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La madre de todos los escritores trastornados
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UN LIBRO RECOPILA LAS ENTREVISTAS DE JAMES G. BALLARD, AUTOR DE 'CRASH' Y 'EL IMPERIO DEL SOL'

La madre de todos los escritores trastornados

Pongamos que uno califica de “demente” a Arturo Pérez-Reverte al reseñar uno de sus libros. ¿Qué ocurriría? Que Reverte nos rebanaría el pescuezo con un cuchillo

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La madre de todos los escritores trastornados

Pongamos que uno califica de “demente” a Arturo Pérez-Reverte al reseñar uno de sus libros. ¿Qué ocurriría? Que Reverte nos rebanaría el pescuezo con un cuchillo de combate… Es una hipótesis. Lo que es seguro es que a ningún escritor le gusta que duden de su equilibrio mental. A no ser que tu nombre sea James G. Ballard, en cuyo caso lo considerarás el mayor elogio posible, la cumbre de tu carrera literaria… “El autor de este libro está fuera del alcance de toda ayuda psiquiátrica”. Lo escribió una reseñista (mujer de un psiquiatra, para más inri) tras la publicación de Crash (1973), novela icónica de Ballard sobre, ay, la sexualidad del accidente de tráfico. A Ballard le chifló la reseña. “Significaba haber alcanzado el mayor galardón artístico. Que alguien te diga que estás más allá de toda ayuda psiquiátrica, en cierta forma, es el mayor cumplido que uno puede recibir: quiere decir que has alcanzado la libertad absoluta”, cuenta Ballard en Para una autopsia de la vida cotidiana, antología de entrevistas al autor británico publicada por Caja negra, editorial argentina con distribución en España. 

El libro se suma a una nueva oleada ballardiana al cumplirse tres años de la muerte del escritor. El nuevo sello de literatura fantástica de RBA está reeditando sus obras más emblemáticas (CrashLa isla de hormingónEl mundo de cristal) con nuevas traducciones y prepara la edición de sus monumentales (en todos los sentidos) cuentos completos.

El agitado cuadro psiquiátrico (y literario) de Ballard se sostiene sobre varias paradojas. La primera, y quizás la más importante, surgió tras su confinamiento en un campo de concentración japonés (Lunghua) tras estallar la II Guerra Mundial. El escritor tenía entonces 10 años y vivía con sus padres en Shangai. Su reacción al confinamiento fue típicamente ballardiana: como en el campo de concentración en ningún sitio. “Estaba demasiado ligado a Lunghua para querer huir del campo, pues allí había encontrado una libertad que no había conocido en Shangai. Lejos de querer fugarme del campo yo no había hecho otra cosa que ocultarme profundamente en sus entrañas”. Esta declaración puede parecer una provocación, y en parte lo es, pero proporcionó la gasolina psicológica que alimentó a las protagonistas de su novelística, una de las más influyentes del siglo XX. Poca broma pues.

El futuro está en el interior

“Es necesario desmantelar ese asfixiante dispositivo de convenciones que llamamos realidad, y los actos violentos de toda índole, como accidentes, enfermedades o traumas graves, tienen una suerte de efecto liberador. Quiero decir: la gente habla con nostalgia de la Segunda Guerra, no porque en aquellos tiempos los estándares morales fueran más relajados, ni porque la gente fuera menos consciente, o porque viviera más el momento y tratara de pasarlo bien, sino porque simplemente el decorado convencional que nos rodea y del cual no podemos escapar, de repente se vino abajo con la guerra. Ciertamente, hay un elemento de magia que se libera en esa situación”, asegura en una de las entrevistas del libro.Mucha gente que leyó 'El mundo de cristal' piensa que lo escribí bajo los efectos del LSD, aunque de hecho lo escribí antes de probarlo

Otra paradoja clave se produjo cuando invirtió el curso de la historia de la ciencia ficción a mitad del pasado siglo. Mientras el resto de autores buscaba las claves del futuro en el espacio exterior, Ballard decidió encontrarlas en lo que denominó el “espacio interior”. No hacía falta viajar a Marte para anticipar el futuro porque todo lo que iba a ocurrir estaba pasando ya en las profundidades de nuestras mentes. Se trataba de analizar los cambios psicológicos provocados por las nuevas tecnologías y el neoconsumismo para anticipar el futuro. El presente (más acelerado que nunca) como espejo del futuro. O como cuenta Pablo Capanna en el prólogo del libro: “Antes de que los punks y Fukuyama dieran por terminada la historia, Ballard ya había hablado de un presente insaciable que nos dejaba sin futuro”.

