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La premio Nobel y los silbidos de la muerte
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La premio Nobel y los silbidos de la muerte

No es necesario recurrir a silogismos para deducir que el premio Nobel concedido a Herta Müller es injusto y polémico -partiendo de las premisas de que

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La premio Nobel y los silbidos de la muerte

No es necesario recurrir a silogismos para deducir que el premio Nobel concedido a Herta Müller es injusto y polémico -partiendo de las premisas de que todo premio es injusto y también polémico-. Es claro que no es una autora influyente, y los tintes políticos de la concesión son más que evidentes -la Academia sueca siempre ha tenido ese concepto de la literatura-. También que el efecto Ladbrokes ha vuelto a teñir de sospechas la elección. A pesar de ello, ¡qué bien le sienta a la autora suaba el galardón! Müller es una escritora que posee todo aquello que consideramos imprescindible en un reconocimiento que aún conserva su aura de grandeza -merced de sus premios científicos- si asumimos que muchas veces reconoce, no a los autores más relevantes, sino a aquellos que merecen serlo.

 

Y Müller lo merece, aunque para muchos cada página suya resulte un trago amargo. No es fácil, ni complaciente, con el lector. Hay ascensiones duras, que exigen aplicar pies y manos, y hasta arañar el suelo con las uñas, mientras parece que vamos a reventar por las sienes y toda bocanada de aire es escasa. La lectura de Herta Müller puede ser así, tanto por la escritura compleja y rica en elementos simbólicos como por el horror que indefectiblemente sustenta su aparato poético. Mas, coronada la cima, el sufrimiento se disipa y tan sólo queda el amplio paisaje. Es una autora que convierte las penurias de su infancia -el padre- y su vida adulta -la persecución por la Securitate- en sustancia literaria pura, en poesía, también en sus cuentos y novelas. En Herta Müller todo es poesía, aunque narre acontecimientos, porque la voz lo devora todo, personajes, acciones, temas.

Tal cosa sucedía en las dos obras que ya reseñáramos aquí y en la recientemente reeditada por Siruela La bestia del corazón -publicada en 1998 por Mondadori-. La novela se construye sobre estas bases temáticas, y mediante fragmentos que se hilan por adición, como la bola de nieve que rueda sobre la ladera aumentando de tamaño, y avanzando inexorable hacia el pie de la montaña.

El horror no procede sólo de la dictadura, de la Securitate de Ceaucescu; hunde sus raíces profundas en el mundo de la infancia, con esas imágenes simbólicas y terribles de mutilación y canibalismo que aparecen en toda su obra. Antes que Ceaucescu, estaba “el padre que no escogí” -“había sido un soldado de las SS que arrancaba las plantas más necias, los abrojos (…). Mi padre había cantado canciones para el führer hasta su muerte” (p. 113), “El soldado repatriado había hecho cementerios y tenía que engendrarme. Me convertí en su hija y tuve que crecer contra la muerte” (p. 39)-. Ese padecimiento de la infancia, que se leía más extensamente en El hombre es un gran faisán en el mundo, se reproduce en la vida adulta con esa tan espléndida como repugnante figura parterna del capitán de la Securitate Pjele.

"Un error dominante"

El dictador era “un error para todos, un error dominante” (p. 14), y por ello “Todos vivían de los sueños de fuga (…). Sólo el dictador y sus vigilantes no querían escapar (…). Volverán a hacer cementerios con sus perros y sus balas” (p. 49). De este modo la novela relata las ansias de fuga, que tantas veces culminan en tumbas anónimas, sobre la que crecen las hierbas, hasta la misma fuga de la narradora. Esta tragedia inspira los versos que recitan los tres amigos y la narradora, “Cada persona tiene un amigo en cada pedacito de nube / es lo que pasa con los amigos en este mundo sembrado de horror”, un horror que aplaca al individuo, a su “bestia del corazón”.

La bestia del corazón es algo así como el tótem, una divinidad natural que identifica al individuo y lo aferra a sí mismo; la bestia del corazón del abuelo de la narradora es un ratón, pero la de Lola -compañera en la residencia de estudiantes, una emigrante del sur que ansiaba escapar de la “aridez”, de la miseria, y cuyo suicidio motiva la peripecia de la novela- es “más fea que las entrañas de todos los animales del mundo” (p. 60). Es la bestia del corazón la que escucha o rechaza el silbido de la muerte.

El capitán Pjele y su perro homónimo ponen gran empeño en acabar con sus tótems, que huyen “como ratoncillos”; poco a poco, la maquinaria del Estado cumple su cometido, anula a los individuos y éstos se vuelven “cómplices de los bebedores de sangre”. Otro símbolo de la vida, del ansia de vivir, es el mundo vegetal que florece por doquier, bien destruido -el padre, los vigilantes-, bien mantenido -las moreras que sobreviven en los patios de los ancianos, las coronas imperiales que brotan victoriosas sobre la tumba del padre-. Plantas y bestias hacen lo que pueden frente al horror, que les persigue más allá de las fronteras. Pero, finalmente, el horror se hizo literatura.

La bestia del corazón. Ed. Siruela. 193 págs. 16,90 €. Comprar libro.

No es necesario recurrir a silogismos para deducir que el premio Nobel concedido a Herta Müller es injusto y polémico -partiendo de las premisas de que todo premio es injusto y también polémico-. Es claro que no es una autora influyente, y los tintes políticos de la concesión son más que evidentes -la Academia sueca siempre ha tenido ese concepto de la literatura-. También que el efecto Ladbrokes ha vuelto a teñir de sospechas la elección. A pesar de ello, ¡qué bien le sienta a la autora suaba el galardón! Müller es una escritora que posee todo aquello que consideramos imprescindible en un reconocimiento que aún conserva su aura de grandeza -merced de sus premios científicos- si asumimos que muchas veces reconoce, no a los autores más relevantes, sino a aquellos que merecen serlo.

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