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Crónica de Madrid con bolsitas negras
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Crónica de Madrid con bolsitas negras

Si el protagonista de esta novela se llamase Sergio Galarza, al igual que su autor -Nuevo Talento FNAC 2009- estaríamos hablando de una nueva aportación a

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Crónica de Madrid con bolsitas negras

Si el protagonista de esta novela se llamase Sergio Galarza, al igual que su autor -Nuevo Talento FNAC 2009- estaríamos hablando de una nueva aportación a ese género tan contemporáneo y ya tan decadente como es la autoficción; sin embargo, tal nombre no es revelado y así la pieza se sitúa fuera de esta moda, aunque se acerca tanto al género predilecto de Vila-Matas que le toma prestada esa vitalidad que permite la “escasa” elaboración de los materiales íntimos del autor. 

“Esta novela”, afirma,  “parte de mi propia vida y se transforma en ficción. Las mentiras son pocas, la ficción corresponde más a los hechos que he mezclado para conseguir una historia propia. La escribí porque necesitaba quitarme de encima muchas cosas y recordar los buenos momentos de mi trabajo con los perros, aunque estos sean escasos. Eso es para mí escribir: vengarme”. Vengarse de que “pasear perros, alimentar gatos y un mapache era lo único real que tenía” (p. 39) y también de “la mayoría de escritores, esos que deberían pasear perros para conocer la vida más allá de una biblioteca” (p. 21).

Este afán de revancha aporta la vibración visceral al relato, ese bajo hostil que algunos acordes amargos -“tripas”- llegan a disimular, pero no a eliminar. Los términos musicales no son gratuitos, la música es uno de los ejes de la novela, y de hecho el narrador la toma mucho más en serio que a la literatura -otro aporte contemporáneo: escritores que rechazan, o parecen rechazar, a la literatura en beneficio de otras formas de arte-. Una banda sonora que componen Sr. Chinarro, Micah P. Hinson, Nick Drake o Martha and the Muffins, y que el narrador comparte con otro de los ejes del relato, el amor de su vida, Laura Song -nótese el apellido-; amores ambos que vertebran su vida sentimental de forma inextricable.

El valor emocional de la novela lo aportan estas tragedias mínimas vistas a través de la mirada de un emigrante.

Los personajes son muchos, pero aquellos más relevantes son la musical exnovia, el jefe JFK -protagonista de la siguiente novela; ésta es la primera de una trilogía- y el mapache Oto, otro emigrante en el que no puedo dejar de ver un reflejo del narrador. La condición de inmigrante no es una mera circunstancia, porque el narrador ya no tiene “patria” a la que regresar -salvo algunas canciones-: “X de extranjero. X de problema. X porque estás marcado” (p. 50). La amargura de los sueños y el amor perdidos son esos gruñidos del caniforme, la necesidad económica y afectiva esa misma jaula. Los perros, sin embargo, carecen de relevancia; son la vía de acceso a las vidas íntimas de esos seres ordinarios, “sin goles que contar”, cuyas puertas, para la mayoría, permanecen cerradas:

“Pasear un perro o cuidar cualquier animal es como leer el diario de su familia. Cuando te dan las llaves de una casa entras en un matorral de recuerdos, en un cementerio donde la fuerza del olvido trata de destruir las lápidas que puedan llevarte por rutas de abismos, porque el pasado es un agujero negro. Ahí están el padre que mantiene a un mapache como único recuerdo de su hijo, el hombre que agoniza sin una pierna, la divorciada que alimenta su biblioteca de autoayuda cada semana con nuevos títulos, las abuelas que me preguntan si volveré al día siguiente, los pisos con cama deshecha y los platos sucios en el fregadero” (p. 43).

Tenemos así una breve “crónica-crítica-hiperrealista de una ciudad que nadie se preocupa por contar” (p. 134): de las urbanizaciones de Pozuelo y La Moraleja donde “las podadoras de césped parecen coches deportivos” (p. 13) a los barrios decrépitos del extrarradio, pasando por los clubs de Malasaña que paulatinamente pierden su identidad invadidos por el éxito del vecino barrio de Chueca. El valor emocional de la novela lo aportan esas tragedias mínimas que percibimos a través de la mirada crítica de un emigrante peruano -cuya íntima tragedia no queda al margen-, que llegó a Madrid con la intención de viajar por el mundo y se encontró haciéndolo, a las órdenes de perros de todo pelaje, por los parques y redes de transporte público madrileños.

 Paseador de perros. Ed. Candaya. 136 págs. 14€. Comprar libro.

Si el protagonista de esta novela se llamase Sergio Galarza, al igual que su autor -Nuevo Talento FNAC 2009- estaríamos hablando de una nueva aportación a ese género tan contemporáneo y ya tan decadente como es la autoficción; sin embargo, tal nombre no es revelado y así la pieza se sitúa fuera de esta moda, aunque se acerca tanto al género predilecto de Vila-Matas que le toma prestada esa vitalidad que permite la “escasa” elaboración de los materiales íntimos del autor.