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Páginas, maleza, palabras... Babel
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Páginas, maleza, palabras... Babel

Hilario J. Rodríguez -conocido crítico de cine en varios medios- es un libropésico peculiar, que tiene más de albañil que de caníbal. Los libros son para

Hilario J. Rodríguez -conocido crítico de cine en varios medios- es un libropésico peculiar, que tiene más de albañil que de caníbal. Los libros son para él ladrillos para construir “diques de contención contra el desorden de la vida”. El proceso de erección de ese dique lo narró en Construyendo Babel, una novela injustamente discreta por haber sido publicada en una pequeña editorial; selecta, pero pequeña. El otro mundo es una novela igualmente deliciosa, algo más nutrida de dolor, que tampoco merece ser ignorada. Me cuesta creer que un libro, como afirma Miguel Ángel Muñoz en su blog “El síndrome Chéjov” -desgraciadamente desaparecido de la red- sobre Mapa mudo -la “fuga literaria” de Rodríguez- pueda tener “vocación de secreto”. Quizá este tipo de literatura autoficcional tienda también a la reserva, pero puede provocar en los lectores un enorme caudal de emociones y pensamientos valiosos.

 

El otro mundo del título es América, un lugar mítico a la vez que real. Es el lugar al que sueñan con ir los niños, porque todo es posible; es el lugar al que sueñan ir los adultos, porque esperan encontrar algo allí que no encontrarán en otro lugar -“nosotros, pese a todo, no nos vamos a Estados Unidos, tampoco a Nueva York, nos vamos a América, a ese otro lado del espejo al que antes se querían ir los jóvenes de los pueblos como Hinojal” (p. 18)-. Es el lugar en el que el narrador quiere hacerse escritor, de una  vez por todas, porque el dique libresco que había construido ya no era suficiente y la vida sigue desordenada, a pesar de haber vuelto con su mujer al finalizar Construyendo Babel. América es el lugar donde planean rehacer sus vidas, especialmente por Samuel, el hijo de ambos, que cree a su padre más fuerte que el mismo Spiderman. América es la literatura.

 

De este modo, El otro mundo puede entenderse como una continuación de Construyendo Babel, aunque sea igualmente algo parecido al Behind the Scenes que hoy acompaña a casi todo DVD. Si esta era el camino de ida del libro a la vida, aquella es el camino de vuelta: la vida mientras se construye el libro, que es decir mientras se construye el escritor, que es decir mientras se construye el individuo. El año que la precaria familia del narrador pasa en la Gran Manzana es una colección de momentos cotidianos -a los que hay que añadir el hecho literario- que se agregan siguiendo el tenue hilo conductor de la novela que se escribe, y que sería insuficiente si la escritura, el estilo, no acudiera al rescate, impulsando la lectura. Ahora la textura literaria se reduce a W. G. Sebald -ubérrimo en el texto- y a Paul Auster, aunque sólo sea por coincidencia de escenario; el personaje familiar central ya no es el padre, sino Eva, la mujer.

 

Dos fragmentos constituyen el motor del relato: “La vida de la gente está llena de secretos, zonas oscuras adonde nadie más tiene acceso” (p. 140), que se personifica en E. M. Maisel, muy presente en su ausencia, antiguo inquilino del apartamento que habitan y reflejo del narrador; y “Para Sebald, escribir era escribir entre líneas, sobre nada demasiado importante, un objeto inservible, la corteza de un árbol; escribir como si uno no estuviera en realidad escribiendo, como si sólo respirase.” (p. 30). Tema y estilo. Pero lo ínfimo cobra especial relevancia, y aún lo silenciado, como Tatjana, un personaje que apenas aparece pero que, a la postre, resulta definitivo y tiende un puente a la siguiente novela, pues es su secreto lo que falta por desentrañar.

 

El otro mundo. Ediciones del viento. 173 págs. 16 €. Comprar libro.

Hilario J. Rodríguez -conocido crítico de cine en varios medios- es un libropésico peculiar, que tiene más de albañil que de caníbal. Los libros son para él ladrillos para construir “diques de contención contra el desorden de la vida”. El proceso de erección de ese dique lo narró en Construyendo Babel, una novela injustamente discreta por haber sido publicada en una pequeña editorial; selecta, pero pequeña. El otro mundo es una novela igualmente deliciosa, algo más nutrida de dolor, que tampoco merece ser ignorada. Me cuesta creer que un libro, como afirma Miguel Ángel Muñoz en su blog “El síndrome Chéjov” -desgraciadamente desaparecido de la red- sobre Mapa mudo -la “fuga literaria” de Rodríguez- pueda tener “vocación de secreto”. Quizá este tipo de literatura autoficcional tienda también a la reserva, pero puede provocar en los lectores un enorme caudal de emociones y pensamientos valiosos.