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Leonard Cohen amplía su leyenda en Madrid
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Leonard Cohen amplía su leyenda en Madrid

Envuelto en su oscuro y cavernoso timbre de barítono, el mismo con el que ha alumbrado composiciones memorables durante cuarenta años, Leonard Cohen ha deleitado durante

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Leonard Cohen amplía su leyenda en Madrid

Envuelto en su oscuro y cavernoso timbre de barítono, el mismo con el que ha alumbrado composiciones memorables durante cuarenta años, Leonard Cohen ha deleitado durante tres horas a los 10.000 espectadores que esta noche, en el Palacio de los Deportes de Madrid, se han reunido para disfrutar de un artista de culto.

Poco importa si han sido quince años sin pisar un escenario, porque podrían haber sido veinte o treinta y Cohen no habría perdido la voz de viejo que le ha caracterizado desde su debut, allá por 1967, ni tampoco esa personal capacidad para estremecer a sus audiencias.

Da igual si regresó porque su agente le estafó 8,5 millones de dólares, dejándole vacío un bolsillo que le obligó a retomar la actividad que había abandonado en 1993. Leonard Cohen no ha vuelto para arrastrase, ni mucho menos, ya que su indudable calidad artística ha resistido de forma inmejorable el paso del tiempo.

La velada comenzó al ritmo que proponían los acordes de la irónica balada Dance me to the end of love, que arrancó los aplausos de un público entregado ante el porte caballeresco del cantautor y poeta.

Destellos de blues y country

El aire más canalla inundó el patio de butacas con los deliciosos coros de Sharon Robinson y las hermanas Charley y Hattie Webb en There ain't no cure for love, y con los destellos de blues y country que ofreció Bird on the wire. La poesía más catastrofista hizo su aparición al ritmo de Everybody knows, seguida por los toques góspel de In my secret life y el solo, de varios minutos de duración, que protagonizó el guitarrista Javier Mas en Who by fire.

Cohen sacó a relucir todo su poder de seducción en Lover lover lover, mientras que Waiting for the miracle anunciaba la llegada del único descanso que hizo el artista en un concierto de carácter maratoniano. La justicia social que reclama Tower of song dio el pistoletazo de salida a la segunda parte del espectáculo, en el que ocuparon un papel destacado Suzanne y Sisters of mercy, canciones ambas que reflejan el lado más mujeriego de Cohen. La desgarrada The gypsy's wife enlazó con The partisan, un canto contra la tiranía, pleno de intensidad, que el respetable reconoció con una sentida ovación de varios minutos.

Hallelujah, una pieza inmortal que han versionado, entre otros, Jeff Buckley, Willie Nelson, John Cale o Rufus Wainwright, supuso uno de los momentos de mayor complicidad entre espectadores y artista, al tiempo que I'm your man descubría la cara más romántica de este forjador de depresiones.

Envuelto en su oscuro y cavernoso timbre de barítono, el mismo con el que ha alumbrado composiciones memorables durante cuarenta años, Leonard Cohen ha deleitado durante tres horas a los 10.000 espectadores que esta noche, en el Palacio de los Deportes de Madrid, se han reunido para disfrutar de un artista de culto.

Poco importa si han sido quince años sin pisar un escenario, porque podrían haber sido veinte o treinta y Cohen no habría perdido la voz de viejo que le ha caracterizado desde su debut, allá por 1967, ni tampoco esa personal capacidad para estremecer a sus audiencias.

Da igual si regresó porque su agente le estafó 8,5 millones de dólares, dejándole vacío un bolsillo que le obligó a retomar la actividad que había abandonado en 1993. Leonard Cohen no ha vuelto para arrastrase, ni mucho menos, ya que su indudable calidad artística ha resistido de forma inmejorable el paso del tiempo.

La velada comenzó al ritmo que proponían los acordes de la irónica balada Dance me to the end of love, que arrancó los aplausos de un público entregado ante el porte caballeresco del cantautor y poeta.