La tercera paradoja sería que Ballard, icono contracultural, gurú ciberpunk antes del ciberpunk y autor de algunas de las novelas más extremas jamás escritas, llevó una vida familiar extremadamente convencional en un suburbio cercano al aeropuerto de Heathrow. 

Al margen de escribir sus libros, lo más subversivo que hizo en su vida fue criar a sus tres hijos tras el prematuro fallecimiento de su esposa. No tenía que buscar la inspiración lejos de casa porque todo estaba en su cabeza. “Mucha gente que leyó El mundo de cristal (1966) piensa que lo escribí bajo los efectos del LSD, aunque de hecho lo escribí antes de probarlo. En realidad, se trata de un bosque cristalizado en África. Mi imaginación se deslizó por allí sin mayores dificultades… me condujo a una suerte de visión paradisíaca, de un modo mucho menos penoso que por la ruta del LSD. Creo que la imaginación es capaz de concebir cualquier cosa, no veo ninguna restricción en ella. Creo que uno es capaz de vivir en un universo ilimitado –y, de hecho, lo hace; solo hay que saber canalizarlo en la dirección correcta”, aseguró en una entrevista de 1984.

Para rematar, he aquí unas joyitas salidas de la boca de Ballard en una kilométrica entrevista de 1982 recogida en Para una autopsia de la vida cotidiana

1) “Mi hijo siente que su diploma en historia fue una completa pérdida de tiempo, lo cual me parece bastante triste… Ahora sueña con tener una casa en los suburbios, comprarse un BMW y manejar un barco. Su alma está sembrada de punta a punta con esa semilla del consumismo. Es una perspectiva terrible. Pero, quizás él –y toda su generación– tengan que pasar por esta suerte de calvario burgués…”.  

2) “Nuestro sistema nervioso central nos proporciona una visión convencional de la realidad que la mayoría acepta simplemente con el fin de afrontar el día a día y las operaciones más básicas, como caminar por una habitación, subir una escalera, hablar con el empleado de la telefónica. Quiero decir: si no aceptáramos ese alto grado de convención, la realidad sería imposible. No se puede empezar cada día diciendo: ‘¿Qué significa esta estructura blanca frente a mí? Ah, es una pared’. El entendimiento racionaliza la realidad por nosotros, en el sentido freudiano de que nos provee de las explicaciones convenientes, quizás demasiado convenientes… Estoy interesado en descifrar todo el sistema de códigos que nos rodea, en desmantelar el aparato de convenciones con el cual nuestro sistema nervioso central tiene que lidiar a diario; lo cual es, por supuesto, la trampa más grande a la que debemos hacer frente”. 

3) “Un novelista del siglo XIX no habría visto con buenos ojos dejarse invadir por sus propios caprichos y obsesiones particulares en la composición de su tema. Por el contrario, el escritor contemporáneo está obligado a hacerlo… No creo que uno pueda ser objetivo sobre el paisaje moderno. Desde 1945, por poner un marco histórico, cuando los fantasmas de una psicosis en masa comienzan a invadir el paisaje mediático (el fantasma de la bomba atómica, los espectros de las víctimas de los campos, la perversa utilización de la ciencia), ya no es posible mantener una postura objetiva, ni tampoco se puede aspirar a tenerla; uno está obligado a ser subjetivo. Hemos entrado en un reino paradójico donde el psicópata es la única persona que puede imaginar la cordura, la única persona que es capaz de concebir lo que significa la cordura”.

Lo dicho: James Ballard, un titán más allá de cualquier ayuda psiquiátrica. 

Pongamos que uno califica de “demente” a Arturo Pérez-Reverte al reseñar uno de sus libros. ¿Qué ocurriría? Que Reverte nos rebanaría el pescuezo con un cuchillo de combate… Es una hipótesis. Lo que es seguro es que a ningún escritor le gusta que duden de su equilibrio mental. A no ser que tu nombre sea James G. Ballard, en cuyo caso lo considerarás el mayor elogio posible, la cumbre de tu carrera literaria… “El autor de este libro está fuera del alcance de toda ayuda psiquiátrica”. Lo escribió una reseñista (mujer de un psiquiatra, para más inri) tras la publicación de Crash (1973), novela icónica de Ballard sobre, ay, la sexualidad del accidente de tráfico. A Ballard le chifló la reseña. “Significaba haber alcanzado el mayor galardón artístico. Que alguien te diga que estás más allá de toda ayuda psiquiátrica, en cierta forma, es el mayor cumplido que uno puede recibir: quiere decir que has alcanzado la libertad absoluta”, cuenta Ballard en Para una autopsia de la vida cotidiana, antología de entrevistas al autor británico publicada por Caja negra, editorial argentina con distribución en España.