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Un futuro incierto
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Un futuro incierto

Cuando Vicente Luis Mora acuñó el término “mutante” para una -quizá- nueva corriente narrativa que estaría fluyendo por debajo de los intereses comerciales de las grandes

Cuando Vicente Luis Mora acuñó el término “mutante” para una -quizá- nueva corriente narrativa que estaría fluyendo por debajo de los intereses comerciales de las grandes casas editoriales, estaba estampando un sello que definía a la perfección el movimiento al que hacía referencia. Por una parte, su éxito es evidente en cuanto que la presente antología de nuevos narradores lo adopta como título. Además, el “mutante” es hoy uno de los iconos de la cultura pop, ya nos refiramos a superhéroes como Lobezno, o a Quatto, o a aquellos para nada graciosos pero igualmente producto del desarrollo de la contemporaneidad -en Chernobil, por ejemplo-. Pero la asignación es oportunísima porque la “narrativa mutante” se constituye como una corriente inabordable, ajena a cualesquiera coordenadas críticas, por supuesto a la crítica tradicional. Y esto es muy acertado porque la etiqueta, pese a su propiedad, es totalmente falsa, porque el referente no existe.

Hoy encontramos una proliferación de obras que buscan definir una “literatura de última generación”, radicalmente rupturista con la anterior. Esa denodada búsqueda de una “luz nueva” lo que señala es que, realmente, no la hay. El conjunto de autores aquí representados, y algunos que no lo están, no son tan originales como se creen. Es una problemática ya expresada en el mundo del cine, donde las nuevas generaciones de cineastas no llegan al séptimo arte desde las salas de proyección sino desde las páginas del cómic. En narrativa pasa un poco lo mismo, vienen desde la poesía o el diseño, principalmente, en general de ámbitos no específicamente narrativos, lo que es un arma de doble filo: por una parte refescan el torrente literario con una inyección de plasma oxigenado, y por otro exploran caminos trillados; un claro ejemplo es Agustín Fernández Mallo, abanderado del movimiento quien confesaba no leer narrativa.

Lo realmente novedoso es la aparición de un público para este tipo de no tan novedosa narrativa. Los lectores ‘mutantes’ son los antiguos fanzineros que, desde la expansión de internet y la aparición del blog, han visto potenciadas sus redes; también son los hipster y, en general, los devotos de las secciones de tendencias que hasta ahora estaban poco preocupados por la literatura en general pero que ahora la consumen tanto como gadgets y manufacturas retro. Este público se interesa más en una serie de referentes pop y en una apariencia excéntrica que en el aliento literario de la pieza, con lo que existe el peligro añadido de enterrar a algunos buenos escritores en un conjunto de superficialidad que no les corresponde. Y en este abismo cae la presente antología, mezclando en batiburrillo buenos autores y textos con impostores y truculentos ejercicios de estilo.

No habría estado mal una selección más cuidadosa por parte de los editores. Pero es que, ya desde la introducción, Juan Francisco Ferré ofrece una serie de características nada definitorias, como que llevan “a su escritura narrativa toda la impotencia que sienten con relación al mundo exterior”, es decir, lo que hace cualquier escritor medianamente ‘literario’, o que viven incardinados en la contemporaneidad -lo cual funciona como crítica a cierto tipo de narrativa española de índole regresiva, pero que ni siquieta es el grueso de la producción literaria- o que se alimentan de campos alejados de los libros, como el cine o el cómic -¿estarían dispuestos a incluír en su grupo a Javier Marías, en cuyas obras aparecen numerosas películas, héroes de tebeo o futbolistas?-.

Dejémoslo en que, debido principalmente a la explosión de las nuevas tecnologías, ha salido a la superficie una corriente antigua, que puede dar sus frutos, especialmente algunos de los ‘mutantes’. Éstos pueden ser Germán Sierra, que con buen estilo elabora una docuficción de estructura parecida a las películas de Woody Allen Zelig o Acordes y desacuerdos; Javier Fernández, cuya distopía tiene una apariencia innovadora por su tipografía periodística, con un fondo muy conservador en el que el progreso tecnológico se entiende como dañino y separador; Mario Cuenca Sandoval, con un brillante retrato de la locura; Jordi Costa, conocido crítico de cine de particulares gustos y que se revela también como un sólido narrador; Javier Calvo; y Jorge Carrión, interesante en la forma -una búsqueda de Google- y en el contenido, puramente literario: el desarraigo en un contexto sociopolítico actual, la sociedad catalana resultado de la emigración de los años 60.

LO MEJOR: Aunque incompleta, es una cata de lo que podremos leer en los próximos años..

LO PEOR: Algunos relatos incomprensiblemente incluidos.

FE DE ERRATAS:

Me advierte un buen amigo de un error cometido en este artículo. No fue Vicente Luis Mora quien introdujo el término "mutante" para referirse a la novísima narrativa española, sino el compilador de la antología Juan Francisco Ferré, en la revista Quimera, allá por su número 237. Mora lo aclara en La luz nueva, en la página 30, y fiándome, a lo que se ve en exceso, de mi memoria, no acudí a verificarlo. Pesen sobre mí las pertinentes maldiciones.

También me gustaría aclarar que la relación de estos autores con la LOGSE es en todo caso indirecta, pues ninguno baja de la treintena, y que mi crítica se centra en la -para mí- falsa etiqueta de "nueva generación" en cuanto introductora de una revolución literaria. Muchos de estos autores tienen gran interés y tampoco se puede desechar a algunos de ellos porque en la antología se hayan incluido piezas imperfectas.

Cuando Vicente Luis Mora acuñó el término “mutante” para una -quizá- nueva corriente narrativa que estaría fluyendo por debajo de los intereses comerciales de las grandes casas editoriales, estaba estampando un sello que definía a la perfección el movimiento al que hacía referencia. Por una parte, su éxito es evidente en cuanto que la presente antología de nuevos narradores lo adopta como título. Además, el “mutante” es hoy uno de los iconos de la cultura pop, ya nos refiramos a superhéroes como Lobezno, o a Quatto, o a aquellos para nada graciosos pero igualmente producto del desarrollo de la contemporaneidad -en Chernobil, por ejemplo-. Pero la asignación es oportunísima porque la “narrativa mutante” se constituye como una corriente inabordable, ajena a cualesquiera coordenadas críticas, por supuesto a la crítica tradicional. Y esto es muy acertado porque la etiqueta, pese a su propiedad, es totalmente falsa, porque el referente no existe.