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La doble vida de Alfredo Landa
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EL ACTOR SALTÓ DEL SAINETE COSTUMBRISTA A LA ASTRACANADA PARA ACABAR EN EL DRAMA SOCIAL

La doble vida de Alfredo Landa

“Siéntate y pon cara de susto y después vete a casa”. Se lo dijo el director José María Forqué a Alfredo Landa durante el casting de Atraco

Foto: La doble vida de Alfredo Landa
La doble vida de Alfredo Landa

“Siéntate y pon cara de susto y después vete a casa”. Se lo dijo el director José María Forqué a Alfredo Landa durante el casting de Atraco a las tres (1962). Así empezó todo. Y así estuvo a punto de acabar todo también: Landa se fue a casa después de hacer la prueba... con cara de susto. Aquello no era lo suyo de ninguna de las maneras. “Lo hice como mejor supe, pero me quedé tan decepcionado que pensé en abandonar para siempre la idea de hacer cine. Para mi sorpresa, al cabo de pocos días recibí una llamada: José María Forqué me había contratado”. Recuperado del susto, Alfredo Landa no volvió a parar ni un solo segundo. Cadena de montaje actoral.

Alfredo Landa (Pamplona, 1933/Madrid, 2013) hijo de un capitán de la Guardia Civil, debutó en el cine a los 29 años con Atraco a las tres, vuelta de rosca a la italiana Rufufú (parodia a su vez de la francesa Rififi) en la que un grupo de pobres diablos (el star system cómico nacional al completo: José Luis López Vázquez, Cassen, Gracita Morales, Manuel Alexandre, Agustín González, Alfredo Landa) atracan (o algo) su propio banco. El golpe, un desastre. La película, un apoteósico éxito crítico y comercial.

Landa ya no paró durante el resto de los sesenta, alternando sin cuartel comedia (NinetteHistorias de la televisión, Las que tienen que servir, Los subdesarrollados) y teatro (Arniches, Unamuno, Poncela). Para que se hagan una idea del frenesí: entre 1965 y 1967 participó en 24 películas (que se dice pronto).   

Transformado en fanfarrón reprimido

Con el cambio de época vino el cambio de etapa: el landismo. Exacerbación de la comedia española de toda la vida, del sainete costumbrista a su versión vulgar: la astracanada. O la extraña conversión de un actor cómico, bajito y no especialmente agraciado en macho ibérico. Ahí queda eso. Landa se transformó en el (presunto) terror hormonal de las suecas; de boquilla, claro: en realidad interpretaba al arquetipo de fanfarrón reprimido.

“El landismo era una manera de ponerle un parche a la contradicción que los españoles teníamos con el sexo en los tiempos de franco”, aseguró. Y dijo más: “Aquellas películas fueron necesarias. La gente estaba por educar en todo lo referente a la sexualidad y el erotismo. Por eso era todo un poco infantil. Vente a Alemania Pepe (Pedro Lazaga, 1970) describía el mundo de los emigrantes. El turismo es un gran invento (Pedro Lazaga, 1968), muy en el fondo, hablaba de la crisis del campo español”, aseguró.

La película clave y fundacional del fenómeno del landismo se llamó No desearás al vecino del quinto (Tito Fernández, 1970) y provocó un terremoto comercial y sociológico cuyas réplicas aún colean. Tuvieron que pasar 31 años para que Santiago Segura (¿el landismo por otro medios?) batiera su récord de espectadores con Torrente 2. Misión en Marbella. 4.371.624 espectadores (de los 34 millones que vivían entonces en España) fueron al cine a ver cómo Alfredo Landa lidiaba con el sexo femenino. El argumento era el siguiente. Tomen nota: un ginecólogo que trabaja poco debido a los celos de los maridos de sus clientas decide imitar a su vecino, un modisto que triunfa porque parece homosexual. Ni más ni menos. Fue la locura industrial.

Seguidamente llegarían en avalancha películas cuyas sinopsis verdusconas venían recogidas en títulos con brutal capacidad de síntesis: Aunque la hormona se vista de seda (Vicente Escriva, 1970), No desearás la mujer del vecino (Fernando Merino, 1970), Pisito de solteras (Fernando Merino, 1972), Fin de semana al desnudo (Mariano Ozores, 1974), Dormir y ligar todo es empezar (Mariano Ozores, 1974) y un larguísimo etcétera.  

Tercer cambio de rumbo

Es decir: lo que toda la vida se ha llamado encasillarse hasta el achicharramiento. Pero no. En un alucinante giro de los acontecimientos, Alfredo Landa consiguió no ya reinventarse, sino ganar prestigio entre los cinéfilos y el rojerío con su tercera etapa: la de la consagración crítica.

La llegada de la democracia sirvió para la recuperación dramática de los actores fogueados en la comedia ligera de los sesenta, de Conchita Velasco a Alfredo Landa, que rodó con Bardem, Berlanga y Martín Patino.

Con el cadáver del generalísimo Francisco Franco aún caliente, se puso a las órdenes de Juan Antonio Bardem en El puente, estrenada en 1976, donde hizo su primer papel dramático (y político) en muchísimo tiempo. Pero ojo a la trama: un mecánico decide aprovechar un puente vacacional para ir a Torremolinos a divertirse y conquistar turistas extranjeras. ¿Cómo? ¿Otra vez el landismo? Sí, pero el landismo en clave autoparódica, crítica y tragicómicaEl puente hizo de bisagra entre el Landa salido, guasón e histriónico y el Landa dramático, atormentado y contenido.  

 

Para la historia quedaron sus papeles en El crack (José Luis Garci, 1981), inspirada traslación ibérica del cine negro clásico de Hollywood, y Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), el hito dramático de Landa (premio al mejor en el festival de Cannes compartido con Paco Rabal) que igualó en impacto crítico al fenómeno comercial del landismo. Luego llegarían El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987) o El rey del río (Manuel Gutiérrez Aragón, 1995).

Otra película clave de su tercera etapa fue Las verdes praderas (José Luis Garci, 1979), eclipsada quizás por el éxito de El crack. Garci se valió del personaje interpretado por Landa para hacer una crítica al consumismo de clase media, entonces un fenómeno de nuevo cuño, con altas dosis de profecía. Las verdes praderas contaba la historia de un matrimonio que decide comprarse un chalet en la sierra. Todo va bien hasta que estalla el malestar…  

Landa muere siendo el macho ibérico que perseguía a las suecas, pero también el campesino que sufre los caprichos de los señoritos del cortijo. De la comedia procaz al drama social. Un país, en ambos casos, con graves carencias sociales.

Se podría decir que Los santos inocentes le redimió de los excesos del landismo, pero Landa nos mandaría a la mierda si nos oyera. “El landismo me llena de orgullo, aunque a veces se haya visto como una palabra peyorativa; es mi aportación a la historia del cine español”, zanjó.

“Siéntate y pon cara de susto y después vete a casa”. Se lo dijo el director José María Forqué a Alfredo Landa durante el casting de Atraco a las tres (1962). Así empezó todo. Y así estuvo a punto de acabar todo también: Landa se fue a casa después de hacer la prueba... con cara de susto. Aquello no era lo suyo de ninguna de las maneras. “Lo hice como mejor supe, pero me quedé tan decepcionado que pensé en abandonar para siempre la idea de hacer cine. Para mi sorpresa, al cabo de pocos días recibí una llamada: José María Forqué me había contratado”. Recuperado del susto, Alfredo Landa no volvió a parar ni un solo segundo. Cadena de montaje actoral.