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Los artistas británicos, más thatcheristas que Margaret Thatcher
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LA DAMA DE HIERRO ES UNA DE LAS FIGURAS MÁS RECURRENTES EN EL ARTE BRITÁNICO MODERNO

Los artistas británicos, más thatcheristas que Margaret Thatcher

La canción de El Mago de Oz que celebra la muerte de la bruja se situó este domingo en el número dos en ventas en el

Foto: Los artistas británicos, más thatcheristas que Margaret Thatcher
Los artistas británicos, más thatcheristas que Margaret Thatcher

La canción de El Mago de Oz que celebra la muerte de la bruja se situó este domingo en el número dos en ventas en el Reino Unido tras una campaña promovida por los detractores de Margaret Thatcher, que no lograron colocarla en el primer lugar de esta lista que elabora BBC. 

Ding Dong The Witch Is Dead –Ding Dong, la bruja ha muerto–, perteneciente al filme de fantasía rodado en 1939 y que vendió 8.768 copias durante esta semana, se ha convertido así en el tema de menos duración –51 segundos– que ha logrado entrar jamás entre las diez más vendidas en el Reino Unido en toda la historia. Entre la lista de las 40 canciones más vendidas de esta semana aparece además en el puesto número 34 el tema I'm In Love With Margaret Thatcher de los Notsensibles en 1979, que suena en la película La Dama de Hierro, protagonizada por Meryl Streep. Los responsables de esta subida, sin embargo, son los afines a la recientemente fallecida Dama de Hierro, que pretenden de este modo contrarrestar la campaña de quienes, con este tipo de gestos, protestan contra la celebración en Reino Unido de un pomposo funeral de Estado en honor a la que fue, con toda seguridad, la figura política británica más controvertida del siglo XX.

Merchandising, claro, aunque tratándose de Thatcher, lo de cargar las tintas con arte no es nuevo. Se ha dicho en alguna ocasión que la mejor obra del thatcherismo –o, en puridad, sobre Margaret Thatcher y sobre el thatcherismo– es History Painting, un cuadro que John Bartlett pintó en 1994 y que cuelga hoy permanentemente en el Museum of London. En la pintura Bartlett retrató el encontronazo de manifestantes y antidisturbios en Trafalgar Square el 31 de marzo de 1990, seguramente el más recordado, por violento, de los poll tax riots que se desataron en el país cuando el gabinete conservador de Thatcher anunció la instauración del llamado community charge, un controvertido impuesto local.

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Pese a la violencia del momento no hay crudeza en la imagen que pintó el artista, sino espacios y colores planos, por un lado, y por el otro una gran rigidez en la composición de la escena. En lo primero podemos reconocer la influencia del estilo de protesta propio de autores como Diego Rivera o los futuristas italianos, que también criticaron en su día la violencia capitalista recurriendo a este estilo visual desdramatizado, a caballo entre el cubismo y el impresionismo. En lo segundo Bartlett se apropia de la composición clásica de la pintura bélica, aquella con la que los grandes maestros retrataron las batallas de su tiempo, y la invoca en una obra creada a finales del siglo XX. Hay retórica más allá del retrato y está claro lo que quiere decir: lo que ocurrió aquel día en Trafalgar Square, según Bartlett, merece el tratamiento trascendente que Goya dio a los fusilamientos del Tres de mayo o que Velázquez reservó para la rendición de Breda. No es un cuadro sobre una anécdota, sino sobre la Historia con mayúscula. No en vano el cuadro se llama History Painting.

No es el primer creador británico para quien Thatcher pasó de simple fobia a trauma histórico. En 2001 Jeremy Deller, un artista conceptual, recreó a las afueras de Sheffield la llamada Batalla de Orgreave, que tuvo lugar durante una huelga minera en 1984 y que el artista circunscribe a una supuesta guerra civil británica. Deller asegura que quiso reivindicar así la condición histórica de los choques y recordar que, como batalla histórica que fue, merece el mismo homenaje que los aficionados a las recreaciones bélicas brindan a otras más antiguas. De hecho el artista contrató a un experto en la organización de este tipo de eventos, Mike Figgis, e involucró a cientos de personas para interpretar los choques con la mayor precisión histórica, incluyendo una espectacular –de nuevo, por violenta– carga policial a caballo. 


Poderosa, exitosa, popular, omnisciente, irritante, equivocada

Si Margaret Thatcher y el thatcherismo han hecho correr ríos de tinta, no han sido menores los caudales de óleo y pintura que han desatado, aunque en la hora de su muerte hay quien se cuestiona si acaso podría ser de otro modo. Esta semana el novelista Ian McEwan recuerda en las páginas de The Guardian un encuentro internacional al que acudió en Lisboa junto a Salman Rushdie, Martin Amis y Malcolm Bradbury a finales de los 80, en el que los autores, citando sus propias palabras, no podían “ver más allá de ella” cuando les preguntaban por Reino Unido y se referían a Thatcher constantemente.

