmann, sino un hombre de la escena reconvertido en director de cine?
El australiano comenzó su carrera como actor de teatro en multitud de montajes australianos y hasta tiene varios premios Tony de Broadway por su celebrado montaje en Nueva York de La bohème de Puccini en 2003, una movida ópera que ya estrenó en Sydney en 1990. Antes que cineasta y director de escena también fue bailarín y actor –llegó a coprotagonizar Winter of our Dreams, una cinta australiana de 1981– y después también productor musical y director de una de las primeras compañías teatrales de su país, la ATYP – Australian Theatre for Young People–. Por el camino se ha granjeado amistades tan insignes como las de Nicole Kidman, Hugh Jackman, Kylie Minogue y Plácido Domingo, todos los cuales han participado en sus películas. Tanto sabe Luhrmann del show business y sus arcanos que en 1993 en hasta participó en la campaña del candidato a primer ministro del país austral, Paul Keating. Como no podría ser de otro modo, Keating ganó.
El ascenso meteórico de Luhrmann, no obstante, y su concatenación de éxitos comerciales frenó en seco en 2008 con Australia, un drama de época de 130 millones de dólares –la segunda superproducción más cara de la historia del cine australiano– que solo recaudó 211 en todo el mundo. Moulin Rouge!, por ejemplo, costó 50 millones y recaudó 180 mientras Romeo + Julieta, su mayor blockbuster, contó con un presupuesto de 14 millones de dólares e hizo una taquilla mundial de casi 150. En Australia Luhrmann innovó y erró estrepitosamente en el intento. Fue su primera superproducción y la primera película que no coescribió junto a su guionista habitual, Craig Pierce. También fue la primera con texto original, no una adaptación, y la primera en desplazar un aparatoso campamento de producción a todos los confines del continente austral, después de toda una vida rodado prácticamente en estudio.
Reciclaje pop
Para El gran Gatsby, no obstante, el director parece empeñado en recuperar las buenas costumbres –por la cuenta que le trae–. Ha contado con un presupuesto relativamente moderado –poco más de 100 millones de dólares–, ha vuelto a escribir con Pierce y ha recuperado al actor que tanto le resultó como Romeo, Leonardo DiCaprio, para su rutilante protagonista. Aunque en el tono de la cinta se adivina un depurado tono en la producción parecido al de Australia –quizá lo único que se celebró unánimemente en la cinta junto al vestuario, por el que su mujer Catherine Martin resultó nominada al Oscar–, en el tráiler también se ve al menos una escena musical, que tratándose de Luhrmann quizá sea más apropiado llamar de despiporre. Pisa sobre seguro, en otras palabras. O al menos lo intenta.
No parece tan seguro que veamos en Gatsby el despliegue de pop manierista tan característico de sus primeras cintas y algunos se preguntan si Luhrmann querrá ser hoy tan maduro que hasta prescindirá por primera vez de su fetiche y sello, el rótulo de L'Amour. El director lo sacó del L'amour est un oiseau rebelle –El amor es un pájaro rebelde, el título de la célebre habanera de la ópera Carmen de Bizet– y lo concibió en diseño similar al logotipo de Coca-Cola. Su L'amour ha estado presente en todas su producciones, desde Romeo + Julieta a su montaje de La bohème, y solo prescindió de él en su famoso spot publicitario para Chanel Nº 5 –y hasta en aquella ocasión no lo eliminó del todo, sino que lo sustituyó por el propio logotipo de Chanel–.
El título de un aria en el diseño de la mayor marca de refrescos del mundo, esa misma que pintó Andy Warhol, esa que sería capaz de reconocer casi cualquier habitante del planeta. Nada hace mejor metáfora del cine de Luhrmann, en el que se baila cancán a ritmo techno y los Capuletos y los Montescos son mafiosos italoamericanos en una Verona trasuntada en Las Vegas. Para él nada es inasequible al reciclaje pop incluso cuando el pop sea solo cáscara, ya que respeta la pulpa. Conservó el verso en Shakespeare y la estructura en Moulin Rouge!, que siendo como era decimonónica comenzaba contradiciendo el estilo actual y aclarando nada más arrancar, como en La dama de las camelias, que la heroína moría al final. Incluso en la defenestrada Australia el cineasta respetó el impostado estilo cinematográfico del Hollywood dorado con largos diálogos, ausencia casi total de acción física y un papel para Kidman que recordó a algunos –quizá en reseñas demasiado entusiastas, todo hay que decirlo– a esa arisca Ninotchka de Greta Garbo en el filme homónimo de 1939.
Le persiguen tres palabras –"pop", "barroco" y "videoclip"– y una de sus propias películas, su Australia de 2008. Las primeras porque no hay reseña sobre Baz Luhrmann que no acabe caracterizando su cine con alguna de estas tres etiquetas, si no con las tres. La segunda porque Australia ha sido hasta hoy el único patinazo en su filmografía, o al menos aquel en el que todos estamos de acuerdo. Antes de este tortazo, eso sí, Luhrmann firmó la denominada trilogía Telón Rojo, que le granjeó su posición en Hollywood y cosechó el entusiasmo del público en crescendo. Tímidamente al principio con Strictly Ballroom –1992–, abiertamente después con Romeo + Julieta –1996– y arrasando al final con Moulin Rouge! –2001–. Cada película hizo más taquilla, más premios y mejores críticas que la anterior y Luhrmann era sencillamente imparable. Por lo menos, lo parecía.