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Hayao Miyazaki, el dibujante filósofo
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Hayao Miyazaki, el dibujante filósofo

Hayao Miyazaki se dedica a dibujar con un lápiz, pero además de ser el director de películas más exitoso de Japón es una de las figuras

Foto: Hayao Miyazaki, el dibujante filósofo
Hayao Miyazaki, el dibujante filósofo

Hayao Miyazaki se dedica a dibujar con un lápiz, pero además de ser el director de películas más exitoso de Japón es una de las figuras públicas más respetadas del país, como se demostró en una conferencia en Tokio en la que habló de filosofía, de la educación de los niños o del nacionalismo. Este hombre de pelo y barba blancas, gafas de pasta gruesa y voz grave es el cerebro que ha creado algunos de los iconos de cultura popular que más han calado entre los japoneses, como Totoro o el cerdo piloto Porco Rosso.

La animación, o el anime, se considera en este país como una de las armas más formidables del poderío cultural nipón, además de constituir una industria que ronda los 200.000 millones de yenes (2.101 millones de dólares) anuales, según JETRO, el organismo de apoyo al comercio de Japón. Y Miyazaki es al anime lo que el emperador Akihito al Estado japonés: tres de las cinco películas con más recaudación de la historia en Japón son productos de Studio Ghibli, la fábrica de sueños de este dibujante.

Durante un seminario celebrado, el sensei (maestro), como todos los japoneses se referían a él en el turno de preguntas, escuchó paciente y agradecido cómo la mayoría de los periodistas, antes de formular su pregunta, se declaraban amantes de su trabajo. Miyazaki ha diseñado, en películas como La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro o la reciente Ponyo en el acantilado, una filosofía de respeto por el medio ambiente que huye de la dicotomía entre el bien y el mal, acoplada perfectamente con la tradición cultural japonesa.

El maestro insistió en criticar el desarrollismo desmedido y la falta de equilibrio económico. El origen de la incertidumbre que vive la nación nipona está, a su juicio, en que Japón produce sólo el 35 % de la comida que consume, mientras debe importar el resto. Hayao Miyazaki se declaró "tremendamente pesimista" acerca del futuro. Sin embargo, como si fuera uno de sus personajes, cerró este comentario con su apreciación de que, después del desastre, nacerá "el optimismo" porque no se puede "enseñar la verdad" a gente que no quiere verla. "Sólo aprenderemos después de que llegue la tragedia", concluyó.

 

Antes que nada, los niños deberían "aprender hacer fuego, apagarlo, escalar a los árboles y cosas así"

El grueso de su intervención se refirió más a su visión del mundo que a sus producciones y emitió opiniones como ésta: "Antes de ir al colegio lo primero que los niños deberían aprender es a hacer fuego, apagarlo, escalar a los árboles y cosas así". Asimismo, se declaró partidario de "liberar a los niños del nacionalismo".

A su juicio, el nacionalismo tiende a "atribuir los problemas a la multietnicidad", pero él aseguró que "los problemas están inherentemente dentro de uno mismo, dentro de la sociedad, dentro de la familia". "La paz no es el producto de la destrucción del mal", explicó.

A lo largo de su larga carrera, Miyazaki, de 67 años, ha dirigido diez películas en las que algunas de las constantes son un amor desmedido por la aviación y el hecho de que muchos de los protagonistas son niñas fuertes e independientes. El maestro, muchas de cuyas películas se consideran un canto al feminismo, apuntó que para él es "más fácil" diseñar personajes protagonistas para niñas, porque los niños caen "más fácilmente en lo comercial" y es "más difícil llegar a sus almas". A su juicio, las niñas "miran a la realidad", pero los niños no tienen "capacidad para aprender".

Miyazaki demostró en la conferencia que un dibujante, si no puede cambiar el mundo, por lo menos puede conmover a la gente para que cambie de manera de pensar. Eso sí, Japón es probablemente el único país del mundo en el que un creador de dibujos animados no sólo puede ser idolatrado por su trabajo, sino además ser considerado una voz con autoridad moral a la que se escucha con devoto respeto.

 

Hayao Miyazaki se dedica a dibujar con un lápiz, pero además de ser el director de películas más exitoso de Japón es una de las figuras públicas más respetadas del país, como se demostró en una conferencia en Tokio en la que habló de filosofía, de la educación de los niños o del nacionalismo. Este hombre de pelo y barba blancas, gafas de pasta gruesa y voz grave es el cerebro que ha creado algunos de los iconos de cultura popular que más han calado entre los japoneses, como Totoro o el cerdo piloto Porco Rosso.

La animación, o el anime, se considera en este país como una de las armas más formidables del poderío cultural nipón, además de constituir una industria que ronda los 200.000 millones de yenes (2.101 millones de dólares) anuales, según JETRO, el organismo de apoyo al comercio de Japón. Y Miyazaki es al anime lo que el emperador Akihito al Estado japonés: tres de las cinco películas con más recaudación de la historia en Japón son productos de Studio Ghibli, la fábrica de sueños de este dibujante.

Durante un seminario celebrado, el sensei (maestro), como todos los japoneses se referían a él en el turno de preguntas, escuchó paciente y agradecido cómo la mayoría de los periodistas, antes de formular su pregunta, se declaraban amantes de su trabajo. Miyazaki ha diseñado, en películas como La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro o la reciente Ponyo en el acantilado, una filosofía de respeto por el medio ambiente que huye de la dicotomía entre el bien y el mal, acoplada perfectamente con la tradición cultural japonesa.

El maestro insistió en criticar el desarrollismo desmedido y la falta de equilibrio económico. El origen de la incertidumbre que vive la nación nipona está, a su juicio, en que Japón produce sólo el 35 % de la comida que consume, mientras debe importar el resto. Hayao Miyazaki se declaró "tremendamente pesimista" acerca del futuro. Sin embargo, como si fuera uno de sus personajes, cerró este comentario con su apreciación de que, después del desastre, nacerá "el optimismo" porque no se puede "enseñar la verdad" a gente que no quiere verla. "Sólo aprenderemos después de que llegue la tragedia", concluyó.