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La vejez es una masacre
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La vejez es una masacre

Se ha vuelto un lugar común, cuando aterriza en España una nueva obra de Philip Roth -en torno al comienzo de la primavera, aunque los lectores

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La vejez es una masacre

Se ha vuelto un lugar común, cuando aterriza en España una nueva obra de Philip Roth -en torno al comienzo de la primavera, aunque los lectores más intrépidos habrán leído antes la edición en inglés-, buscar comparaciones y concluir que se trata de “obra menor” de un autor enorme. Es inevitable. Tras La mancha humana, Pastoral americana o El animal moribundo todo parece pequeño, aún La conjura contra América o Elegía. Y sin embargo Philip Roth sólo puede medirse con la medida Roth, y las obras breves de los últimos años, que a la vez son intensas, compactas, tienen poco de enanas si las medimos con la misma vara que al resto.

 

Ahora bien, La humillación viene precedida por una considerable polémica que desató tras su publicación en Estados Unidos, donde el sexo, que en esta novela es explícito y morboso, mueve mucho dinero y también a muchas agrupaciones aburridas -otra forma de mover dinero-, a las que se sumaron algunas feministas superficiales que, cegadas por lo sexualmente turbio -y aparentemente falocrático- del relato, fueron incapaces de entender lo que se les estaba diciendo.

Esta novela es una extensión de aquel aforismo memorable de la espléndida Elegía, “la vejez no es una batalla, la vejez es una masacre”, idea que impulsa buena parte de la obra rothiana desde El animal moribundo. La humillación narra la masacre que la edad comete en el cuerpo -su espalda siempre doliente, sin remedio; sus células testiculares ochocientas veces divididas- y la psique de Simon Axler, de sesenta y cinco años, un actor de teatro “encerrado en el papel de hombre privado de sí mismo, de su talento y de su lugar en el mundo, un hombre detestable que no era más que el inventario de sus defectos” (p. 15). Su actuación y fracaso en el Kennedy Center es el Día D, hora 0 que inicia su desmoronamiento completo. “Sí, el impredecible cambio total y el poder que tiene” (p. 26).

La novela, que es una tragedia que sigue la estructura clásica -y lo que tiene de truculento evoca los mismos ecos-, tiene un segundo acto, “La transformación”, en el que se encuentra con Pegeen Stapleford, hija de unos antiguos amigos compañeros de profesión, veinticinco años menor que él y lesbiana. Ese es un inesperado reencuentro con la vida: “Axler recordaba su imagen de bebé pegada al pecho materno. Tenía una presencia vibrante, era firme, sana, estaba rebosante de energía, y de pronto él dejó de tener la sensación de que, sin su talento, se hallaba solo en el mundo” (p. 64). De pronto, olvida que la vejez es una masacre y se convence de que es una batalla, una batalla de la que puede salir victorioso.

“La reconstrucción de una vida tenía que empezar por alguna parte, y para él había empezado por su enamoramiento de Pegeen Stapleford, que, de manera sorprendente, era la mujer apropiada para realizar la tarea” (p. 133). Axler se aferra a esa esperanza, a esa fuerza vital. El sexo -¿redentor?- entre ambos prende la chispa de un fuego fatuo. A pesar de las advertencias de una Pitia furiosa, se aferra a esa fuente de vida, se siente Pigmalión. Pero Pegeen  es una de esas personas-escorpión de existencia caótica, que necesitan de ranas para seguir adelante y que, al igual que en la fábula, no pueden traicionar su naturaleza venenosa; como toda tragedia, La humillación culmina en un tercer acto apoteósico, que cierra, unifica y realza una obra que comienza atolondrada, avanza errabunda, y finalmente exhibe las claves de su grandeza.

La humillación. Ed. Mondadori. 160 págs. 17,90 €.

Se ha vuelto un lugar común, cuando aterriza en España una nueva obra de Philip Roth -en torno al comienzo de la primavera, aunque los lectores más intrépidos habrán leído antes la edición en inglés-, buscar comparaciones y concluir que se trata de “obra menor” de un autor enorme. Es inevitable. Tras La mancha humana, Pastoral americana o El animal moribundo todo parece pequeño, aún La conjura contra América o Elegía. Y sin embargo Philip Roth sólo puede medirse con la medida Roth, y las obras breves de los últimos años, que a la vez son intensas, compactas, tienen poco de enanas si las medimos con la misma vara que al resto.