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De la leyenda negra al rosa palo
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De la leyenda negra al rosa palo

La editorial Áltera recupera una de las biografías clásicas de Felipe II, que aprovecha la traducción de 1942 de José Corts Grau -el original se publicó

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De la leyenda negra al rosa palo

La editorial Áltera recupera una de las biografías clásicas de Felipe II, que aprovecha la traducción de 1942 de José Corts Grau -el original se publicó en alemán en 1938-, sólo que le han cambiado el subtítulo, ya no es -como resulta más apropiado, pues describe el contenido muy ajustadamente-, Bosquejo de una vida y una época, sino Su corona era la órbita del Sol, más poético y vacío.

 

La obra de Ludwig Pfandl, historiador alemán, discípulo de Vossler y de Menéndez Pelayo, es una de las primeras que, fuera de España, se propone rehabilitar la figura del gran monarca del Renacimiento español, un recorrido que comenzara W. H. Prescott en 1855, con buenas intenciones pero con un uso indiscriminado de fuentes de escasa confianza, la Apología de Orange y las Relaciones de Antonio Pérez. Pfandl subió un peldaño más en una escalera que ha salido de los negros sótanos de Motley, aunque hoy ha perdido los tonos rosáceos que el buen alemán le pintara.

Pfandl toma posición ante el lector ya en el prefacio, calificando la leyenda negra filipina de “verdadero pantano, cenagal y turbión de inmundicias y falsedades, y venganzas y odios, de fanatismos y de intolerancias” (p. 14). ¿Cabe una indignación más inflamada? ¿Sirvió de algo? La historiografía ya estaba en camino de rehabilitar al Rey, mas en el imaginario colectivo la leyenda persiste, incólume -a pesar de que Kamen se empeñe en negarlo; incluso en algunos historiadores, él es un sibilino ejemplo-; basta traer a colación películas recientes como Elizabeth, the Golden Age, donde Felipe de España aparece como un bufón sanguinario. A efectos populares, de nada han servido los esfuerzos de los historiadores, de Prescott en adelante, para rehabilitar al “soberano de Europa más atrozmente calumniado y más torpemente desconocido” (p. 14) y que Pfandl, modestamente, anhela presentar como “un hombre: un hombre cabal, cuya vida fue digna de vivirse y dignamente vivida en una época difícil y grandiosa” (p. 15).

La de Pfandl es una historia al más puro estilo decimonónico, resonante de trompetas wagnerianas, de héroes morales, como Felipe II y su padre, y villanos inmorales como Francisco I, Isabel I o Guillermo de Orange -los primeros, humanizados: yerran, pero con buena intención; los segundos perfectamente diabólicos- y su análisis psicológico, aunque perspicaz, se ve lastrado por el infantil estado de la ciencia que lo auxilia. Hoy se interpreta más en el sentido de un “bando” inflexible y otro versátil, que terminó llevándose el gato al agua en una época de realidades cambiantes. Lo que para Pfandl, la herencia ideológica de Carlos V, es un “tesoro”, para el estudioso actual no es sino un lastre que arruinó toda posibilidad a Felipe de imponer su gran estrategia. No obstante, ello no debe llevar a engaño. El Rey sabía que su tozudez le impedía completar sus éxitos parciales, pero no podía actuar de otra manera, como advierte Pfandl. La fidelidad a los principios era mucho más importante que el triunfo porque, como anota Parker, sin ellos se habría hundido.

 El primer monarca “ilustrado”

Felipe se nos aparece como perfecto hijo de su tiempo, que en muchos aspectos aventaja a todos los príncipes contemporáneos. Fue, probablemente, el primer monarca “ilustrado” de la época moderna, aunque sus esfuerzos fueran pasajeros y no encontraran continuidad en sus sucesores, hasta bien entrada la dinastía borbónica. Pero incluso aquellas “aficiones” escatológicas, especialmente el culto a las reliquias, que tan mala fama le han reportado, quedan bien explicadas, por mor de las teorías de Frazer que se erigen como estructura soterrada del concepto de Felipe II que evidencia el autor. Una antropología tan primitiva como su psicología le sirve, a pesar de ello, para crear una hipótesis sólida y, a decir de Fernández Álvarez, aún muy sugestiva. La división de la mente filipina en los estratos arcaico, religioso y racional, milagrosamente armonizados, le sirve para explicar convincentemente muchos de los misterios que envuelven su comportamiento y decisiones, aunque conviene no olvidar que el biógrafo ya ha tomado parte por su biografiado antes de analizar cada caso.

Esta aplicación de La rama dorada a la vida de Felipe II es uno de los aspectos más interesantes de la biografía, y que aún la hacen atractiva de leer, pese a que la interpretación haya sido superada y la disponibilidad de nuevas fuentes -y un análisis más cuidadoso de las mismas que Pfandl manejó- haya alterado el rumbo de los estudios filipinos. A pesar de todo, ni Pfandl ni ninguno de los biógrafos posteriores han pretendido tener la última palabra, porque hay misterios irresolubles, como el del asesinato de Escobedo, y muchos papeles aún desaparecidos que, como la historia enseña, pueden aparecer en cualquier momento, en el lugar menos esperado.

Lo que sí ofrece Pfandl, y en ello aventaja a la mayoría, es una prosa encendida, decimonónica; escribe con el corazón en la mano, indignado o enternecido por los sucesos que relata, y su compasión y favoritismo por Felipe, que es ya como una criatura suya -y así es-, alcanza momentos de gran tensión emotiva, como el relato de las últimas horas del monarca, destruido el cuerpo por la enfermedad y la vejez, pero incólume su espíritu, inamovibles aquellos principios que le guiaron en todo momento. Otros pasajes, como la narración de la batalla de Lepanto, aventajan a muchas novelas históricas -aunque confunda las galeazas venecianas con galeones-. La presente biografía es un clásico, y todo clásico merece ser recuperado -y quizá con más cuidado: los errores en la maquetación son abundantes- sea o no una grata lectura, y ésta lo es.

Felipe II. Ed. Áltera, 448 págs, 23 €. Comprar libro.

La editorial Áltera recupera una de las biografías clásicas de Felipe II, que aprovecha la traducción de 1942 de José Corts Grau -el original se publicó en alemán en 1938-, sólo que le han cambiado el subtítulo, ya no es -como resulta más apropiado, pues describe el contenido muy ajustadamente-, Bosquejo de una vida y una época, sino Su corona era la órbita del Sol, más poético y vacío.