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El tiempo, que todo lo cura
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El tiempo, que todo lo cura

Jessica, Leonie y Mary Jo viajan cada verano a la granja de sus padres, en Renfro, Misuri. Son las tres hermanas supervivientes de las cuatro que

Jessica, Leonie y Mary Jo viajan cada verano a la granja de sus padres, en Renfro, Misuri. Son las tres hermanas supervivientes de las cuatro que se criaron en aquellos campos. Cada año se reúnen allí, con alguna desgana, aunque en el fondo temen el día en que eso se acabe. En ese lugar, las pequeñas cosas, como el florecer de las damas de noche, cobran un significado especial, de redención. Cuatro hermanas, única novela de Jetta Carleton, tiene este comienzo anodino, como anodina es toda Arcadia que se precie. Pero el camino al paraíso es largo y casi nunca fácil. Volver al edén ha sido el objetivo de la humanidad desde sus comienzos, pero para entonces debe haberse redimido de sus pecados, debe haber alcanzado un conocimiento pleno de sí misma y de la divinidad. De otro modo, la entrada le será vedada. La novela, aparentemente un culebrón familiar benigno, se va revelando como una saga religiosa, una búsqueda de Dios a través de la historia de una familia. “Amo tu mundo” es la sentencia que redime a los personajes, al encontrar a Dios en su obra y no en el pecado o los castigos divinos.

 

Tras esa apariencia bucólica, con la familia reunida en la granja familiar, de cuyos árboles penden maduros los frutos de la memoria, con el viento que trae las risas del pasado, y el arroyo que arrastra los momentos felices de la infancia, con una narración que “se deslizaba lentamente, espesa como la miel, dulce, dorada y nada opresiva”, el lector atisbará sombras. Falta una hermana, y la sabemos muerta. El viejo Corcovan ha sido asesinado por su hijo. Constantes interrupciones que amenazan con privarles de su último día juntos: “se habían esforzado por defender este día. Equivocados o no, se habían resistido a los vecinos y al deber, a la amistad y a la lástima. Pero no podían hacer nada contra la muerte” (p. 51). El entierro del viejo Corcovan avisa del mismo final de los años felices. Las vacaciones de verano en la granja llegarán a su fin, porque la muerte, aunque inefable, es invencible. Mary Jo, la narradora, se percata de ello: la muerte se convierte en su magdalena de Proust y los recuerdos se abren camino.

Comienza así la verdadera novela, la senda del pecado que precede al acceso al paraíso; las sombras se van desentrañando, los personajes adquieren profundidad, conmueven. El pecado marca el pasado familiar, si bien son pecados cotidianos, tan humanos y tan pequeños como sus propias vidas. Es la culpa, fruto de una visión de Dios heredada -“nuestros antepasados, gentes animosas que se abrieron camino por Indiana y Kentucky desbrozando el desierto con la Palabra de Dios” (p. 23)-, la que condiciona sus vidas y las hace erráticas, y aunque el tiempo cura todas las heridas no borra las cicatrices, como ocurre con la lápida de Mathy, cuyo apellido de soltera asoma bajo el de casada. Del mismo modo que la prohibición de Dios de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal impulsó a Adán a pecar, las mezquinas prohibiciones de los padres, puritanas e ingenuas, empujan a las hijas a descarriarse.

El viaje de sus vidas, azaroso y difícil, les conduce a superar esa herencia religiosa que les carga de pecados y les impide acceder a la felicidad. El lector, entre tanto, les acompaña mecido por una escritura clara y concisa, una estructura igualmente sencilla pero eficaz, bien armada y oculta, sin que asome nunca tras el decorado. Afloran los pecados, el dolor y la frustración, pero finalmente las damas de noche abrirán sus capullos al atardecer, ante la familia reunida y en paz.

 Cuatro hermanas. Ed. Libros del asteroide. 416 págs. 21,95 €. Comprar libro.

Jessica, Leonie y Mary Jo viajan cada verano a la granja de sus padres, en Renfro, Misuri. Son las tres hermanas supervivientes de las cuatro que se criaron en aquellos campos. Cada año se reúnen allí, con alguna desgana, aunque en el fondo temen el día en que eso se acabe. En ese lugar, las pequeñas cosas, como el florecer de las damas de noche, cobran un significado especial, de redención. Cuatro hermanas, única novela de Jetta Carleton, tiene este comienzo anodino, como anodina es toda Arcadia que se precie. Pero el camino al paraíso es largo y casi nunca fácil. Volver al edén ha sido el objetivo de la humanidad desde sus comienzos, pero para entonces debe haberse redimido de sus pecados, debe haber alcanzado un conocimiento pleno de sí misma y de la divinidad. De otro modo, la entrada le será vedada. La novela, aparentemente un culebrón familiar benigno, se va revelando como una saga religiosa, una búsqueda de Dios a través de la historia de una familia. “Amo tu mundo” es la sentencia que redime a los personajes, al encontrar a Dios en su obra y no en el pecado o los castigos divinos.