Es noticia
Épica de la gravedad en 'Un amor entre dos mundos'
  1. Cultura
JIM STURGESS Y KIRSTEN DUNST PROTAGONIZAN ESTA PELÍCULA DE JUAN DIEGO SOLANAS

Épica de la gravedad en 'Un amor entre dos mundos'

Upside Down se traduciría como "al revés", pero la distribuidora de esta película en España ha decidido que no le vale y ha preferido denominarla alegremente Un

Foto: Épica de la gravedad en 'Un amor entre dos mundos'
Épica de la gravedad en 'Un amor entre dos mundos'

Upside Down se traduciría como "al revés", pero la distribuidora de esta película en España ha decidido que no le vale y ha preferido denominarla alegremente Un amor entre dos mundos. El título suena poético pero no lo es, ya que invoca con precisión el contenido de la cinta –que cuenta, literalmente, una historia de amor entre dos mundos– y, pese a eso, lo traiciona. Obvia su propia literalidad y no advierte al espectador potencial de la quintaesencia de su historia, que es la condición invertida de sus espacios, opuestos todos entre sí, y el hecho de que en ella todo esté, en efecto, al revés. Los dos mundos de este mundo están uno sobre el otro, ejerciendo cada cual como el cielo del otro, y los dos personajes del romance responden a fuerzas gravitatorias inversas. Uno pisa el suelo y otro el techo, caso de que lo haya. O al revés, según se mire. La película, por lo demás una historia romántica del todo ordinaria, es todo lo que es gracias a eso. Y sin eso no es absolutamente nada.

Tal no resta mérito al producto final, por supuesto, del mismo modo que no concluimos que M. C. Escher fuera un pintamonas en lugar de un genio por pintar escenarios cuya única particularidad es la gravedad descoyuntada. De hecho, Un amor entre dos mundos constituye un reto para los ojos como se firman pocos en el cine contemporáneo, desafiándolos más que empachándolos al uso de Christopher Nolan en Origen –que ya jugó a plegar el mundo y dos y a suspender el imperio de la gravedad, en su historia solo anecdóticamente– o Michel Gondry en ¡Olvídate de mí! Al acierto de este despliegue poético hay que sumar el preciosismo artístico de la producción y la puntería musical, con una banda sonora exacta que no quiere sofocar al espectador con sentimientos, sino servir a su historia con lealtad. Técnicamente, Un amor entre dos mundos es un producto impecable.

Es el texto de la película lo que no está tan cerrado. En dos suelos opuestos –el de arriba, rico y poderoso, y el de abajo, pobre y explotado– dos montañas se elevan hasta casi tocarse en las cimas y allí, ocultos a la prohibición que impide a las personas de arriba y abajo frecuentarse, dos niños se enamoran hasta que un accidente les separa. Años después él –Adam, al que interpreta Jim Sturgess– descubre que ella –Eden, a quien interpreta Kirsten Dust– trabaja en Transworld, una compañía cuyo edificio se extiende de un mundo a otro, y entra a su servicio con la esperanza de encontrarla. Para ello cargará su cuerpo con contrapesos del planeta contrario y se hará pasar, falsamente atraído por la gravedad de ella, por una persona de arriba. Una ley física activa en este caso la cuenta atrás de Cenicienta al impedirle permanecer demasiado tiempo allí, ya que la materia de un planeta se caliente al adherirse a la del otro y Adam corre el riesgo de quemarse.

De este modo, entre nombres tan toscamente bíblicos y el polivalente comodín metafórico de la oposición –que invoca desde las relaciones del primer y el tercer mundo hasta el totalitarismo político o la segregación racial–, Solanas compone una historia de amor escheriano reducida a sus articulaciones elementales –el idilio, la separación traumática, la búsqueda, el reencuentro...– confiando en convertirla así, con poca singularidad pero gran aparato retórico, en una historia universal y totalista. Es un desvío común en productos como este –le pasó algo parecido a Moulin Rouge!, de Baz Luhrmann en 2001– que en este filme, sin embargo, no constituye tanto un patinazo como sí una gran decepción: teniendo en cuenta que acierta en todo lo demás, Un amor entre dos mundos habría sido un producto perfectamente cerrado si su texto fuera mejor. Con su historia de amor tópica, cursi por momentos y absolutamente predecible, el filme se queda en lo que es: una buena película que podría haber sido mucho mejor.

placeholder

Con todo, Un amor entre dos mundos es un filme muy recomendable y gratamente sui generis –escrito por dos argentinos, producido por Francia y Canadá y rodado en inglés con protagonistas británicos y estadounidenses– , extrañamente poroso respecto a su propia condición europea y latinoamericana –toque parisién y escena de tango incluidas– y que cabalga sorprendentemente bien en su evolución de cuento casi burtoniano al principio hasta la posterior distopía política estilo Wachowski. Sorprende para bien y lo hace en el plano más complicado en 2013, que es el visual. Disfrutarla y considerar pagada la entrada es tan sencillo como no esperar, aunque la película pretenda serlo, una epopeya total sobre el amor contra la gravedad.

Un amor entre Francia y Argentina

El director de Un amor entre dos mundos, Juan Diego Solanas (Buenos Aires, 1966) se estrenó en el cine en 2003 con un corto, L'homme sans tête, y en 2005 escribió y dirigió la galardonada Nordeste. Vive en Francia desde  niño junto a su padre, el cineasta y hoy parlamentario Fernando Pino Solanas –director de El exilio de Gardel (Tangos) en 1986 y Sur en 1988– y firma el texto de Un amor entre dos mundos junto a otro argentino naturalizado francés, el guionista Santiago Amigorena.

placeholder

Upside Down se traduciría como "al revés", pero la distribuidora de esta película en España ha decidido que no le vale y ha preferido denominarla alegremente Un amor entre dos mundos. El título suena poético pero no lo es, ya que invoca con precisión el contenido de la cinta –que cuenta, literalmente, una historia de amor entre dos mundos– y, pese a eso, lo traiciona. Obvia su propia literalidad y no advierte al espectador potencial de la quintaesencia de su historia, que es la condición invertida de sus espacios, opuestos todos entre sí, y el hecho de que en ella todo esté, en efecto, al revés. Los dos mundos de este mundo están uno sobre el otro, ejerciendo cada cual como el cielo del otro, y los dos personajes del romance responden a fuerzas gravitatorias inversas. Uno pisa el suelo y otro el techo, caso de que lo haya. O al revés, según se mire. La película, por lo demás una historia romántica del todo ordinaria, es todo lo que es gracias a eso. Y sin eso no es absolutamente nada.