“La literatura no tiene nada que ver con la policía, nos decían los italianos. Ved un poco más allá, superadla”. Y tenían razón, según McEwan, pero solo en parte. “No tenían idea de lo fascinante que era”, explica el autor. “Tan poderosa, tan exitosa, tan popular, tan omnisciente, tan irritante y, según nosotros, tan equivocada”.

Como bien sintetiza McEwan, la animadversión ideológica fue el carburante del arte cuando este arrancó sonoramente sus motores contra Thatcher, aunque había algo singular en la propia personalidad de Maggie sin lo cual nunca habría sido el fetiche artístico en el que llegó a convertirse. Un veterano caricaturista británico, Gerald Scarfe, pintó en cierta ocasión a Thatcher devorando a John Mayor, su sucesor en el liderazgo de los conservadores y como Primer Ministro de Reino Unido, con la misma saña –y quizá más– con la que Saturno hacía lo propio con su hijo en el óleo de Goya. El creador de la recordada imagen, que hoy trabaja para el The Sunday Times, dijo esta semana de ella que no compartía su visión ideológica del mundo, pero admitió que era “un material increíble” para sus sátiras porque “podía convertirla en cualquier cosa cortante o áspera, como un cuchillo o un puñal, feroz e incisiva”.

Persona, persona –en inglés– y personaje. La cuestión, en realidad, podría ser muy sencilla. ¿Era realmente Thatcher el lobo que presentaron cuadros, sátiras y denuncias artísticas durante décadas o simplemente se convirtió, con su forma de vestir, su discurso recatado y su agresiva personalidad política, en una encarnación casi alegórica del conservadurismo ante el que muchos sintieron que había que plantar batalla? El fotógrafo Helmut Newton, por ejemplo, respondería seguramente eligiendo la segunda opción, habida cuenta de que en su retrato de Maggie decidió presentarla como una mujer más poderosa que terrible. Pero Ken Loach, por el contrario, se decantaría con total certeza por la primera de estas posibilidades.

El cineasta, que retrató los conflictos de la era thatcherista en películas como Lloviendo piedras –1993– o La cuadrilla –2001–, encendió esta semana las redes sociales al afirmar ante la prensa que se deberían “privatizar” las exequias de la ex primera ministra. “Privaticemos el funeral de Thatcher, pongámoslo a subasta y aceptemos la oferta más barata. Es lo que ella habría querido”, afirmó.

Las razones de esta animadversión, sin embargo, trascienden en Loach lo estrictamente político, ya que varios documentales del director recibieron el veto de la televisión pública británica durante la era Thatcher quizá, aunque es un extremo que nunca se ha confirmado, porque cargaban sus tintas contra las políticas conervadoras de la Dama de Hierro. "Thatcher fue la primera ministra británica más destructiva de los tiempos modernos”, aseguró ante los medios Loach esta semana, tras conocer su muerte. “Desempleo masivo, cierre de fábricas y comunidades destruidas. Ése fue su legado. Fue una luchadora y su enemigo fue la clase trabajadora británica. Es por las políticas que ella impulsó por la que estamos en el desastre actual".

“Terror sin un átomo de humanidad”

Loach no es el único dispuesto a alzar su voz contra Maggie en la hora de su muerte. “Thatcher fue un terror sin un átomo de humanidad”, escribió el músico Morrissey esta semana en el diario The Daily Beast, que le prestó así un espacio para comentar el fallecimiento de la ex primera ministra. El artista era un enemigo confeso de la Dama de Hierro desde la publicación de Margaret on the Guillotine, una canción dedicada a ella en su primer disco en solitario, Viva Hate. Durante la promoción de aquel trabajo Morrisey aseguró ante la prensa que la entonces primera ministra “solo es una persona, puede destruirse”, y de que de hecho tal debía hacerse. “Es el único remedio que le queda a nuestro país en este momento”, sentenció. 

Hay maneras más templadas, sin embargo, de criticar a Thatcher, como la del cantautor Billy Bragg, que tras su muerte anunció que “no es momento de celebraciones” y, recordando que “ella es el motivo de que los contribuyentes no alcancen con su salario, de que Rupert Murdoch sea tan poderoso, de que el cinismo y la avaricia sean señas de identidad de nuestra sociedad”, explicó que “el único antídoto real contra el cinismo es el activismo”, por lo que propuso: “¡No lo celebréis, organizaos!”. 

Incluso los hay en el mundo del arte que reivindican la figura de Thatcher, aunque es justo decir que son los menos. Gilbert and George, una pareja de artistas conceptuales, removieron las entonces aguas intranquilas del legado thatcherista en 2009, cuando afirmaron en una entrevista que “Thatcher hizo mucho por el arte”.

La canción de El Mago de Oz que celebra la muerte de la bruja se situó este domingo en el número dos en ventas en el Reino Unido tras una campaña promovida por los detractores de Margaret Thatcher, que no lograron colocarla en el primer lugar de esta lista que elabora BBC. 

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