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2.000 años de improvisaciones papales
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EL TRONO DE LA IGLESIA HA CONOCIDO PAPAS ADOLESCENTES, ANTIPAPAS Y POSIBLES PAPISAS

2.000 años de improvisaciones papales

Es excepcional por poco frecuente, pero nada más. La renuncia de Joseph Ratzinger, el ya Papa emérito Benedicto XVI, es la primera en 600 años, pero

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2.000 años de improvisaciones papales

Es excepcional por poco frecuente, pero nada más. La renuncia de Joseph Ratzinger, el ya Papa emérito Benedicto XVI, es la primera en 600 años, pero antes que él ya abandonaron el trono de la Iglesia hasta 10 de sus ocupantes y otros tantos –algunos tan recientes como Juan Pablo II– contemplaron la posibilidad de hacerlo. Casi 2.000 años de sucesiones y hasta 263 Papas dan para mucho y, aunque hoy algunos reprochen al papado su carácter anticuado, lo cierto es que la institución ha desplegado una notable capacidad de adaptación a lo largo de la historia.  A la innovación del Papa emérito, un cargo creado ex profeso para Ratzinger, hay que sumar el ejemplo de los usurpadores del trono, los antipapas, las papisas y hasta las familias papales completas… La historia de la silla de San Pedro, de hecho, no es otra cosa que dos milenios de improvisaciones constantes.

Abandonar no es nuevo

Benedicto XVI es el primer pontífice que renuncia en 600 años, pero no es pionero en hacerlo y ni siquiera el primero con su nombre. Su tocayo Benedicto V solo llevó un mes el Anillo del Pescador, durante el año 964, después de lo cual aceptó entregarlo por las presiones a las que le sometía el emperador alemán Otón I. De Benedicto IX, Papa de 1032 a 1045, se cree que renunció porque le vendió el papado a su padrino, el posterior Gregorio VI, aunque más tarde intentó recuperarlo.

El Sumo Pontífice no siempre lo fue

Pese al título que hoy ostenta, el sumo pontífice no fue siempre sumo. En 1413, durante el Cisma de Occidente, tres hombres –con sus respectivos seguidores– reclamaron el trono vaticano: Gregorio XII en Roma, Juan XXIII en Pisa –no confundir con el moderno Papa Juan XXIII, único con ese nombre que reconoce la Iglesia– y Benedicto XIII en Aviñón. La situación se resolvió convocando el Concilio de Constanza, una reunión de obispos que reconoció como legítimo al primero pero le invitó a renunciar junto a los otros dos, a quienes declaró antipapas, para proclamar sucesor único a Martín V. Es la única institución que ha estado alguna vez por encima del papado en toda la historia de la Iglesia.

Pedro Martínez de Luna, el ya antipapa Benedicto XIII, se exilió en Peñíscola, en el antiguo castillo de la Orden del Temple, y contó hasta el fin de sus días con la protección del rey de Aragón y el reconocimiento de su legitimidad en varios reinos, entre ellos el de Escocia. El llamado Papa Luna ordenó a sus propios cardenales y tuvo incluso un sucesor, Clemente VIII, y su propio antipapa, Benedicto XIV, dentro de la llamada obediencia de Aviñón.

La dimisión siempre está en la mesa

Desde esa época hasta esta semana ningún Papa había renunciado, pero varios estuvieron a punto de hacerlo. Pío XII, cuyo papado se extendió entre 1939 y 1958, escribió ante notario una carta en la que anunciaba que abandonaría automáticamente la Cátedra de San Pedro en caso de ser apresado por Adolf Hitler. El italiano se anticipó así a lo que le ocurrió a Pío VII, a quien Napoleón raptó en 1809 y que no pudo renunciar públicamente –aunque era su deseo– porque el emperador lo hizo prisionero en la cárcel parisina de Fontainebleau.

El antecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, también escribió una carta en la que expresaba su intención de renunciar si caía preso de una enfermedad incurable. Según Slawomir Oder, su biógrafo y uno de quienes postularon su canonización, la redactó en 1989 y la ratificó en 1994, poco después de la ocasión en que, muy a su pesar, una luxación en un hombro le obligó a bendecir a los fieles congregados en la Plaza de San Pedro con la mano izquierda. Aunque la salud de Karol Wojtyla se deterioró en sus últimos años de vida hasta hacerle temblar visiblemente, nunca renunció y el Vaticano no llegó a confirmar que sufriese párkinson.

