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Caballero 'Moral' canta a la libertad
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EL ESCRITOR RECIBE EL PREMIO CERVANTES EN EL PARANINFO DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ

Caballero 'Moral' canta a la libertad

Sobre el púlpito trona José Manuel Caballero Bonald. Arriba, el artesonado de madera, los repujados de las paredes, el calor de los focos, los cables de

Foto: Caballero 'Moral' canta a la libertad
Caballero 'Moral' canta a la libertad

Sobre el púlpito trona José Manuel Caballero Bonald. Arriba, el artesonado de madera, los repujados de las paredes, el calor de los focos, los cables de las televisiones y los nervios de los invitados. Han llegado 45 minutos antes que el protagonista. La casa del poeta tomada por el ruido y el pelotón. Sus palabras resuenan como bálsamo contra la pompa y la quincalla del acto más celebrado y reconocido de la lengua castellana, el Premio Cervantes.

Estamos de fiesta, un poeta que celebra la memoria y la complicidad moral con el lector está en la cima de las letras españolas y, detrás de él, se vislumbra la presencia de los compañeros con los que compartió versos y generación, con Ángel González, Claudio Rodríguez, José Ángel Valente, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo. También están sus maestros y referencias, es el momento de recordar todo lo importante, minutos en los que resumir las intenciones de una vida dedicada al poder transformador de la poesía.

“Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón”, bramó a trompicones, en un hilillo que partía de aquella voz, al final del discurso del galardón. “Desahucios de la razón”, pronunció, y todo el copetín de la celebración y el brillo de los adornos cayó. A esas alturas tenía a la sala desnuda, había repasado la cátedra de los ingenios, la certeza de que se hizo escritor porque antes había leído a escritores que le abrieron una puerta a la sensibilidad. Las lecturas que le incitaron a usar “la misma herramienta que ellos para interpretar la vida”. Para entonces había loado el acto de la lectura en el país donde la poesía es una migaja dominical. Abrir un libro y reconocerse en los otros, “desentrañar lo que somos”, “recuperar lo que hemos vivido, incluso lo que no hemos vivido”, “resarciéndonos de nuestras propias carencias”.  

Justo en ese instante, cuando el propio poeta se otorgaba el mayor de los premios, el de la constancia, mostró el eje que ha vertebrado su arenga: la poesía como herramienta contra la opresión. “Recuérdese que todos aquellos que se han valido de la opresión (desde los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial) para programar el mantenimiento de sus poderes, han coartado la libre circulación de las ideas. Los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros”, Pepe tocaba palabras sin miedo. Las primeras filas, terciopelo rojo, ocupadas por el equipo del Gobierno, y sillas atrás los amigos de Caballero Bonald. Atenta, Pepa, su esposa, azul turquesa, "lagarterana", cerca de Luis Eduardo Aute, Miguel Ríos, Felipe Benítez Reyes, Nativel PreciadoCarmen AlborchAlfonso Guerra, Chus Visor, Benjamín Prado o Félix Grande. A sus espaldas, el obispo de la diócesis local.    

Conocimiento contra sumisión

Él estaba a lo suyo, inalterable y lucido, enseñando el poeta una de sus cartas más recurrentes, la lucha contra la sumisión: “Bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión. De lo que fácilmente se deduce que conocimiento y libertad vienen a ser nutrientes complementarios de toda aspiración a ser más plenamente humanos”.

Contra la sumisión y la desolación, poesía. Contra “el infortunio histórico del franquismo” de la posguerra, poesía. Frente a “los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia”, poesía. Para proteger un mundo “asediado de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos”, poesía. Una utopía, la poesía: “Hay que reivindicar los nobles aparejos de la inteligencia, los métodos humanísticos de la razón, de los que esta Universidad fue foco prominente”. “Poesía para corregir las erratas de la historia”.

El discurso moral caminaba in crescendo y entonces acudió a Cervantes y al Quijote como protagonista de hazañas en defensa de perseguidos, oprimidos y sojuzgados. Quijote es un héroe sin poderes, tan sólo un justiciero guardián de las libertades, “como un emisario de la tolerancia, como un hombre decente que procuró igualar con la vida el pensamiento”. Y sacó de la chistera a Octavio Paz para referirse a la obra de Cervantes como el comienzo de la libertad. Y en esas andamos.     

