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Literatura, literatura, literatura
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Literatura, literatura, literatura

Uno pensaría ya desde la primera página, si fuera ladino, y dada la pelea entre Vila-Matas y su antigua casa que le ha empujado a un

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Uno pensaría ya desde la primera página, si fuera ladino, y dada la pelea entre Vila-Matas y su antigua casa que le ha empujado a un nuevo sello editorial –antes, Anagrama; ahora, Seix-Barral- , que Samuel Riba, protagonista de Dublinesca, es un álter ego de Jorge Herralde. La novela, páginas después, da pistas que podrían confirmarlo, como ese catálogo tan prestigioso que al editor de la ficción ha terminado por sustituirle su propia biografía, y que cuenta con un puñado de nombres efectivamente pertenecientes a la lista de Anagrama. Sin embargo, la novela, tomada como un todo, lo desmiente -al igual que el autor en las entrevistas en las que, inevitablemente, ha sido interrogado al respecto-. En esta novela hay mucha autobiografía, más de lo habitual en Vila-Matas, y Riba puede presentar algunos caracteres externos de Herralde, pero por dentro es el autor y está sometido a la misma inquietud literaria que éste.

 

La obra presenta el conflicto del fin de la Era Gutenberg, sustituida por la Era Google, como falso problema; Vila-Matas, con su sosiego habitual, reconoce el mismo patrón a lo largo de toda la historia de la cultura, que vive permanentes apocalipsis, pero que milagrosamente sobrevive a ellos para poder presenciar los siguientes. Riba entiende que el funeral que proyecta para la Era Gutenberg, émulo del de Paddy Dignam en el capítulo sexto del Ulises de Joyce, sólo puede ser una fiesta, porque el juicio final sólo puede tomarse con humor. De hecho, el único que se acaba es él, el viejo editor retirado que asiste a la extinción de los “editores cultos, literarios”, “la rama noble de su oficio” (p. 11). Lo cual revela que, a su juicio, la literatura vive un mal momento, y de hecho su gran fracaso personal es no haber encontrado al autor genial, “anarquista y al mismo tiempo arquitecto” (p. 264). Éste fantasma, “el dolor del autor, mi hidra íntima” (p. 183), añadido a la vejez, va aniquilándole más rápido que sus dañados riñones, pero aún tiene ánimos para dar el “salto inglés”, para intentar renacer, para volver a seducir a una diosa de ébano, para abandonar la cultura francesa en la que se educó sustituyéndola por el salvaje mar de Irlanda y sus escritores, y Nueva York, ¿el “inexistente futuro” (p. 188)?

Empezando por James Joyce. ¿Qué mejor guía cabe imaginar para conducirnos por la entraña -el espíritu- de Ulises que Enrique Vila-Matas? Literatura, literatura, literatura. El titular de este artículo valdría para cualquiera de sus obras, porque el autor barcelonés está hecho de literatura. En esta novela hay mucha, más allá de los autores irlandeses -y la presencia, ex cátedra, de Nabokov-, pero en general hay mucho. Las referencias culturales, tan abundantes como es habitual, no llegan a ahogar el texto gracias a la labor higiénica de la ironía. La amplitud reflexiva, más humanizada que en obras anteriores, abruma durante la primera lectura y ruega una segunda que termina de lustrar el texto. Vila-Matas es el escritor que tantos y tantos han querido ser desde que comenzara a construir su apabullante sistema novelesco. Mas imitarle es terriblemente complicado, porque es casi milagroso reunir tanto material ajeno en un conjunto tan propio, tan íntimo.

Con Dublinesca, la jornada del 16 de junio se reitera como la fecha más literaria del calendario, junto al 23 de abril, y Vila-Matas comienza una andadura nueva, en una nueva casa, con paso firme. Dublinesca es una obra maestra, a la altura de Bartleby y compañía y Doctor Pasavento, y quizá la más humana de sus novelas; un homenaje a la Era Gutenberg que no desaparece, sólo se transforma, y un canto de bienvenida a la Era Google, en la que aún pueden aparecer novelas como ésta.

Uno pensaría ya desde la primera página, si fuera ladino, y dada la pelea entre Vila-Matas y su antigua casa que le ha empujado a un nuevo sello editorial –antes, Anagrama; ahora, Seix-Barral- , que Samuel Riba, protagonista de Dublinesca, es un álter ego de Jorge Herralde. La novela, páginas después, da pistas que podrían confirmarlo, como ese catálogo tan prestigioso que al editor de la ficción ha terminado por sustituirle su propia biografía, y que cuenta con un puñado de nombres efectivamente pertenecientes a la lista de Anagrama. Sin embargo, la novela, tomada como un todo, lo desmiente -al igual que el autor en las entrevistas en las que, inevitablemente, ha sido interrogado al respecto-. En esta novela hay mucha autobiografía, más de lo habitual en Vila-Matas, y Riba puede presentar algunos caracteres externos de Herralde, pero por dentro es el autor y está sometido a la misma inquietud literaria que éste.