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La Cartuja multiplica el mito de Weiwei
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PRIMERA RETROSPECTIVA DEL ARTISTA CHINO EN UN MUSEO ESPAÑOL

La Cartuja multiplica el mito de Weiwei

Es desconcertante y exagerada. Una lámpara estilo chandelier de casi siete metros de alto y cinco de largo yace sobre el suelo de mármol de la

Foto: La Cartuja multiplica el mito de Weiwei
La Cartuja multiplica el mito de Weiwei

Es desconcertante y exagerada. Una lámpara estilo chandelier de casi siete metros de alto y cinco de largo yace sobre el suelo de mármol de la nave central de la iglesia del antiguo monasterio de la Cartuja de Sevilla. Se ha desplomado y el esqueleto metálico desborda la entrada que da la bienvenida al visitante de la primera muestra retrospectiva del artista chino Ai Weiwei (Beijing, 1957) en un museo español. La puesta en escena es inmejorable, dramática y apocalíptica. La luz mengua y apenas cubre las cuentas de cristal rojo engarzado.

La imagen de un ídolo caído es rotunda. El color rojo es el símbolo de China y del régimen comunista que se postra extenuado, abatido. Nunca antes se había visto la pieza en España y tampoco bailó mucho por el extranjero, porque la galerista Helga de Alvear la compró inmediatamente y a ciegas. Ha viajado hasta Sevilla, al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) que inaugura la primera exposición retrospectiva en un museo español del artista chino, para ver por primera vez la obra montada. Está sorprendida y eufórica. Cuenta las peripecias que rodearon la compra y su traslado. Reconoce que le bastaron unas fotografías, una rebaja sustancial en el precio y el transporte gratis en 13 contenedores para hacerse con una de las obras que mejor refleja las intenciones artísticas y políticas de Weiwei.

“Esto ya es de España”, insiste la galerista, que contribuye al patrimonio de este país con su colección -referente del arte contemporáneo-. Esta aguarda desmontada a la construcción del centro en Cáceres, que dará cobijo a la fundación que lleva su nombre. “Me dijeron que estaba detrás de ella Saatchi y preferían vendérmelo a mí para retirarla del mercado para siempre”, era el halago de una galerista a otra galerista. La monería cuajó y retiró la pieza. “Esta ya no irá al mercado, ya es de este país”, repite.

Un trabajo de chinos 

A su lado, Juan Antonio Álvarez Reyes, director del CAAC y comisario de la muestra junto con Luisa Espino, que tan afortunadamente han titulado “Ai Weiwei: resistencia y tradición”. Álvarez Reyes explica el tedioso y delicado montaje de este coloso derrotado, al que es inevitable encontrarle reflejos de la propia situación política por la que atraviesa el país anfitrión. El director señala la importancia del cruce de la obra de Weiwei con el conjunto monacal marcado por su posterior uso como fábrica de cerámica y loza: “Por este motivo, esta exposición tiene como protagonistas sus trabajos cerámicos”.

Antes de cruzar el imponente enrejado que marca el tránsito a la gran lámpara, Descending Light (2007), se muestra el trabajo que confirmó a Weiwei como el artista chino con mayor proyección internacional y aclaró una de sus intenciones creativas: “Utilizar y pervertir la tradición cultural china y la artística occidental como actos de resistencia política”, explica Reyes. Nos referimos a Sunflower Seeds (2009), la famosa instalación que hizo para la sala de las Turbinas de la Tate Modern de Londres, en el año 2010, con cien millones de pipas de porcelana hechas y pintadas a mano por 1.600 vecinos de la región de Jingdezhen, famosa por su maestría en la cerámica.

Aquellas 100 toneladas de la Tate se han reducido a cinco para esta exposición. Pero también se ha perdido la actuación del visitante con la instalación, esencial en el devenir de la pieza. El crujir de las pipas al pisarlas es una parte que ha quedado anestesiada. El aspecto lúdico de la sala del centro londinense desaparece tras un cristal que aquí impide acceder al montón de semillas, repartidas sobre el suelo de la capilla que acogió el cuerpo de Cristóbal Colón. En la sala de las Turbinas uno respiraba los polvos tóxicos y se llevaba una pipa o un puñado. El expolio entraba en las previsiones porque es el mismo al que se somete el patrimonio cultural chino en estos momentos, tal y como denuncia el artista.  

