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Las 'Aventuras de un vividor' llamado Errol Flynn
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Las 'Aventuras de un vividor' llamado Errol Flynn

"Mi comportamiento en los burdeles ha sido ejemplar: nunca me han expulsado". Esta afirmación podría resumir la volcánica existencia de Errol Flynn, un mito de Hollywood

Foto: Las 'Aventuras de un vividor' llamado Errol Flynn
Las 'Aventuras de un vividor' llamado Errol Flynn

"Mi comportamiento en los burdeles ha sido ejemplar: nunca me han expulsado". Esta afirmación podría resumir la volcánica existencia de Errol Flynn, un mito de Hollywood cuya autobiografía, Aventuras de un vividor (TB Editores), se publica en España coincidiendo con el centenario de su nacimiento.

Hilarantes, dinámicas, ágiles, las memorias de Flynn narran con suma ironía y cinismo los escasos cincuenta años que duró su vida, la cual exprimió hasta el hastío: "Estaba sentado en la cima del mundo. Tenía dinero, amigos, fama y las mujeres me requerían (...) Sin embargo, encontraba que en la cima del mundo no había nada". Para entonces ya había comenzado el declive, entre vodka y narcóticos, de la fabulosa trayectoria de este bon vivant radical, un vitalista extremo que, a pesar de su fama de mujeriego, sólo confesó un verdadero amor: "La atracción del mar, en todas sus formas, es, probablemente, mi pulsión más acuciante".

Nacido en Hobart, municipio de la australiana isla de Tasmania, el 20 de junio de 1909, pocos habrían apostado que aquel rebelde y apuesto joven llegaría a convertirse en una celebridad sexual y artística, merced a una carrera cinematográfica que le consagró como uno de los mejores actores entre las décadas de los treinta y los cuarenta.

El artista mantuvo siempre una relación peculiar con sus padres, él un prestigioso biólogo marino apocado y sumiso, ella un ama de casa severa y estricta con la que Flynn mantuvo una guerra destructiva hasta el día de su muerte: "Siempre me ha considerado un mendrugo (...) y yo siempre la he considerado una pesada".

Comienza a hacer cine en 1932

A los 17 años, Flynn comenzó una peregrinación que le llevó por diversas islas y empleos hasta que, en 1932, el director Joel Swartz le contrató para la película In the wake of the bounty, el punto de inflexión que marcaría su futuro: "Había encontrado algo que el mundo llamaba arte, y me había afectado profundamente". De ahí a Hollywood, su contrato con Warner Brothers, sus primeros trabajos -como aquel en que interpretó a un cadáver: "Hay gente que dice que fue mi mejor papel"-, su matrimonio con la afamada actriz Lili Damita y por fin, en 1935, la película que le convirtió "en una estrella de la noche a la mañana", El capitán Blood.

Luego llegaría su consagración con títulos como La carga de la brigada ligera, El príncipe y el mendigo, Robin de los bosques, Dodge, ciudad sin ley o Camino de Santa Fe, hasta iniciar la lenta decadencia que terminaría con su fallecimiento, en Vancouver -Canadá- el 14 de octubre de 1959, debido a un ataque al corazón.

Entre medias, Flynn se casó dos veces más -Nora Eddington y Patrice Wymore-, tuvo cuatro hijos, rodó otro buen puñado de películas y dejó escritas un sinfín de reflexiones acerca de la vida, el fracaso, el matrimonio, su paso por el mundo del séptimo arte y, por supuesto, las mujeres: "Toda mi vida, las damas me han hecho sufrir".

La curiosidad, el motor de su existencia, llevó a Flynn a recorrer el mundo "en busca de las respuestas de la vida". Ese espíritu inquieto le trajo a España -"el sueño de un lugar roto"- durante la Guerra Civil, en la que simpatizó con el bando republicano: "La división consistía en la revolución de Franco contra el gobierno elegido legalmente".

A medio camino entre despedida y epitafio, en el último capítulo del libro, Flynn confiesa: "Vivir he vivido, muchísimo, como un glotón comiéndose el mundo, y no creo que sea egolatría, sólo un hecho, sugerir que pocos de los que han vivido en este siglo han tragado más mundo que yo".

"Mi comportamiento en los burdeles ha sido ejemplar: nunca me han expulsado". Esta afirmación podría resumir la volcánica existencia de Errol Flynn, un mito de Hollywood cuya autobiografía, Aventuras de un vividor (TB Editores), se publica en España coincidiendo con el centenario de su nacimiento.

Hilarantes, dinámicas, ágiles, las memorias de Flynn narran con suma ironía y cinismo los escasos cincuenta años que duró su vida, la cual exprimió hasta el hastío: "Estaba sentado en la cima del mundo. Tenía dinero, amigos, fama y las mujeres me requerían (...) Sin embargo, encontraba que en la cima del mundo no había nada". Para entonces ya había comenzado el declive, entre vodka y narcóticos, de la fabulosa trayectoria de este bon vivant radical, un vitalista extremo que, a pesar de su fama de mujeriego, sólo confesó un verdadero amor: "La atracción del mar, en todas sus formas, es, probablemente, mi pulsión más acuciante".

Nacido en Hobart, municipio de la australiana isla de Tasmania, el 20 de junio de 1909, pocos habrían apostado que aquel rebelde y apuesto joven llegaría a convertirse en una celebridad sexual y artística, merced a una carrera cinematográfica que le consagró como uno de los mejores actores entre las décadas de los treinta y los cuarenta.

El artista mantuvo siempre una relación peculiar con sus padres, él un prestigioso biólogo marino apocado y sumiso, ella un ama de casa severa y estricta con la que Flynn mantuvo una guerra destructiva hasta el día de su muerte: "Siempre me ha considerado un mendrugo (...) y yo siempre la he considerado una pesada".