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Bruma en el paraíso escandinavo
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Bruma en el paraíso escandinavo

Con un título como el que lleva impreso (Novela once, obra dieciocho) es imposible no sentirse picado por la curiosidad -como aquel El último libro de

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Bruma en el paraíso escandinavo

Con un título como el que lleva impreso (Novela once, obra dieciocho) es imposible no sentirse picado por la curiosidad -como aquel El último libro de Sergi Pàmies- y abrir esta novela sorprendente, cálida y heladora a un mismo tiempo. Articulada en torno a tres personajes, es una introspección en los dramas pequeños pero profundos de un hombre contemporáneo, habitante de una de las regiones consideradas modélicas de Occidente.

 

Como buena parte de la narrativa escandinava -dejando de lado a los muchos Larsson-, Dag Solstad es un autor por descubrir. Y como muchos de ellos, se empeña en demostrar que el paraíso no lo es tanto, aunque lo parezca. Con una prosa que se ovilla, que se reencuentra consigo misma una y otra vez, Solstad hurga en los corazones aparentemente helados de los ordenados descendientes de los furibundos vikingos. La voz en off va llevando al lector sin perdirle nada, sin que tenga que hacer esfuerzo alguno, tan sólo dejarse llevar.

 

Bjørn Hansen, protagonista y eje de la novela, es el recaudador municipal de una ciudad noruega de provincias, Kongsberg, que vive solo, acompañado de sus libros, en un apartamento cercano a la estación. No siempre fue así. Estuvo casado, y tiene un hijo. Pero abandonó a su familia a los dos años de haber nacido el bebé. Se marchó de Oslo siguiendo a su amante, Turid Lammers, por quien estaba completamente fascinado. Al poco abandonó su prometedora carrera ministerial por el puesto en el ayuntamiento de Kongsberg. Vivió con Turid Lammers catorce años, hasta que la fascinación por ella se diluyó. Cuando ocurre la historia, hace cuatro años que la ha abandonado y vive solo, aunque por poco tiempo: su hijo de veinte se muda con él, pues va a estudiar en la Universidad de la ciudad. Sin embargo, Bjørn Hansen no está satisfecho, advierte que es un hombre sin atributos.

 

Su hijo es lo opuesto, todo esperanza y convicción en cuanto al futuro; todo es ilusión y fascinación por la vida moderna. En vez de una profunda biblioteca, tiene un recuerdo de su ciudad natal, una jarra de cerveza y el póster de un deportivo Ferrari. Mas, a pesar de tanta felicidad de estar vivo, ser joven y estudiante de óptica, es un marginado, carece de amigos. Su padre no es muy diferente, tiene conocidos y sólo un amigo, pero él rechaza la vida antigua y la moderna. Su angustia y desesperanza encuentran acomodo en la obra de Ibsen, de Kierkegaard y, casi, en La familia de Pascual Duarte. Su hijo es él sin Turid Lammers, y por su parte se vale de la música para “expresar abiertamente esa jodida soledad del fondo de cualquier alma moderna” (p. 126).

 

Esa Turid Lammers, que lo tuvo encadenado durante catorce años, es una mujer fatal doméstica y provinciana, con maneras de París y frivolidad de adolescente. Aun con su buena cabeza y sus muchas lecturas, Bjørn Hansen le consiente todo, o se lo consiente a la fascinación que siente por ella. A pesar de “la profunda sensación de abandono  y la oscura ira, la repulsión y el rechazo” que “vibraba oscura y profundamente dentro de él”, “había decidido vivir con Turid Lammers”, aunque “su contribución esencial al sostenimiento de su relación consistía en una serie de ataques de celos fingidos” (p. 38).  

Poco a poco advierte que su mujer es tan sólo el efecto que genera en los demás, que su fascinación es la fascinación que los demás sienten por ella. Y Bjørn Hansen, narcisista, recaudador de impuestos, se siente bien abrevando en los falsos coqueteos de Turid Lammers con cualquier hombre que entre en su órbita. No puede acatar su propia insignificancia, y por ello ideará un plan con el que “iba a lanzar su NO, su gran NO (…) mediante un acto que fuera irrevocable (…) que lo ataría a ese disparatado único acto para el resto de su vida” (p. 75). La relación con Turid Lammers le ha vaciado; su hijo le devuelve una imagen deformante de sí mismo. De algún modo se ve empujado a ese órdago. 

 Novela once, obra dieciocho. Lengua de trapo. 208 págs. 18,50 €.

Con un título como el que lleva impreso (Novela once, obra dieciocho) es imposible no sentirse picado por la curiosidad -como aquel El último libro de Sergi Pàmies- y abrir esta novela sorprendente, cálida y heladora a un mismo tiempo. Articulada en torno a tres personajes, es una introspección en los dramas pequeños pero profundos de un hombre contemporáneo, habitante de una de las regiones consideradas modélicas de Occidente.