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El París de Piaf, 50 años después
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EL LEGADO DE LA LEGENDARIA ARTISTA NO PUEDE ENTENDERSE SI NO ES EN LA CIUDAD A LA QUE CANTÓ

El París de Piaf, 50 años después

Pocos de los mochileros que duermen en las alcobas del hotel Clermont saben que sus paredes amortiguaron el llanto desgarrado de una de las voces francesas

Pocos de los mochileros que duermen en las alcobas del hotel Clermont saben que sus paredes amortiguaron el llanto desgarrado de una de las voces francesas más célebres. En este hotel del barrio de Montmartre donde hoy descansan visitantes Edith Giovanna Gassion compuso parte de la banda sonora de París. Hace 50 años que se apagó el trino del ruiseñor. El 10 de octubre de 1963 Édith Piaf fallecía a los 58 años, demasiado joven, tras una vida intensa y frenética. Se marchitó la estrella enfermiza y nació uno de los mitos más incontestables de la historia de la música. Su París quizá haya mutado en falso trampantojo para saquear bolsillos de turistas, pero el latido de la ciudad que ella conoció aún existe bajo el escaparate de postal.

“París no le ha dado el lugar que merece. Se le debe un museo de la canción”. El que reclama justicia se llama Bernard Marchois y gestiona desde hace años el pequeño museo dedicado a la artista, una especie de mausoleo que atesora todos sus recuerdos, los objetos que le pertenecieron y sus colecciones de platos y tazas. Se sitúa en el barrio de Belleville, donde nació la artista.

“Escucharla era una bendición, te sacudía. La veías frágil y no te podías creer que su voz saliera de ese cuerpo tan pequeño”, relata Marchois a El Confidencial. Nacida en el segundo año de la Gran Guerra, con los obuses alemanes llamando a las puertas de su casa, la niña de origen humilde se reveló contra su destino, que podría haber sido el de limpiadora de escaleras de no haber tenido un torrente de voz que empequeñecía a las grandes divas.

La niña de Belleville

Su historia comienza en el número 72 de la rue de Belleville, en el barrio del mismo nombre. Aunque Piaf solía decir que su madre la había dado a luz “casi en la calle”, los archivos del distrito certifican el nacimiento de Giovanna en el hospital Tenon de París. Su madre la llamó Edith en honor a la heroína Édith Cavell, enfermera inglesa ejecutada por el pelotón de fusilamiento alemán por haber trazado un plan de fuga para unos soldados encerrados en un campo de concentración.

“Piaf valoraba mucho tener el nombre de un icono de la resistencia, pero no le gustaba el segundo, Giovanna, y por eso solo conservó el primero”, relata Carolyn Burke, autora de la última biografía que se ha publicado sobre la cantante. “Su historia empezó como una versión moderna de Los Miserables: la de la niña pobre que creció en los arrabales entre almas oprimidas, las mismas que más tarde poblaron las letras de sus canciones, y que a través de su mítica resonancia forjaron parte de la cultura francesa del siglo XX”, explica Burke.

Un relato de luces y sombras, amores apasionados y desengaños desgarradores, con las calles de París con neones y música picante como escenario. Su amiga Marlene Dietrich esperaba acodada en la barra de Le Gerny's a que la princesa de la música terminara su actuación. Amantes que eran pintores, maridos cineastas, portada de revistas y cicatrices en su pequeño cuerpo como la geografía de Francia. Su fantasma aún pasea por las habitaciones del Clermont.

Los cabaret de Pigalle

Sus primeros acordes comenzaron a sonar en la Vielleuse, un café teatro donde, según relata Marchois, “la dueña le dejaba cantar”. Existe aún en este París este café, el más antiguo del barrio de Belleville, aunque hoy ya no tiene la canalla clientela de antaño. Ahora es un restaurante de menú y café rápido.

Aunque fue en el Pigalle más gamberro donde se curtió la niña errante. Cuando se trasladó al barrio, los artistas y bohemios ya vivían en Montparnasse y en otras zonas más respetables de la ciudad. Las memorias de la propia cantante rebelan esos comienzos entre humos de tabaco, copas de pastis y mucha hambre. El alma nómada vivía en habitaciones de hotel. Su morada fue primero el Eden y después, el Regence, ambos hoy desaparecidos.

