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La historia la hacen los hijos de puta
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La historia la hacen los hijos de puta

La novela negra se ha transformado definitivamente. No sólo porque los viejos estereotipos apenas subsistan o porque sus detectives se hayan apuntado a perseguir asesinos en

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La historia la hacen los hijos de puta

La novela negra se ha transformado definitivamente. No sólo porque los viejos estereotipos apenas subsistan o porque sus detectives se hayan apuntado a perseguir asesinos en serie, sino porque han surgido perspectivas fructíferas a la hora de renovar el género. Sin duda, la novedad más popular ha sido la proveniente de la literatura escandinava, que ha actualizado algunos resortes de las viejas obras y les ha dado un matiz político, en general progresista, que no era tan frecuente en un estilo donde sus protagonistas se caracterizaban por el descreimiento, la ironía y los códigos morales privados.  Pero también el entorno americano ha traído novedades aprovechables que van mucho más allá de sus habituales thrillers.  

El giro más llamativo (y positivamente valorado por los lectores) es el que representan Don Winslow y James Ellroy. Ambos han apostado por obras de grandes dimensiones que abarcan varios años (o varias décadas), que recogen hechos reales como punto de partida (Winslow los novela, Ellroy los reescribe), donde los claroscuros morales son muy intensos y en las que se suele hacer un uso muy explícito de la violencia.

 

Y además de compartir rasgos estilísticos (algo debe Winslow a Ellroy, sin duda) ambos  poseen algunas semejanzas más, como el hecho de que tardaran en llegar a la literatura. Winslow tuvo que ganarse la vida de muy diversos modos (desde detective hasta repartidor de alimentos, pasando por guía de safaris) hasta que pudo escribir su primera novela, mientras que Ellroy tuvo que asentarse mentalmente antes de hacer lo propio. Hijo de un chico guapo, amante de una conocida estrella de Hollywood, y de una enfermera aficionada de la bebida que fue asesinada cuando él tenía tres años (nunca se encontró al asesino), Ellroy pasó una adolescencia difícil (ladrón de poca monta, vagabundo, alcohólico, drogadicto, merodeador sexual) que le llevó de cabeza a  la cárcel.  Y si logró salir con bien de todo ello y sentar la cabeza, (al menos, en la medida en que eso es posible para alguien como Ellroy) fue gracias a la literatura.

Ellroy y Winslow: marcados por la vida

A ambos, por tanto, les han marcado sus experiencias vitales. La obra de Ellroy no podría ser tan seca, directa y hostil sin la carga emocional de su autor mientras que la de Winslow no podría ser tan impactante sin un conocimiento exhaustivo de lo que habla. En El poder del perro aparecen narcotraficantes, la CIA y la DEA, la situación política en Latinoamérica, la mafia italomericana y mil asuntos más que sólo pueden describirse de forma creíble a través de una documentación minuciosa (el autor asegura haber tardado cinco años en reunir el material). Sangre vagabunda, por su parte, la tercera parte de esa Trilogía Americana que Ellroy emprendió hace más de una década, sólo puede surgir  del odio por una época, la de JFK, en la que el autor ha escudriñado durante mucho tiempo para mostrarnos su cara más despreciable.

Y es aquí donde aparece la mayor novedad de la novela negra contemporánea. A la manera del estupendo Norman Mailer de El fantasma de Harlot (su predecesor más evidente), Winslow y Ellroy convierten el pasado americano en material novelístico de primer orden. Es cierto que algunos autores europeos,  encabezados por Larsson, han reparado en hechos de años recientes como fundamento de sus historias, pero su enfoque carece de las dimensiones vitales y del aliento trágico con que dotan al pasado los escritores estadounidenses. Así, en estas novelas de sangre y fuego se nos habla de que la verdadera historia de la América reciente está hecha por tipos malos, por gente despreciable de la que sólo sabemos a través de algún comentario en las noticias, pero que constituye la realidad profunda de nuestra sociedad… Esa América sucia, nos dicen ambos, no ha sido barrida por la escoba del progreso sino que constituye el fundamento real de nuestra época. Es cierto que Winslow adopta esta perspectiva para explicar al lector el presente mientras que Ellroy sólo quiere ajustar cuentas con tiempos y personajes históricos que odia, pero ambas coinciden en señalar esa trama de intereses, pasiones y posiciones políticas ocultas como el sustrato de su nación y de nuestros tiempos.

Entre las dos obras hay, no obstante, diferencias notables. Empezando porque la mayor parte de las novelas de Ellroy están protagonizadas por auténticos hijos de puta (atormentados, sí, pero hijos de puta) mientras que Winslow todavía cree, aunque sea de refilón, que hay algún hombre bueno e íntegro. En otro sentido, también les alejan sus estilos, que aún partiendo de bases muy similares, acaban  por tomar caminos distintos. La forma seca y obsesiva de escribir de Ellroy, que fue todo un hallazgo en las tres primeras novelas del Cuarteto de Los Ángeles, se radicalizó a partir de Jazz Blanco, convirtiendo el recurso estilístico más en un problema que en una ventaja.  Por suerte, en esta Sangre vagabunda da un paso atrás, regresando a una forma de narrar algo más asequible para el lector medio, aun cuando no pierda un ápice de ese aire cortante que la caracteriza. Por su parte, Winslow, que es un evidente deudor del estilo de Ellroy, ha sido lo suficientemente listo para tomar como referencia su época más interesante, utilizando un tono narrativo que beneficia al texto.

La otra gran diferencia es cualitativa. Ellroy no hace más que prolongar una forma de hacer ya conocida (que, por lo tanto, agradará a sus fans y llamará poderosamente la atención de quien no le conozca) mientras que Winslow es un autor emergente, con voz propia, que tiene en la mano el arma de la sorpresa; el primero está más centrado en sí mismo mientras el segundo prefiere hacerse a un lado para que apreciemos mejor la gran historia que cuenta.  Eso sí, ambas se leen de un (violento) tirón.  

El poder del perro, Don Winslow, Mondadori, 704 páginas, 17,90 €.(Comprar libro).

Sangre vagabunda, James Ellroy, Ediciones B. 776 páginas, 25 €. (Comprar libro).

La novela negra se ha transformado definitivamente. No sólo porque los viejos estereotipos apenas subsistan o porque sus detectives se hayan apuntado a perseguir asesinos en serie, sino porque han surgido perspectivas fructíferas a la hora de renovar el género. Sin duda, la novedad más popular ha sido la proveniente de la literatura escandinava, que ha actualizado algunos resortes de las viejas obras y les ha dado un matiz político, en general progresista, que no era tan frecuente en un estilo donde sus protagonistas se caracterizaban por el descreimiento, la ironía y los códigos morales privados.  Pero también el entorno americano ha traído novedades aprovechables que van mucho más allá de sus habituales thrillers.  

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