La edad es lo de menos

Si a algunos Papas les traicionó su avanzada edad, otros tuvieron el problema contrario. Cuando Juan XII llegó al trono en el año 955 no había cumplido los 18 años y carecía, además, de formación religiosa e inquietudes espirituales. Fue impuesto políticamente por su padre –hermanastro del Papa anterior– y considerado un usurpador, el último de la denominada pornocracia. Fue una etapa en la que el papado se desarrolló secuestrado políticamente por varias personalidades influyentes de la nobleza de Roma –entre ellas, la madre de Juan XII–.

La hazaña más reseñable que se atribuye al personaje, más un político que un Papa real, fue morir supuestamente a manos de un marido celoso con cuya esposa fue descubierto, aunque otras fuentes restan espectacularidad a la anécdota y dicen que murió de forma natural durante el propio acto sexual.

Una ‘primera dama’ vaticana

El papa número 100 de Roma, Adriano II, fue también el último en estar casado y tener hijos. Lo hizo antes de ser ordenado sacerdote en el siglo IX, pero los historiadores contemporáneos creen que su divorcio fue en realidad un trámite para resultar papable, ya que su exmujer y su hija se trasladaron a vivir con él al Palacio de Letrán, la antigua residencia papal que hoy acoge el Museo Pontificio de Antigüedades Cristianas.

No fue la mejor idea. El hermano de Anastasio el Bibliotecario –conocido también como el antipapa Anastasio III, que años antes había usurpado el trono católico y acabó excomulgado– ordenó asesinar a la exmujer y la hija de Adriano II en el propio palacio donde hoy se exponen los tesoros de la historia del catolicismo.

Cuando la dama fue el propio Papa

Existe el término papisa para designar a una Papa mujer, y si existe es por algo. Según la leyenda, el mismo Anastasio que le usurpó al pontificado a Benedicto III puedo habérselo quitado, en realidad, a una papisa. Aunque se considera una fábula medieval, varios cronistas del siglo XIII –entre ellos Martín de Opava y Jean de Mailly– cuentan que sí hubo una mujer al timón la Iglesia, conocida vulgarmente como la papisa Juana, que ocupó el trono de Roma ocultando su sexo a finales del siglo IX.

El erudito monje copista Johannes Anglicus habría sido, según esta historia, una mujer que llegó a ser secretaria papal y que a la muerte del pontífice consiguió ser nombrada su sucesora con el nombre de Benedicto III –según otras versiones, Juan VIII–. El engaño, dicen estos cronistas, se dio a conocer dos años después, cuando la papisa Juana rompió aguas en plena procesión y murió lapidada por los asistentes o por las complicaciones del parto.

El otro trono de San Pedro

Aunque ninguna fuente oficial avala esta historia –mucho menos las vaticanas–, lo cierto es que en los Museos Vaticanos se expone aún la sedia stercoraria, una silla curial perforada que algunos aportan como prueba de la veracidad de la historia de Juana.

Según esta interpretación, la sedia stercoraria formaría parte de un ritual por el que pasaban los papas recién elegidos después del antecedente de la papisa, que se sentaban en ella para que un diácono comprobase su masculinidad palpando por el agujero sus atributos y exclamase: “Duos habet et bene pendentes” –“tiene dos y cuelgan bien”­–.

Aunque se cree que el ritual se mantuvo hasta el siglo XVI y la historia vaticana presenta hoy la sedia stercoraria como una letrina, existen ilustraciones del XVII que muestran al Papa Inocencio X pasando por esta prueba.  Los historiadores de hoy, sin embargo, creen que su propósito principal era evitar el acceso al pontificado de hombres eunucos, tal y como prescribe el Levítico, uno de los libros de la Biblia. 

Es excepcional por poco frecuente, pero nada más. La renuncia de Joseph Ratzinger, el ya Papa emérito Benedicto XVI, es la primera en 600 años, pero antes que él ya abandonaron el trono de la Iglesia hasta 10 de sus ocupantes y otros tantos –algunos tan recientes como Juan Pablo II– contemplaron la posibilidad de hacerlo. Casi 2.000 años de sucesiones y hasta 263 Papas dan para mucho y, aunque hoy algunos reprochen al papado su carácter anticuado, lo cierto es que la institución ha desplegado una notable capacidad de adaptación a lo largo de la historia.  A la innovación del Papa emérito, un cargo creado ex profeso para Ratzinger, hay que sumar el ejemplo de los usurpadores del trono, los antipapas, las papisas y hasta las familias papales completas… La historia de la silla de San Pedro, de hecho, no es otra cosa que dos milenios de improvisaciones constantes.