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Manual del temporero de la literatura
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Manual del temporero de la literatura

Toda localidad española tiene ya, junto a las fiestas del patrón, el dulce típico y el tipo popular –el tonto’l pueblo–, la convocatoria de su premio

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Manual del temporero de la literatura

Toda localidad española tiene ya, junto a las fiestas del patrón, el dulce típico y el tipo popular –el tonto’l pueblo–, la convocatoria de su premio literario como una de las circunstancias señeras de la vida comunitaria. Certámenes cuya superfluidad es lugar común, tanto como las obras que premian, tantas veces firmadas por parientes de los jueces o de miembros del consistorio. Mas, como ya sabíamos por Roberto Bolaño, para muchos escritores son el pan de cada día, y no conviene, cuando se trata de sobrevivir, andarse con miramientos.

 

Confesaba el tristemente desaparecido escritor chileno que incumplía adrede algunos puntos de las bases, en especial aquel que exige novedad al relato. Bolaño enviaba el mismo cuento a varios premios y la condición de estos queda revelada en que nunca fue descubierto: hasta el último gran escritor iberoamericano fue ignorado muchas veces por los incorruptibles jueces. Fernando Iwasaki, más comedido, recomienda en el Decálogo del concursante consuetudinario que cierra este volumen de cuentos que el temporero de la literatura puede meramente escribir “un cuento que sea como una «célula madre» literaria que puedas clonar para cada concurso” (p. 155).

Y a eso se aplica. Pero, dejando de lado esta canallada, necesaria por lo demás –¡son tantas localidades las que el temporero debe visitar a lo largo del año!–, parte de otros puntos que confieren a sus relatos una sustancia peculiar. Así, recomienda estar atento a la “esperpéntica realidad” y olvidarse de Aristóteles y su tiránica verosimilitud. Ningún escritor con una migaja de sentido común se atrevería a narrar el caso de una alianza entre Falange e Izquierda Unida para arrebatar una alcaldía al PSOE –ocurrió en 2007, en Ardales, Málaga–. Si la realidad se muestra tan descabellada, ¿por qué no añadirle un japonés, cocinero del general Moscardó, que aislado en los subterráneos del Alcázar de Toledo no se ha enterado del fin de la guerra civil?

Ya advierte Iwasaki que, de las dos Españas, él escribe para la que sabe reírse de sí misma; afortunada ésta, porque lo pasará en grande. Así, se atreve –Borges le da permiso– a diseccionar humorísticamente algunas de nuestras idiosincrasias, de las que es espectador desde hace veinte años. Bien sean los nacionalismos o la memoria histórica, siempre habrá japoneses de por medio que, como aquellos famosos del Pacífico, han vivido ajenos al devenir del mundo –ofreciendo un contraste no más estrambótico que la realidad misma–. El que no puede permanecer ajeno es el lector, que no tendrá más remedio que reírse con el humor certero de un japonés peruano y algo, no puede evitarlo, español.

 España, aparta de mí estos premios. Ed. Páginas de espuma. 164 págs. 15 €. Comprar libro.

Toda localidad española tiene ya, junto a las fiestas del patrón, el dulce típico y el tipo popular –el tonto’l pueblo–, la convocatoria de su premio literario como una de las circunstancias señeras de la vida comunitaria. Certámenes cuya superfluidad es lugar común, tanto como las obras que premian, tantas veces firmadas por parientes de los jueces o de miembros del consistorio. Mas, como ya sabíamos por Roberto Bolaño, para muchos escritores son el pan de cada día, y no conviene, cuando se trata de sobrevivir, andarse con miramientos.