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Vida de Ricardo G., expoliador de pueblo
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LA GUARDIA CIVIL ENCUENTRA 4.000 PIEZAS CELTIBÉRICAS EN CASA DE UN VECINO DE MONCAYO

Vida de Ricardo G., expoliador de pueblo

Ricardo G. cierra la puerta de su casa. Carga con un detector metales y sale del pueblo hacia el yacimiento de la necrópolis. Saluda a sus

Foto: Vida de Ricardo G., expoliador de pueblo
Vida de Ricardo G., expoliador de pueblo

Ricardo G. cierra la puerta de su casa. Carga con un detector metales y sale del pueblo hacia el yacimiento de la necrópolis. Saluda a sus vecinos, su ruta no ha variado mucho en los últimos veintitantos años. Su zona de actuación es próxima al embalse de Maidevera, donde un barco varado es el reclamo turístico de los domingueros que pasan por la zona de las estribaciones del parque natural del Moncayo. Reconoce el terreno removido por él mismo desde hace años, un bancal yermo después de tanto expolio. Aun así, rastrea los restos de los enterramientos celtibéricos.

Los soldados muertos en batalla eran expuestos a la luz del día para que fueran devorados por los pájaros, que además de llevarse desgarrones de carne del cuerpo de los guerreros echaban a volar con su alma, llevándosela lejos y bien alto. Habían hecho méritos para el honor. Al resto se les quemaba en piras con todas sus pertenencias, las que resistían al crematorio eran las piezas de metal. Ese es el género favorito de Ricardo G., que las acumula en tres propiedades que tiene en Aranda de Moncayo y en Iculla (ambas en Zaragoza).

La necrópolis podría pertenecer a la ciudad celtíbera de Arátikos, pero los científicos no pueden asegurarlo. Las ayudas a la conservación del patrimonio se han congelado, de los tres grandes yacimientos de la zona sólo está vallado Numancia. El de Tiermes está al aire libre, como el de Uxama (ambos en Soria). El director científico de la ciudad de Numancia, Alfredo Jimeno Martínez ahora puede dormir tranquilo, pero en los noventa se turnaban para custodiar las ruinas numantinas.

Robar en casa

Una noche sin luna llena aparecieron los furtivos, muy preparados, podrían haber expoliado la ciudad entera si allí no hubiese nadie. Hay que poner remedio a esto, dice el director. Quiere que los yacimientos se cerquen, pero también desea que la población tome conciencia, que entienda que asaltar el contenido que guardan esas laderas es como robar en tu propia casa, porque es “nuestro pasado familiar”.

Ricardo G. no es especial, es uno más. Es otro vecino dispuesto a aprovecharse de lo que nadie quiere ni atiende. Cumple al dedo el prototipo de expoliador casero

Otros arqueólogos apuntan que ese período fue muy violento, que el tránsito hacia el primer siglo de nuestra era las guerras arrasaban los asentamientos y que sus habitantes escondían sus pequeños tesoros en el terreno adyacente a sus viviendas. Ponían a refugio sus fortunas.

A Ricardo G. no le cuesta dar con las fíbulas aquiliformes, las puntas de flecha y las espadas, ni con las corazas y pectorales, los exvotos y joyas. También tiene a mano los cascos celtíberos, apenas a veinte centímetros de la superficie está todo, su paga extra. Ricardo G. está a punto de jubilarse. Su dedicación no tiene nada que ver con el expolio del patrimonio histórico nacional. No es un especialista del robo del pasado de pueblos extranjeros como los dueños del Odyssey. Él es un vecino más.

Un vecino con una extraña afición por desbrozar el monte de restos de nuestros antepasados que a nadie extraña, que nadie denuncia. Illueca es algo más grande que Aranda del Moncayo, quizás por eso el Papa Luna decidiera levantar allí su castillo-palacio, un producto del capricho hortera de la pretenciosidad. El río Aranda corre por la zona abrupta de ribera y chopos. Ambas localidades son humildes y silenciosas, las lomas resguardan de los vientos al núcleo y los techos de éste se confunden con el horizonte pardo del monte escarpado.

