Es noticia
La lectura, la mejor de las adicciones
  1. Cultura

La lectura, la mejor de las adicciones

Todo amante de la lectura, ame o no al libro, pasará por momentos de fiebre lectora, por fases más o menos agudas de libropesía. Y otros

Todo amante de la lectura, ame o no al libro, pasará por momentos de fiebre lectora, por fases más o menos agudas de libropesía. Y otros momentos en los que se preguntará, como Alberto Manguel,  ¿Por qué leer? (p. 9). Le responde Gustave Flaubert, “Para vivir” -y asiente Bioy Casares, en silencio-.

Para estos aquejados de libropesía o bibliomanía o furor libresco debe evitarse el tratamiento de choque -relatado por Cervantes en el capítulo VI de la Primera Parte de Don Quijote, y de nulos efectos en el paciente- y probar, mejor, con píldoras como Libropesía y otras adicciones, que publica Libros del Silencio como “ofrenda en forma de libro para los amantes y los enfermos del libro”; la variedad de sus principios activos y su sabor, delicado y lleno de matices, hacen de éste remedio una grata elección, aunque de filo doble: se sabe que hay quien ha visto agravarse la enfermedad, lanzándose a devorar tomo tras tomo.

 

La lectura es vida, una forma -más- de dar plenitud a la vida, pues la lectura puede aportar experiencias e ideas que, de otro modo, nos quedarían muy lejos. ¿Que nos diferencia del Cro-Magnon que pintó los bisontes de Altamira? Los libros -y hoy, podría añadirse, el mega-libro, la borgiana Biblioteca Universal-. “Cro” sólo tenía a su alcance la limitada experiencia sensible, la tribu y algunas vecinas, la cacería, algún viajero que traía noticias de tierras lejanas, junto a algún objeto exótico. Pero hoy tenemos a nuestro alcance todas las experiencias de la historia de la humanidad, aunque sea de manera mediata.

Podemos decir, al modo del replicante Roy Batty, “he visto cosas que vosotros no creeríais”, pero esos momentos no “se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Yo he conquistado Troya -mal que me pese- y cruzado el Rubicón; me despedí del buen Sancho y quienes por mí velaron: “Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. Y he vivido tantas y tantas aventuras que podrían decirse molinos, mas cuando Napoleón me rescató del campo de batalla, alabando mi defensa de la bandera rusa, me pareció muy tangible su distante, imperial compasión. Y cuando Rodolfo me envió aquella carta, ¡ay, aquella carta! ... Aquél dolor sí fue tangible.

Este volumen nace del amor, no sólo al libro, sino a la lectura.

Pero este volumen nace del amor, no sólo al libro, sino a la lectura. Y el mismo don Francisco cambia su mirada furiosa por otra más tierna cuando declara su amor por la lectura y los libros que “al sueño de la vida hablan despiertos” (p. 67). Un pensamiento que refrendarán más tarde autores como Somerset Maugham -los libros como refugio moral ante la miseria de la vida-. Los libros son amigos -Schiller-, amigos que siempre están disponibles, que decía Cicerón, y que obran el milagro de revivir a los muertos y permitir el diálogo con ellos: volvemos a Quevedo, “vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos” (p. 67). Y, contra los Giacomos -“no era, en absoluto, el saber aquello que adoraba: era su forma y su expresión”, p. 75), la Biblioteca viva de Leopoldo Lugones, a quien poco interesa “la conservación de nuestros libros. Su deterioro nos revela que trabajan; es decir, que sirven positivamente” (p. 119).

Con la lectura de buenos libros tiene el libropésico la esperanza de sanar, pues su mal se cura, como los malestares digestivos, con buenos alimentos y enfriando la cabeza. Libropesía y otras adicciones sirve como los grupos de apoyo, pone en contacto las experiencias de otros sedientos y transmite el amor al libro que, como ocurre con la buena cocina, cura la glotonería y educa el paladar. Es un recorrido histórico, desde el siglo II -Luciano de Samosata- hasta el siglo XX, donde nos encontramos con ese ensayo inagotable de Virginia Woolf, ¿Cómo hay que leer un libro? Encontramos a Niccolò Franco -s. XVI- quejándose, igual que ahora, de la decadencia de las letras y del intelectual -parece una verdad eterna: “cuanto más docto es el hombre, más cargado de doctrinas va”, p. 47-. Encontramos también al joven Flaubert, romántico y Sturm und Drang, todavía lejos de conocer a los Bovary o a Frédéric Moreau, y volvemos a Woolf, donde todo lector debe volver una y otra vez y asomarse con ella a la ventana “a la derecha de la biblioteca”.

 Libropesía y otras adicciones. Ed. Libros del silencio. 155 págs. 15 €.

Todo amante de la lectura, ame o no al libro, pasará por momentos de fiebre lectora, por fases más o menos agudas de libropesía. Y otros momentos en los que se preguntará, como Alberto Manguel,  ¿Por qué leer? (p. 9). Le responde Gustave Flaubert, “Para vivir” -y asiente Bioy Casares, en silencio-.