Es noticia
James Stewart, la mafia y el capitalismo
  1. Cultura

James Stewart, la mafia y el capitalismo

Dada la época en la que estamos, pocos ejemplos mejores que un clásico navideño, Qué bello es vivir, para hacer visible la clase de relación entre

Dada la época en la que estamos, pocos ejemplos mejores que un clásico navideño, Qué bello es vivir, para hacer visible la clase de relación entre mafia y capitalismo que Enzensberger establece en esta breve y notable obra. En la película de Capra veíamos cómo el joven hijo de un honrado banquero se convertía, tras la muerte de su padre, en el último dique que la comunidad oponía a la ambición desmedida del rico del pueblo, el viejo Potter. En realidad, y como se nos mostraba en uno de los giros temporales más famosos de la historia del cine, el personaje que encarnaba James Stewart no era sólo alguien que prestaba dinero a sus conciudadanos para que construyesen sus casas, sino que era el sostén mismo del pueblo. Si él no hubiera existido, Bedford Falls habría perdido todo rasgo de humanidad hasta convertirse en un centro de negocio en el que camparían la venta de alcohol, la prostitución y la violencia.

 

Capra contraponía así a un personaje noble, el interpretado por Stewart, que defendía la esencia de la democracia estadounidense, con Potter, el villano de la función, el vivo retrato de aquellos que, ávidos de beneficios, habían sumido a su país en la Gran Depresión. Lo peculiar es que a la hora de retratar el tipo de ciudad que pretendía Potter, Capra no hizo otra cosa que trasponer a un pequeño entorno el modelo que la mafia había instaurado en Chicago, ciudades que ganaban dinero con el vicio y se gobernaban por la violencia. Su personaje, Potter, y el gangster oficial, Al Capone, tenían objetivos muy parecidos.

Y esa finalidad común entre el capitalismo desaforado y la mafia –ambos buscan el máximo beneficio a expensas de la comunidad- es lo que Enzensberger retrata expresamente al narrarnos la conquista por los gangsters de Cicero, un suburbio de clase media cercano a Chicago que se negaba a dar vía libre a las intenciones de negocio de los mafiosos. Los pistoleros de Al Capone colocaron a uno de los suyos como candidato a alcalde y, para asegurarse el resultado, patrullaron la ciudad el día de las elecciones, apalearon a los candidatos restantes y ocuparon los colegios electorales ocupados. Cuando acudieron setenta policías auxiliares a la llamada de socorro de los vecinos, dio comienzo una batalla a tiros en la que murieron cuatro personas y cuarenta resultaron heridas. Un año después, Cicero se había convertido en una solvente fuente de ingresos, proporcionando a la mafia cien mil dólares semanales: “Cicero ofrecía el aspecto de una ciudad de buscadores de oro, anuncios luminosos, tabernas, clubs de juego, tenderetes, carreras de galgos, locales nocturnos”. Justo como Capra nos describía Bedford Falls.

Pero no sólo encuentra Enzensberger similitudes entre un sistema y otro en lo que se refiere a la destrucción de la vida comunitaria; también las halla en sus protagonistas (el hombre que se hace a sí mismo, tanto el gangster como el gran capitalista, son tipos “corrientes, ambiciosos, inteligentes y antipáticos”), en sus lógicas de desarrollo del negocio o en las prácticas en las que unos y otros han derivado.

Desde estas premisas, el texto acaba siendo útil en varios sentidos. En primera instancia, por el mero placer estético. La obra de Enzensberger reúne dos viejos artículos de notable factura, uno sobre Al Capone y otro sobre el fin de la nueva camorra, que permiten al lector disfrutar de narraciones ágiles y concisas. Además, y esta es su mayor virtud, nos señala algunos peligros notables para el sistema político contemporáneo. En el artículo dedicado a Al Capone encontramos algunas de las justificaciones con las que el mafioso y sus secuaces, pero también jueces y profesores universitarios, daban carta de naturaleza a sus prácticas perversas. Así, Al Capone no era más que un empresario que ofrecía a la gente lo que ésta quería, un inteligente hombre de negocios que había sabido desarrollar su empresa, un benefactor de la sociedad que se preocupaba también de los más necesitados, alguien que hacía una gran propaganda del American way of life, etc. Resulta evidente, pues, que la conversión del Chicago de los años 20 en ciudad “autónoma” no pudo realizarse sin la pasividad del gobierno estadounidense, que no quiso poner freno definitivo a esa corrupción continuada, ni sin una elevada aceptación de los mismos residentes de Chicago, que, más que vivir de manera pasiva el gobierno mafioso, lo apoyaron decididamente. En otras palabras, Enzensberger nos subraya cómo estos regímenes obscenos pueden arraigar perfectamente en entornos democráticos sin necesidad de provocar grandes transformaciones institucionales.

Y es un aviso que debemos escuchar. Ahora que vivimos en un instante en que la política está cayendo en un notable descrédito, en el que los gobernantes sufren procesos por corrupción con exasperante regularidad y cuando se está perfilando el contexto para que los malestares prepolíticos comiencen a generar resultados electorales llamativos, no deberíamos olvidar que los regímenes mafiosos crecen con especial fortaleza en este suelo. Nuestras sociedades, alertadas por lo ocurrido en Alemania en los años 20, parecen estar pendientes del resurgimiento de ideas totalitarias, pero no prestan tanta atención a lo ocurrido en la misma época en Chicago, cuando un puñado de personajes ambiciosos y violentos lograron poner el sistema a sus pies. Y, en gran medida, porque no decían oponérsele: ellos no eran revolucionarios que pretendían traer a la gente un mundo mejor, sino seres pragmáticos que miraban por su beneficio y que, por tanto, podían aparecer como la realización más diáfana del mismo sistema, hombres de negocios decididos que aprovechaban sus oportunidades. Bajo esa justificación, instauraron la corrupción a todos los niveles. Y conservando el término democracia para sus regímenes, lo convirtieron en algo muy distinto.

La balada de Al Capone. Ed. Errata Naturae, 116 páginas, 10,90 €.

Dada la época en la que estamos, pocos ejemplos mejores que un clásico navideño, Qué bello es vivir, para hacer visible la clase de relación entre mafia y capitalismo que Enzensberger establece en esta breve y notable obra. En la película de Capra veíamos cómo el joven hijo de un honrado banquero se convertía, tras la muerte de su padre, en el último dique que la comunidad oponía a la ambición desmedida del rico del pueblo, el viejo Potter. En realidad, y como se nos mostraba en uno de los giros temporales más famosos de la historia del cine, el personaje que encarnaba James Stewart no era sólo alguien que prestaba dinero a sus conciudadanos para que construyesen sus casas, sino que era el sostén mismo del pueblo. Si él no hubiera existido, Bedford Falls habría perdido todo rasgo de humanidad hasta convertirse en un centro de negocio en el que camparían la venta de alcohol, la prostitución y la violencia.