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Una novela en el laboratorio
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Una novela en el laboratorio

El misterio de la voladura del Maine ha sido resuelto. Y no sanciona ninguna de las teorías propuestas: ni fueron españoles, ni cubanos, ni los propios

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Una novela en el laboratorio

El misterio de la voladura del Maine ha sido resuelto. Y no sanciona ninguna de las teorías propuestas: ni fueron españoles, ni cubanos, ni los propios norteamericanos. El culpable fue Eduardo Punset, sí, el de Redes, el que habla en inglés con acento catalán cerrado con prestigiosos científicos y mantiene una relación dudosa con 'la Blasa'. Su lugar como icono pop le ha puesto en el disparadero. Pero la explicación trae cola, y para ella no podemos recurrir ni a agujeros de gusano ni a la holgura, sino al humilde mutantes o nocillas, sí les anima un impulso semejante, el de ofrecer algo distinto al panorama repetitivo y anquilosado de las letras españolas. Ahora, si bien la búsqueda honesta no garantiza el hallazgo del tesoro de Agamenón, es lo mínimo que se le puede exigir a un auténtico escritor, aunque ese escritor no sea un individuo sino un concepto -algo que, por cierto, ya inventaron los griegos, hace muchos siglos, con Homero, y la autoría colectiva también existe, como en los italianos Luthier Blisset-.

 

Tanto con aquella Hotel Postmoderno como con De La Habana un barco estamos ante una auténtica pieza afterpop, que va cumpliendo punto por punto el ‘manifiesto’ del movimiento. Eso ya permite dudar de la originalidad de la apuesta, que siendo diferente a la corriente común, no deja de ser más de lo mismo en la corriente alternativa y de vanguardia. Si bien se puede decir que Nocilla Experience de Agustín Fernández Mallo fue un hito, casi todo lo que ha venido después no es más que repetición o imitación, sin que ello impida que haya buenas novelas en el movimiento renovador afterpop -ya sea dentro de la narrativa mutante o cualquier otra opción-. Ser verdaderamente original roza lo imposible, y siempre exige genialidad.

De La Habana un barco sigue, intencionadamente o no, el decálogo afterpop. Está construida a base de fragmentos al estilo de los extras de un DVD, incluyendo comentarios del director, que en el cuerpo de la novela se sitúan en la cabeza -no había que ir tan lejos, ése es un recurso rancio en literatura que se suele ubicar en otro lugar-. Reúne, además, materiales de diferentes disciplinas -música, cine, historia- e hibrida géneros -ensayo, poesía-. Igualmente mezcla alta y baja cultura, carece de auténticos personajes -éstos vienen y van, aparecen y desaparecen sin motivo-, se organiza espacialmente y no temporalmente, la organización de hechos, materiales y personajes es hipertextual, etc.

 

Aunque conceden más importancia a la trama de lo que es de rigor en el movimiento, pues la historia no carece de interés, en su énfasis por bajar a la literatura de los altares rompen la tensión dramática, desdibujando la trama y alejándose del planteamiento tradicional. La ilusión de ensueño se rompe por los añadidos formales o por la intertextualidad improcedente, siendo el caso paradigmático la irrupción ya referida de Punset para volar el Maine, pero también lo es la muerte de Moisés, citando al Roy Batty de Blade Runner, como un mal chiste. No hay, pese a todo, una auténtica voluntad rupturista con la tradición. Como se explica en la nota de la página 30, Aurèle se inspira en Alphonsine Plessis, la inmortal Margarita Gautier de Dumas hijo, y el hecho de haber optado por un género tan tradicional como la novela histórica -si bien con los pertinentes deformantes posmodernos- demuestra que, antes de suprimir el pasado, ansían hacer algo nuevo con él -hasta dónde llega la novedad, ése es el quid-.

La novela, sumamente irregular tanto formal como narrativamente, tiene en el proceso creativo su fuente y foco. Eso es lo que interesa a los autores, mucho más que contar una historia. Ello tiene como consecuencia la sensación de seguir en el laboratorio, en fase experimental. En cuanto novela no alcanza a dotarse de un cuerpo sólido, sino que la fórmula permanece en fase de inestabilidad. El resultado es, pues, artificial, y el lector se ve forzado a analizar, sin sumirse nunca en la acción o la escritura. Ahora, lo inacabado también forma parte de esta vanguardia; sus personajes y tramas lo son por definición. Estamos, entonces, ante una buena pieza afterpop; de lo que no estoy tan seguro es de estar ante una buena novela, aunque tenga fragmentos y escenas muy buenos.

De La Habana un barco. Ed. Lengua de Trapo. 240 págs. 18,20 €. Comprar libro.

El misterio de la voladura del Maine ha sido resuelto. Y no sanciona ninguna de las teorías propuestas: ni fueron españoles, ni cubanos, ni los propios norteamericanos. El culpable fue Eduardo Punset, sí, el de Redes, el que habla en inglés con acento catalán cerrado con prestigiosos científicos y mantiene una relación dudosa con 'la Blasa'. Su lugar como icono pop le ha puesto en el disparadero. Pero la explicación trae cola, y para ella no podemos recurrir ni a agujeros de gusano ni a la holgura, sino al humilde mutantes o nocillas, sí les anima un impulso semejante, el de ofrecer algo distinto al panorama repetitivo y anquilosado de las letras españolas. Ahora, si bien la búsqueda honesta no garantiza el hallazgo del tesoro de Agamenón, es lo mínimo que se le puede exigir a un auténtico escritor, aunque ese escritor no sea un individuo sino un concepto -algo que, por cierto, ya inventaron los griegos, hace muchos siglos, con Homero, y la autoría colectiva también existe, como en los italianos Luthier Blisset-.