El origen de todo 

La deriva de la memoria le llevó en el discurso hasta las puertas del colegio de los Marianistas de Jerez, mientras cursaba cuarto o quinto de Bachillerato, donde su profesor de literatura, “culto y afectuoso”, le mostró por primera vez la obra cumbre de la literatura en castellano. Pero como el maestro de maestros esgrime, la veracidad de los recuerdos se vuelve una licencia poética con el paso de los años. El poeta desviste sus huellas con pudor durante el acto presidido por los Príncipes de Asturias, Mariano Rajoy, José Ignacio Wert, Ignacio González, José María Lassalle y el alcalde de Alcalá de Henares.

Y revela, con la maestría de la verbena del adjetivo bien plantado, que en los aparejos de la prosa del Quijote se decantan los alimentos primordiales de la poesía, en la emoción verbal, que empezó a vislumbrar por ahí el trayecto esencial de la poesía, en la “germinación secreta que se propaga a lo largo de toda la prosa inmarchitable”. El Quijote es un acto de lenguaje que “alumbra las cavernas del sentido”, explicó.

Las zonas de penumbra de la creatividad de Cervantes también protagonizaron sus palabras, en referencia a la obra de un escritor que no fue hasta que no cumplió los 60 años cuando aparece su producción más destacable. Se pregunta Caballero Bonald por la juventud del literato, por su falta de actividad entre las letras, y atisba una posibilidad: “Ese largo silencio literario no es el silencio de quien ha elegido no hablar, sino de quien ha hecho del soliloquio un método de maduración previa de la palabra. Es el mutismo del que lo observa todo para no olvidar nada”.

Porque Pepe se interesa por ese escritor que malvive de oficios indeseados, pero que mantiene intocable su creación. No ve a Cervantes como un escritor vencido por los rigores de la vida, sino como un “vencedor literario de todas las batallas por la libertad”. Don Miguel, un sabio superviviente en las alianzas con la adversidad; Alonso Quijano, quien le ayudó a recorrer por los “caminos irrestrictos de la libertad”.

El escollo franquista 

El ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, trazó una biografía ligera sobre los trasuntos del homenajeado, destacando de su obra la valentía, la eternidad y su personalidad. Tres características que comparten todos los grandes poetas del mundo. Sin embargo, sí quiso especificar en su wikirepaso una época inevitable y lo hizo sin ambages: la dictadura. “En la España del franquismo, los poetas jóvenes optaban por una poética del compromiso y por la restauración de una continuidad –negada desde la cultura oficial del régimen- con la otra España, la del exilio y la derrota. No sólo era una opción poética, sino hondamente moral”, señaló.

Por su parte, el Príncipe Felipe evitó el escollo franquista como pudo y optó incluso por no mencionarlo. Tanto resumió el devenir de la historia que las reacciones del poeta y sus compañeros quedaron  desvanecidas en un grupo de rebeldes adolescentes: “Sus inquietudes políticas, alentadas por la compañía de Gabriel Celaya, Dionisio Ridruejo y Juan García Hortelano, lo llevaron a alinearse con otros jóvenes poetas dando lugar al llamado “Grupo poético de los años 50”. Aunque a él no le gusten del todo las etiquetas y los encasillamientos, sí les unía la forja de una conciencia crítica del mundo y de la historia, que aunó el culto a la palabra y el compromiso social”. En realidad, el sistema de opresión bajo el que se vieron forzados a vivir también hizo mucho en su reunión.

Como Wert, el Príncipe prefirió referirse a lo que aflora de la poesía de Caballero Bonald, de sus etapas decisivas, de sus referentes, de los sentimientos y las ansias poéticas, pero ninguno de los dos hizo mención a la experiencia de lo que la lectura de la poesía del escritor jerezano ha provocado en ellos.

Una pena porque tenían delante a un poeta que cree en “la capacidad paliativa de la poesía”, en su potencia consoladora frente a los trastornos que el ser humano infringe a sus pueblos. Porque la lectura es la enseñanza de la vida y la salvaguardia de todo lo que impide nuestro acceso a la libertad y la felicidad. Todavía retumban estas palabras por el artesonado del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, junto a las de los otros 37 premiados. Para el número 39 se posiciona con muchas papeletas la escritora mejicana Elena Poniatowska. Sin embargo, pocas veces se habían escuchado palabras tan entregadas a responsabilidad moral de cada uno con su tiempo y sus gentes. 

Sobre el púlpito trona José Manuel Caballero Bonald. Arriba, el artesonado de madera, los repujados de las paredes, el calor de los focos, los cables de las televisiones y los nervios de los invitados. Han llegado 45 minutos antes que el protagonista. La casa del poeta tomada por el ruido y el pelotón. Sus palabras resuenan como bálsamo contra la pompa y la quincalla del acto más celebrado y reconocido de la lengua castellana, el Premio Cervantes.