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El pasado se diluye en los vivos
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El pasado se diluye en los vivos

En la contracubierta de Plaga de palomas, la última novela de Louise Erdrich (Philip Roth la categoriza como “deslumbrante obra maestra”) se citan a Faulkner y

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El pasado se diluye en los vivos

En la contracubierta de Plaga de palomas, la última novela de Louise Erdrich (Philip Roth la categoriza como “deslumbrante obra maestra”) se citan a Faulkner y García Márquez como relaciones literarias. Lo del colombiano ya es tópico, cada vez que una obra de ficción no declaradamente fantástica incluye entre sus recursos narrativos elementos mágicos, como si sólo las tradiciones iberoamericanas contaran con reminiscencias arcaicas que una literatura realista deba incluir. Erdrich, amerindia descendiente de ojibwes -o chippewas o saulteurs- no puede dejar de reflejar en su obra todo este universo espiritual atávico, como una huella propia, genética en su literatura, que nada tiene que ver con imitaciones o modas.

Más se sentirá a Faulkner, si bien la prosa de Erdrich es más sobria y tradicional, aunque igualmente cuidadosa con el léxico, abundante en términos indígenas. Lo que era Mississippi para el autor de ¡Absalón, Absalón! es Dakota del Norte para la autora de Filtro de amor. Plaga de palomas narra la decadencia de Pluto, una ciudad -ficticia como el Yoknapatawpha faulkneriano- nacida a finales del siglo XIX para acompañar las rutas del norte sobre los terrenos de la reserva chippewa; una comunidad maldita, en una naturaleza que declaró su hostilidad en el momento de la fundación.

 

El pueblo se muere y sólo lo habitan ya algunas ancianas aferradas al pasado, que lo recopilan a través de una sociedad histórica igualmente agónica: “Muchas historias jamás contadas que la gente desvelaba al final, cuando entendían que ya era inútil mantenerlas en secreto o cuando comprendían que todo lo que perdura de un lugar se hallará reflejado algún día solamente en los documentos, y desean que esos documentos describan la verdad” (p. 361).

La novela arranca con un crimen brutal, un bebé que lo presencia y un violín. Con el paso del tiempo, aquel asesinato se convierte en el secreto de la comunidad, pero como todo terrible secreto incuba su mal en los descendientes de víctimas y asesinos. Lentamente, “el pasado se diluye en los vivos” (p. 298) que presencian cómo la enfermedad germina, sin que quede lugar para la venganza. En una comunidad eminentemente endogámica, todos comparten una misma sangre y una misma culpa: “No hay nada de lo que sucede, nada, que no esté relacionado aquí por la sangre” (p. 149). Cuando Eveline trata de dibujar su árbol genealógico, lo que le sale es una tela de araña.

La ominosa historia se irá descubriendo a través de varias voces, cada una con una historia que contar, así como las relaciones familiares que unen a quienes la violencia separó. La novela avanza sólida e inexorable hacia la verdad que buscan las ancianas de la sociedad histórica; una verdad que se diluye en la sangre de los hijos y los nietos haciendo del amor -un amor muy físico- una forma de redención. Con Plaga de palomas, Louise Erdrich consigue transformar la “América profunda” en algo grandioso a través de la literatura.

 Plaga de palomas. Ed. Siruela. 380 págs. 21,95 €.

En la contracubierta de Plaga de palomas, la última novela de Louise Erdrich (Philip Roth la categoriza como “deslumbrante obra maestra”) se citan a Faulkner y García Márquez como relaciones literarias. Lo del colombiano ya es tópico, cada vez que una obra de ficción no declaradamente fantástica incluye entre sus recursos narrativos elementos mágicos, como si sólo las tradiciones iberoamericanas contaran con reminiscencias arcaicas que una literatura realista deba incluir. Erdrich, amerindia descendiente de ojibwes -o chippewas o saulteurs- no puede dejar de reflejar en su obra todo este universo espiritual atávico, como una huella propia, genética en su literatura, que nada tiene que ver con imitaciones o modas.