El montaje de un mito 

Junto a la sala se proyecta el vídeo que documenta el proceso de creación de las pipas de girasol, al más puro estilo BBC, sencillo, directo y lúcido. En realidad, es el testimonio de cómo un pueblo contribuye a montar un mito. Por supuesto, las pipas de girasol son el símbolo con el que Mao se hacía rodear en la propaganda de su dictadura. Además, Sunflower Seeds prueba el contraste entre las técnicas artesanales de producción ancestral y la producción en masa contemporánea.

La persecución a la que ha sido sometido Weiwei ha reforzado sus planteamientos reivindicativos contra el capitalismo de Estado y la destrucción de las libertades y costumbres de un pueblo y su cultura. Como él mismo dice, el arresto domiciliario al que se sometió “fomentó una conciencia”. “No funcionó porque durante el arresto di al menos 30 entrevistas para que todo el mundo entendiera que China, aunque es tan rica y poderosa, no permite a un artista disfrutar de su derecho a la libertad de expresión”.

De esta manera, la pelea del artista se asentó en la resistencia a la pérdida de la identidad de un pueblo por la voracidad capitalista. De ahí que entienda el arte como una herramienta para plantear nuevas preguntas, como un recurso para la divulgación. No le preocupa tanto el arte como que se entienda lo que está haciendo. Y lo que hace es retratar el contexto de la insaciable industrialización china, que ha arrasado con lo antiguo sin valorar la tradición. ¿Cómo lo hace? Desde la falsificación, el simulacro, el engaño y, a fin de cuentas, con una gran dosis de ironía. Juan Antonio Álvarez Reyes define a la perfección al autor: “Es un artista sin estilo, que trabaja con diferentes herramientas”.

El artista global 

La persecución también le ha ayudado a convertirse en el artista global que, sin escapar de su reclusión, llega a todas las partes del mundo y extiende su fama sin freno. Los nuevos medios son su fuente de divulgación. Si le cancelan el blog, abre una cuenta de Twitter; si quieres una entrevista, te atiende por Skype. El mito de Weiwei se ha multiplicado en las redes sociales hasta ser uno de los artistas más conocidos y menos expuestos, desde luego, en España. “Paso la mayoría de mi tiempo en Twitter. Me siento muy orgulloso de ello, porque quiere decir que todos mis esfuerzos son valorados y siento que soy parte de su voz. Creo que de esta voz renacerá la nueva China”, responde en una entrevista que acompaña a la muestra del CAAC.

Junto a las obras más sonadas, el resto de instalaciones se reparten por los rincones más bellos de la Cartuja. Ahí aparecen, en el refectorio bajo el artesonado del siglo XV, las 96 vasijas de porcelana roja y blanca alineadas en perfecta cuadrícula, cuyo color varía según el ángulo desde el que se observe. Un caso similar se da en una de las estancias adyacentes, donde el artista ha repintado con colores chillones e industriales unas supuestas jarras neolíticas (siglos VI-IV a. C.) y abre el debate sobre la autenticidad de las obras de arte y su precio en el mercado, como las famosas fotos en las que aparece tirando una urna de la Dinastía Han, aunque nunca ha aclarado si era original o falsa. Como asegura la comisaria Luisa Espino, con este gesto reflexiona sobre el valor de los objetos, su producción y su destrucción.

La exposición de Weiwei en las antiguas dependencias del Monasterio de la Cartuja es un importante paso en la creación del mito del artista y una de las citas artísticas sobresalientes del año en nuestro país. Ahora hay que esperar a que el tiempo descubra si él mismo es una falsificación de un artista o un artista original. 

Es desconcertante y exagerada. Una lámpara estilo chandelier de casi siete metros de alto y cinco de largo yace sobre el suelo de mármol de la nave central de la iglesia del antiguo monasterio de la Cartuja de Sevilla. Se ha desplomado y el esqueleto metálico desborda la entrada que da la bienvenida al visitante de la primera muestra retrospectiva del artista chino Ai Weiwei (Beijing, 1957) en un museo español. La puesta en escena es inmejorable, dramática y apocalíptica. La luz mengua y apenas cubre las cuentas de cristal rojo engarzado.