Uno cualquiera

Ricardo G. no es especial, es uno más. Es otro vecino dispuesto a aprovecharse de lo que nadie quiere ni atiende. Cumple al dedo el prototipo de expoliador casero. El mercado negro está ávido de sus paseos. El que más los aprecia es un coleccionista alemán que compra a buen precio. Ya en 1991 salió una colección de cascos de bronce celtibéricos desde un anticuario catalán con destino Alemania. También salió una colección de otros 18, datados entre los siglos IV y II a. C., de un valor patrimonial incalculable. Apenas sí se reúnen entre todos los museos arqueológicos españoles unos pocos fragmentos, nunca piezas completas.

Ricardo G. es ambicioso. En su poder se han encontrado piezas numantinas y otros objetos propios del yacimiento de Tiermes. Una vez ha dilapidado su zona se ha movido a otras. Es inimaginable lo que ha podido vender

Pero los paseos de Ricardo G. han terminado. Expoliador de andar por casa, tan dañino como cualquier otro, ha dejado tras de sí demasiadas pistas. Suficientes como para que la Unidad del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA) adscrita a la Fiscalía de Medio Ambiente y Urbanismo y la Unidad de Patrimonio Histórico de la Unidad Central Operativa (UCO) le hayan echado el guante, con 4.000 piezas en su poder y siete detectores de metal repartidos en sus tres propiedades.

La liebre saltó cuando en 2008 el museo Römisch-Germanisches-Zentralmuseum (RGZM) de la ciudad alemana de Maguncia alertó a las autoridades de la subasta del valioso lote de 18 cascos. La Fiscalía de Munich ofreció la oportunidad al Gobierno español de reclamar la legítima propiedad de las piezas de bronce. Pero hablamos de España. Hablamos del cariño que sus ciudadanos, sus vecinos y sus autoridades sienten por la conservación el patrimonio histórico. Así que pasó el plazo, el Ministerio de Cultura, entonces dirigido por César Antonio Molina, no tomó ninguna iniciativa. La atención del patrimonio expoliado entonces era copada por las maniobras y los juicios contra Odyssey.

El pasado verano, la Fiscalía de Medio Ambiente y Urbanismo supo de una cuarta subasta en Alemania de estas piezas con otros tres cascos más, que pudo parar. Pero el mercado sigue, es imparable. Los certificados falsos permiten mover las piezas ilegales.

No se ha hecho rico Ricardo G. Las casas que ha investigado el SEPRONA son casas sencillas, sin nada fuera de lo normal. Llevan detrás de él un año. No pueden acercarse mucho porque un extraño es sospechoso. Un vecino que durante tres décadas ha cargado con un detector de metales por los montes no, pero un Guardia Civil sí.  

Ricardo G. es ambicioso. En su poder se han encontrado piezas numantinas y otros objetos propios del yacimiento de Tiermes. Una vez ha dilapidado su zona se ha movido a otras. Es inimaginable lo que ha podido vender. Pero la máquina de Ricargo G. ya no volverá a pitar, a menos que se la lleve a una playa de Benidorm a buscar moneditas perdidas. Ahora se enfrenta a un delito de apropiación indebida contra el patrimonio y la pena puede ser de un a tres años, más multa. Pero eso no devolverá el sangrado a su lugar. 

Ricardo G. cierra la puerta de su casa. Carga con un detector metales y sale del pueblo hacia el yacimiento de la necrópolis. Saluda a sus vecinos, su ruta no ha variado mucho en los últimos veintitantos años. Su zona de actuación es próxima al embalse de Maidevera, donde un barco varado es el reclamo turístico de los domingueros que pasan por la zona de las estribaciones del parque natural del Moncayo. Reconoce el terreno removido por él mismo desde hace años, un bancal yermo después de tanto expolio. Aun así, rastrea los restos de los enterramientos celtibéricos.