En el Lulu’s cabaret cautivó a la clientela y vivió noches que se prolongaban hasta el amanecer. Fueron sus comienzos. Cuando ganaba dinero extra charlando con los clientes mientras estos bebían champagne. A la hora del cierre recibía unos francos de más por cada botella descorchada. Según relata Carolyn Burke en sus memorias, “cuando Édith tenía energía salía tambaleándose a la calle para cantar antes de irse a la cama. Allí se sentía más a sus anchas”.

Su voz no tardó en imponerse. Fue en el café Le Gerny’s de Louis Leplée, al lado de los Campos Elíseos, donde “el pequeño gorrión se convirtió en el ruiseñor de Francia”, en palabras de Jean Cocteau. En el teatro Olympia se consagró la diva. Si de los cabarets donde comenzó a cantar no quedan salvo las fotos, el famoso teatro situado en el centro de París aún acoge conciertos de artistas. Allí dio uno de los conciertos más emotivos de su carrera. Fue en 1961, ya enferma. La actuación salvó el teatro de la bancarrota. “Para las noches grandes siempre eligió el negro. Los vestidos de colores los reservaba para las salidas con amigos, maridos y amantes, pero en las actuaciones iba de estricto luto“, cuenta Marchois.

Éxito burgués 

El sabio, que la conoció en persona y gestiona su fundación, derriba algunos falsos mitos sobre su vida, como que su canción más célebre, La vie en rose, no era de su agrado. “No le gustaba cantarla” , explica, “su canción no era esa, sino Hymne à l’amour”, la que compuso para su gran amor, el boxeador Marcel Cerdan, que falleció en accidente de avión. Esa era su melodía fetiche. “Je ne regrette rien era otra de sus favoritas, era su testamento, la compuso casi al final de su vida. Decía que no lamentaba nada, como si supiera que ya le quedaba poco”, dice Bernard Marchois.

Con Yves Montand vivió en la avenue Marceau, zona mucho más burguesa que el Pigalle canalla de sus inicios. Allí escribió La vie en rose, el himno que tanto le molestaba entonar. Con Théo Sarapo, su último marido, vivió en el boulevard Lannes. El museo de su memoria guarda uno de los regalos que éste le hizo ya al final de sus días, un oso de peluche. Porque tras ese temperamento intenso y ese torrente poderoso de voz, “había una niña, un alma tierna y vulnerable”, explica Marchois.

Su tumba, lugar de peregrinación

Tuvo relaciones con Charles Aznavour, Georges Moustaki o Jacques Pills, pero fue Cerdan el amor que más la marcó. Su muerte fue el principio del fin del ruiseñor. En la rue Leconte-de-Lisle se reencontraban los dos amantes, Piaf y Cerdan. Se conocieron en Nueva York en 1947 y se mudaron a este palacete un año después, antes de que el boxeador falleciera en accidente de avión. Destino trágico, como sus canciones, para la leyenda femenina del pentagrama francés.

La última canción de Piaf acaba en el cementerio de Pere Lachaise, donde reposan sus restos, junto a los de otros pilares de la cultura francesa. Convertido en lugar de peregrinación, está en el barrio que la vio nacer y crecer, junto a Belleville y Ménilmontant. Piaf falleció en Grasse, en la ciudad de El Perfume. Su desaparición dejó aroma de melodía triste. Miles de personas acompañaron su cortejo fúnebre y hoy su tumba forma parte del mapa turístico de la ciudad a la que puso voz. Dice Marchois que “era muy pasional, una persona muy exigente, no quería decepcionar. No se hace una carrera así si no se tienen exigencias draconianas. Ella era y es la melodía de París”.

Pocos de los mochileros que duermen en las alcobas del hotel Clermont saben que sus paredes amortiguaron el llanto desgarrado de una de las voces francesas más célebres. En este hotel del barrio de Montmartre donde hoy descansan visitantes Edith Giovanna Gassion compuso parte de la banda sonora de París. Hace 50 años que se apagó el trino del ruiseñor. El 10 de octubre de 1963 Édith Piaf fallecía a los 58 años, demasiado joven, tras una vida intensa y frenética. Se marchitó la estrella enfermiza y nació uno de los mitos más incontestables de la historia de la música. Su París quizá haya mutado en falso trampantojo para saquear bolsillos de turistas, pero el latido de la ciudad que ella conoció aún existe bajo el escaparate de postal.